VALENCIA. Si alguien tenía alguna duda de que el negocio del cine va más allá de la recaudación en la taquilla y de lo que se proyecta en la pantalla, el estreno, hace 11 años, de El señor de los anillos sirvió para aclarar del todo las cosas. Porque la adaptación de la trilogía de J.R.R. Tolkien fue, ante todo, una macro operación de promoción turística de Nueva Zelanda.
No era ya que Peter Jackson, el máximo responsable del proyecto, fuera neozelandés, sino que, además, la saga se rodó en localizaciones del país, y el gobierno se encargó de asumir la campaña promocional. De este modo, Nueva Zelanda creó toda una industria alrededor de El señor de los anillos, con rutas turísticas a los paisajes que salen en las películas e infinidad de productos y promociones de marketing.
El hecho no resulta ni novedoso ni escandaloso. La ruta del Quijote en España o la de Drácula en Rumanía son importantes reclamos turísticos de estos países, construidos a partir del impacto de la literatura y la cultura en la sociedad. Y en el
cine, hay numerosos ejemplos de manual. Ahí está el caso de King Kong, la película de 1933 en la que un gorila gigante era capturado en la selva y transportado para su exhibición en Nueva York. El mono acababa subiéndose a lo alto del Empire State, en una famosa secuencia en la que luchaba contra unas avionetas que trataban de abatirlo.
Precisamente la promoción del rascacielos es lo que explica la existencia de esa película: inaugurado dos años antes, sus promotores vieron que la crisis de 1929 iba en serio, y al ver que quedaban vacías la mayor parte de las oficinas del nuevo edificio, decidieron promocionarlo con el cine. Los ejemplos llegan hasta el cine actual, con directores como Woody Allen adaptando sus guiones a las ciudades donde encuentra financiación.
El éxito de la operación de El señor de los anillos fue incontestable y Nueva Zelanda se ha situado como destino turístico internacional. Además, Jackson era totalmente consciente de la delicadeza del material con el que estaba trabajando, ya que Tolkien es el maestro de las novelistas de elfos, trolls, orcos y todos esos bichejos, es decir, maestro de una comunidad friki que no para de crecer y que incluso organiza congresos y encuentros para que sus miembros hablen en élfico. Así, desde el primer momento, Jackson fue compartiendo la evolución del proceso en diversos foros de internet, preocupados como estaban los frikis de que nadie mancillara la inmaculada obra del Maestro Gurú.

De este modo, Jackson pudo cumplir esa máxima hollywoodiense de "hacer una buena película a partir de una mala novela". Y cuando en la novela había cosas demasiado lamentables, pasó de los frikis y llegó a eliminarlas. El caso más claro es el de Tom Bombadil, el personaje bobalicón de la primera novela, de quien convenientemente no aparece ni una mínima mención en la película. El estreno en 2001 de la primera película (La comunidad del anillo) supuso un agradable acontecimiento: Jackson se situaba en la mejor tradición del cine de aventuras clásico, el de directores como Raoul Walsh o Richard Fleischer, para ofrecer una película muy entretenida y desenfadada, que no se tomaba demasiado en serio el universo Tolkien, hasta el punto de que, en la edición en DVD, incluyó un sketch paródico en el que aparecía el cómico Jack Black caracterizado como Frodo Bolsón y exhibiendo a sus compañeros lo que había hecho con el anillo: ponérselo como piercing en el pene.
Las otras dos películas ya eran otro cantar: la seriedad de la operación y los tiempos ajustados de postproducción (ya que cada película tenía que estrenarse en las sucesivas navidades) hizo que la saga se resintiera: tanto Las dos torres como El retorno del rey carecían de la agilidad de la primera película y apostaban por una mayor exhibición de los trucos: que hubiera escenas de combates que dur
aran más media hora refleja mucho esas ansias de grandilocuencia de un proyecto al que le sobraba pesadez. Jackson seguía mostrándose un tipo inteligente (en estas películas había ecos de directores como Orson Welles o S.M. Eisenstein) pero iba perdiendo sentido del humor.
Y precisamente el sentido del humor es lo que ha querido recuperar con esta vuelta al universo de Tolkien con su última película, El Hobbit. Consciente de que la trilogía se le había ido un poco de las manos, Jackson no para de referirse en las entrevistas promocionales de esta película a su carácter alegre y menos grave con respecto a El señor de los anillos. De hecho, recurre a un elemento propio de las películas de John Ford: incluir canciones de camaradería en la historia, con los personajes arrancando a cantar en mitad de un banquete o recordando su pasado. Además, el protagonista, Bilbo Bolsón, se nos muestra como un personaje más audaz, imprevisible y escéptico que Frodo.
Eso sí, Jackson recupera de la saga original, especialmente de la primera película, lo que funcionaba, y era su estructura narrativa. Aquí sigue al pie de la letra el esquema de La comunidad del anillo: arranque amable y hogareño en La Comarca, primera expedición del grupo, escala y descanso para recabar toda la información de la aventura (en ambas películas, en la tierra de los elfos), inicio de la aventura dura, batalla final como elemento de clímax y final abierto que anticipa más aventura y más películas: en El señor de los anillos, asistíamos a la separación del grupo y, aquí, al despertar del dragón. Al reproducir este modelo de narración habitual del buen cine de aventuras, El Hobbit consigue superar el problema de partida con el que contaba: no jugar ya con el efecto de fascinación y sorpresa que supuso El señor de los anillos.
La película se presenta también como un homenaje nostálgico a lo que supuso la trilogía original. Y por ello se ha contado con el mismo equipo técnico, con apariciones de los mismos actores (incluso aparece en una breve secuencia Christopher Lee) y referencias a la historia que sucedería después, ya que El Hobbit es una precuela de El señor de los anillos. El grado de profesionalización del equipo queda patente en secuencias tan espectaculares como la lucha de los gigantes de las montañas o el vuelo final a lomos de los pájaros gigantes hacia la luz del alba, un eco de las películas del Oeste con los vaqueros cabalgando por el desierto.
Sin embargo, el peligro vuelve a radicar en que el proyecto quede demasiado largo. El material de partida no son ya tres novelas, sino una, de manera que algunos momentos están alargados (como los acertijos entre Bilbo y Gollum) y este film se presenta como el primero de una nueva trilogía. Así que la maquinaria se ha puesto de nuevo en marcha, con el gobierno neozelandés implicándose de nuevo en un proyecto cultural que es todo un asunto nacional de primer orden, dado que los gobiernos escocés e irlandés pretendieron llevarse esta vez el gato al agua y que la nueva trilogía no se rodase en Nueva Zelanda. No han podido y las cosas siguen como estaban, volviendo al centro turístico original. El dinero manda.
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Ficha técnica
El Hobbit: un viaje inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey). E.UU. / Nueva Zelanda, 2012, 169'
Director: Peter Jackson
Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Christopher Lee
Sinopsis: El hobbit Bilbo Bolsón abandona su hogar para acompañar en una aventura a un grupo de enanos desterrados. Por el camino, se encontrarán con otras criaturas que habitan la Tierra Media.