VALENCIA. Hace dos años, murió Steve Jobs. Se ponía entonces en marcha la máquina fúnebre de hacer dinero, engrasada a lo largo de todo el período de convalecencia del cáncer terminal que padecía el magnate. Como nos hizo a todos muy felices diseñando ordenadores pijos, reproductores de música que convertían la melomanía en una mera acumulación descontextualizada y teléfonos en los que la opción menos usada era telefonear, pues había que reescribir su relato para adecuarlo a la altura de un gran prohombre contemporáneo. Steve Jobs no podía ser un mercachifle con una filosofía vital de sobrecillos de azúcar, sino un gran pensador, un ingeniero-filósofo-inventor-visionario que marcó nuestro destino. Vamos, un iLeonardo.da.Vinci.exe versión 2.0.
Así, se pusieron desde su empresa manos a la obra y apareció en seguida un discursito que había dado en la Universidad de Stanford como muestra de su altura intelectual. De este modo, su filosofía absurda rollito zen emprendedor yanqui se basó en frases del estilo "piensa diferente", "innovar es cometer errores" o "soy un yuppie beatorro y por eso mis teléfonos no tienen porno", que se convirtieron en aforismos a la altura de Schopenhauer o Cioran. Steve debía de ser un tío coñazo. Sólo hay que imaginárselo soltando todo el día sus frasecitas de padre Abraham en casa y a sus empleados, pero más pesados son los acólitos que elevan a máximas sus recetas para triunfar, tan elaboradas que parecen fruto de una tormenta de ideas entre Mariló Montero, Ana Botella y las cabeza privilegiadas de la CEOE.
El segundo paso fue la apresurada publicación de biografías y escritos varios que dejasen negro sobre blanco las hazañas del gran hombre. Son esas biografías tan del gusto estadounidense en las que la exhaustividad por detallar cada día en la vida del protagonista se acompaña de un vacío absoluto del contexto político y social que permite entender la consecución de tales proezas. En el caso de Steve, todo lo había hecho él, ayudado, eso sí, por la grandeza de un sistema que te permite innovar, desarrollar una idea. Si te lo curras, puedes pasar del garaje de tu casa a un despachazo en un ático. Sólo es cuestión de perseverancia.
Ahora llega, dos años después, el homenaje por todo lo alto en forma de película de Hollywood. Tiene un título directo y cool, jOBS, y nos narra algunos de los mejores fragmentos de la vida de Steve, arrancando en su etapa universitaria y culminando en 2001 con la presentación del Ipod. Entre esos dos momentos tenemos la peripecia de un tío que es tenaz, idealista, adicto al trabajo, un tipo listo en un mundo de idiotas burócratas que sólo lastran las audaces iniciativas de los grandes empresarios para sacar a su país adelante. Cuando vives en Estados Unidos y eres un tío así, trabajador, muy trabajador, estás condenado al triunfo. Ya pueden ponerte los demás todos los impedimentos que quieran, que el gran espíritu del capitalismo norteamericano garantiza la consecución del "sueño": llegar tan alto como te propongas.
De este modo, la película nos narra cómo Steve y sus amigos crean Apple, cómo fabrican los primeros ordenadores, cómo se forran, cómo los super-empresarios obligan a que Steve abandone Apple y cómo le llaman años después para volver a triunfar. Todo ello salpicado de retazos de la vida privada y el carácter de Steve que sí, que era un tirano que se aprovechaba de las ideas de los demás y que no les daba besos de buenas noches a sus hijitos, pero es que todo eso lo hacía por un bien más elevado, por el progreso social y porque todos tuviéramos derecho a un ordenador chulo y que no se cuelgue, mucho más importante que luchar por derechos de segunda categoría como una sanidad o una educación públicas. A esos temas, que les dediquen películas en Europa.
El film, al tener que seleccionar fragmentos y vivencias, se deja de lado muchas cosas interesantes. Algunas más o menos anecdóticas, como la reacción de Steve cuando le diagnosticaron cáncer de páncreas, reacción en plan: "Paso de la medicina tradicional, esto me lo curo yo con dieta macrobiótica y vahos de eucalipto". Esa estupidez en la creencia de sectas criptofascistas, como los macrobióticos que te dicen que si te duchas poco y no desayunas zumos de naranja morirás a los 150 años de edad, no sólo le llevó a la tumba sino que resulta significativa del esquema mental del gurú empresarial por antonomasia. También indica la idea que tenía él de la sanidad y de un sistema educativo que despreciaba excepto cuando tenía que dar discursitos en los campus universitarios sobre el espíritu emprendedor que tenemos cada uno en nuestro interior.
Pero, sobre todo, la película deja de lado lo más importante, aunque fuera una mínima mención a un contexto que favoreció que triunfasen Steve, Bill Gates y no otros. Un contexto que hizo que destacasen tíos que no sabían hacer la o con un canuto y con unas prácticas empresariales basadas en el robo de ideas y patentes y en la creación de sistemas cerrados para que todo el mundo pasase por caja. Steve el macrobiótico y Bill el altruista fueron el compendio del modelo empresarial en la Norteamérica de Reagan, que tendía la mano a la desregulación y, por detrás, aprobaba leyes para la instauración de monopolios a cargo de los empresarios que pasaran por el aro. Si tienes pasta para comprarte los aparatitos, eres un tío guay: si no la tienes y vives en el Tercer Mundo, el tío Steve convertirá tu país en un estercolero de desechos de componentes informáticos y el tío Bill te dará limosna para que tengas agua potable en casa.
Ni una palabra de esto en la película, sólo esa idea insinuada de que Steve también pensaba, como Reagan, que "el gobierno no es la solución, sino el problema", y por eso lo mejor es que las empresas funcionen sin tipos trajeados y sin órganos colegiados. Ni las empresas ni ninguna entidad pública o privada, por supuesto, porque todo funcionaría mejor si nos encomendásemos a genios iluminados que nos guiasen por todos los caminos, desde la fabricación de aparatos electrónicos hasta la percepción clasista del mundo que el uso de esos aparatos nos instaura.
Evidentemente, que la película hubiese tomado esos derroteros para abandonar el típico retrato lineal, aburrido y pro-emprendedor es pedirle peras al olmo. Nunca se han caracterizado las empresas por desvelar los negocios sucios y las triquiñuelas legales que permiten a diario que sigan forrándose. Ése es cometido del cine pero cuando las películas se constituyen en grandes campañas publicitarias y en retratos hagiográficos, es lo que pasa. Pero tampoco es tan disparatado imaginarse las cosas de otra manera porque ya nos enseñó Steve a todos a "pensar diferente".
FICHA TÉCNICA
jOBS
EE.UU., 2013, 128'
Director: Joshua Michael Stern
Intérpretes: Ashton Kutcher, Dermot Mulroney, Josh Gad, Lukas Haas, Matthew Modine
Sinopsis: Steve Jobs es un adolescente que pasea descalzo por la universidad en los años 70. Él tiene una visión: pillar las ideas de sus amigos informáticos y mirar a los empresarios directamente a los ojos para convencer a todo el mundo de que es el nuevo genio contemporáneo. Por eso, decide usar el nombre de la empresa de los Beatles, Apple, para bautizar la suya. Además, crea un lema, "piensa diferente", que podría copiar Juan Roig para Mercadona como ya copió el lema de Walmart de "siempre precios bajos". Es lo que tienen los emprendedores visionarios, que se copian unos a otros mientras no paran de darnos leccioncitas de vida