Cultura y Sociedad

estreno / Steven spielberg, 2011

crítica de War Horse (Steven Spielberg, 2011)

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VALENCIA. Los medios de comunicación se encuentran controlados por el poder. Esta afirmación es tan obvia que casi da sonrojo escribirla. Sin embargo, pese a su obviedad, constantemente nos negamos a creer en la evidencia, o no pensamos demasiado en ella, y seguimos viendo las noticias a diario, consumiendo como buenos ciudadanos ese clima de miedo consistente en decir: "Cuidado, que la crisis puede ir a peor, así que mejor no protestar ni quejarse". Esta serie de ideas son las que quedan instaladas como inamovibles y a las que es muy difícil responder. Lo mismo sucede con el cine, que, como medio de comunicación de masas, actúa como instrumento del poder y sirve para moldear unos principios ideológicos.

Uno de estos principios es el que afecta a las guerras y la dificultad cada vez mayor para justificarlas. Como hubo un tiempo en que Hollywood fue una industria progre, se realizaron pronto películas que se burlaban del sinsentido de los conflictos bélicos, contrarrestando la propaganda oficial: cintas como Armas al hombro (Charles Chaplin, 1918) o Sin novedad en el frente (Lewis Milestone, 1930), ambas ambientadas en la Primera Guerra Mundial. Puesto que la cosa se ponía fea, todos los esfuerzos propagandísticos se centraron, en la Segunda Guerra Mundial, en su concepción de "guerra justa", hasta el punto de que Hollywood envió a algunos de sus directores más importantes a Europa para hacer películas sobre el terreno.

Y así es como ha quedado este conflicto instaurado en nuestras mentes, y tuvo que llegar Vietnam para que Hollywood recuperase un discurso antibélico, pese a los intentos patrioteros del gobierno de Ronald Reagan de justificar el orgullo ante aquel enfrentamiento (en la saga de Rambo). Pero se aprendió, al menos, una lección: en adelante, sería el propio Gobierno el que ofrecería las imágenes de la guerra, donde el sufrimiento humano quedaría censurado en beneficio del poder de la tecnología. Fue lo que ocurrió durante la primera Guerra del Golfo (1990-1991), donde se revendió el concepto de "guerra justa" con la etiqueta de "guerra inteligente": las imágenes que vemos de las guerras recientes son imágenes de glorificación de los avances tecnológicos, que no deja víctimas civiles.

En esa falacia estamos cuando el cine sigue rescatando la idea de la justicia de la guerra, de su carácter inevitable y de que no todo en la guerra es malo porque también puede florecer la paz, la amistad y el amor. Es una de las cosas que le pierden a Steven Spielberg, que vuelve a la carga con War Horse, una historia de amistad entre un hombre y su caballo, separados ambos por la Primera Guerra Mundial y reencontrados al final del conflicto en pleno campo de batalla. La historia arranca con la adquisición del potro, su amaestramiento por parte de su joven propietario y el espíritu de superación del animal, que consigue sacar a toda una familia de la penuria económica al conseguir arar una tierra llena de piedras. El estallido de la guerra hace que el animal sea adquirido por el ejército: el joven se alistará y se meterá en las trincheras en busca de su caballo.

En las entrevistas promocionales de la película, Spielberg ha dicho algo así como que no es una película bélica, sino una historia de amistad. Consciente de que ese tipo de historias venden mucho, el cineasta pretende desvincularse del género bélico para presentar su producto como algo más, algo que no le hace posicionarse en la dicotomía entre belicismo y antibelicismo. Es el mismo planteamiento de marketing que usó para vender Salvar al soldado Ryan. En aquel caso, no era una película de la Segunda Guerra Mundial, sino una historia de heroísmo, compromiso y honor: los soldados que tenían que encontrar al último miembro de una familia representaban esos valores desinteresados que hacen que los hombres den lo mejor de sí mismos en situaciones límites, esos valores que hacen que, en el fondo, incluso las guerras valgan la pena.

Este Spielberg que se pone patriotero está muy alejado del que se toma las cosas con humor distante, del que se pitorrea del nazismo en la primera y tercera entrega de Indiana Jones, el que usa temas serios como mera excusa para la aventura, el entretenimiento o la comedia, ya sean asuntos como la investigación genética (Parque Jurásico) o el hipercontrol de las sociedades occidentales (Atrápame si puedes o La terminal). Y pese a que el punto de partida podría parecerse al de E.T. (una presencia de fuera que hace que el protagonista pase de la infancia a la madurez), todo acaba convirtiéndose en War Horse en una vuelta de tuerca del discurso del soldado Ryan o de El imperio del sol, con la guerra como proceso de maduración personal: vamos, la misma idiotez que se decía de la mili, para entendernos.

Lo más interesante de la película radica en esa visión de la Primera Guerra Mundial como el fin de los conflictos artesanales y el triunfo de la industria. El caballo empieza como el auténtico protagonista, como un auténtico motor de la humanidad (como agricultor y como ariete en las primeras batallas), para acabar devorado por la máquina: al final, la irrupción del carro de combate espanta al caballo que acaba atrapado en las alambradas del campo situado entre las trincheras. El mismo animal que empezaba como protagonista acaba convertido en víctima, devorado por un tiempo que, en el fondo, ya no lo admite en su seno.

Sin embargo, lo peor se encuentra en esa visión de la guerra como una especie de campamento para hacerse hombre, que hace que Spielberg, pensando en el público infantil (la película se basa en una novela infantil y en su adaptación teatral), renuncie a mostrar los horrores que sí ha recreado en otras ocasiones, como en las series Hermanos de sangre y The Pacific. Una renuncia que, encima, ni siquiera consigue una identificación del espectador con el melodrama que plantea la película. Un melodrama que falla al tratar de adaptar al cine lo que resultaba impresionante en la obra teatral: la recreación de un caballo con una marioneta impactante. Y si la identificación falla en Spielberg, apaga y vámonos. De alguna manera, existe un esfuerzo tan grande por crear una gran película, que los momentos emotivos apenas enganchan. Tal vez el director sea consciente de ello y por eso intenta darle una emoción especial en la secuencia de cierre con planos de atardeceres, emulando la fotografía de 'Lo que el viento se llevó' y tratando de crear el clímax que había logrado con las bicicletas de E.T. volando hacia el crepúsculo.

Al final, el ser humano es bondadoso siempre. En esta película no hay malos, todos los personajes son generosos y piadosos, hasta el militar que tiene que sacrificar al caballo o el anciano que compra al animal en la subasta tras la guerra. Los buenos sentimientos sobresalen, y eso no es necesariamente malo. El problema es que Spielberg siempre ofrece un contrapunto en sus películas, un espacio para la maldad que acentúa los gestos de los personajes. Cuando no hay malos ni siquiera en las guerras, se contribuye a alimentar esas ideas de conflictos justos e inteligentes. Por mucho que el director se empeñe en decir que una película que transcurre en el campo de batalla y las trincheras, que lleva en su título la misma palabra "war" ("guerra"), no es una cinta bélica. Eso también es manipulación.

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