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El Quijote como castigo. La Literatura que nunca debieron enseñarnos en la ESO

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VALENCIA. La LOGSE fue un invento extraordinario. Principio de curso, 3 de octubre de 1990 y la firma de Felipe González. Toda seguidita en el BOE ganaba mucho como ley, igual que los libros de Federico Moccia o Paulo Coelho, que nos prometen una felicidad que no existe, aunque debiera.

Las posteriores leyes de educación surgen de esa misma matriz del año 90. Con más o menos consenso, más o menos religión y más o menos reválidas, si alguna ley puso la piedra angular sobre la que se ha construido la educación obligatoria en los últimos veinticinco años, esa fue la LOGSE. Todavía resisten sus 16 páginas los debates de quienes la consideran la puerta de entrada a la banalidad y la vagancia oficial (los apocalípticos), y de quienes la consideran la apertura a la complejidad del mundo y a la transformación social a través de la educación (los integrados). La equidistancia entre apocalípticos e integrados con respecto a la LOGSE es por completo injusta; desde mi punto de vista, sus logros, sus disposiciones pedagógicas y su espíritu son más significativos todavía que sus carencias. Así que desterremos la melancolía.

Sin embargo, pasar de una enseñanza disciplinaria a un aprendizaje integral, individualizado y complejo no ha resultado tarea fácil para los docentes, y en veinte años debieran haberse corregido aspectos metodológicos esenciales que no responden solo a presupuestos y a recursos administrativos (menguantes, vergonzosa y selectivamente escasos), sino directamente al ejercicio de la profesión. Buena parte del fracaso escolar del país es responsabilidad directa de los profesores: de nuestra manera de enseñar, de nuestro concepto de aprendizaje, de nuestra escasa reflexión a la hora de elegir contenidos y de presentarlos. Incluso yo diría que es el problema central de la educación, aun a riesgo de que se soliviante el gremio, pero a ningún formador debería resultarle ofensiva la demanda de más y mejor formación para los propios docentes.

EL QUIJOTE NO ES UN CASTIGO

El Mio Cid es un espanto, mito del fascismo y de la España eterna; como poema, es extraordinario, igual que una ruina romana o que el teatro de Sagunto (rehabilitado) pero una cosa es la obra literaria y otra cómo nos relacionamos con ella. Para qué sirve. Qué dice de nosotros hoy en día. Y estas no son preguntas tontas, sino necesarias.

Para qué Gonzalo de Berceo. Para qué el Arcipreste de Hita. Para qué La Celestina. Garcilaso de la Vega. La mitad de los siglos de oro. Todo el siglo XVIII. El siglo XIX menos Galdós y Clarín (y Larra para no ofender). Y aquí va algo que me duele en lo personal: ¿para qué enseñamos El Quijote? Mi ánimo no es el de menospreciar nuestro mejor patrimonio literario, sino precisamente el de revalorizarlo, calcular su valor, enseñarlo conscientemente o suscitar la energía necesaria en el alumno para que el día que llegue a él alucine. Porque El Quijote es alucinante, y nunca puede ser un castigo, o una lectura obligatoria cualquiera. Por esa misma razón, El Quijote no está a la misma altura que El sí de las niñas, Don Álvaro o la fuerza del sino o cualquier otra obra menor. Vayamos a lo esencial y a lo extraordinario, no a Rafael Alberti, el mar, la mar... Si uno de los objetivos de la enseñanza de literatura es fomentar la lectura, personalmente prescindiría del 90% de lo que viene en los manuales. Y cuando digo "prescindiría", debo decir "prescindo".

Sobre la enseñanza de literatura aún hay mucho lastre que abunda en el desprecio de lo literario. El orden cronológico es una convención que hay que decidir; no es necesariamente la mejor. La Literatura no es Historia de la Literatura, ni datos, igual que el conocimiento no es la mera acumulación de información, sino la comprensión del mundo y la elección de una postura frente a él. La literatura no es solo patrimonio, es vivencial. Y que no nos den a elegir entre Unamuno o Twitter, por lo que pueda pasar...

UNA, GRANDE Y LIBRE

¿Dónde está Milan Kundera en nuestros manuales? ¿Dónde está Juan Rulfo? ¿Dónde Josep Pla? Nos martirizan con San Juan de la Cruz (y su hermosa poesía homoerótica), Santa Teresa, Fray Luis, y nos niegan el resto del mundo. El canon literario es español, monolingüe y autocelebratorio, es decir, una paranoia. No existe latinoamérica más que en subapartados (sin pensar que ni siquiera geográficamente existe la América Latina de forma indivisible y ahistórica: Colombia, Nicaragua, Cuba, Argentina, México, etc.). No existe la literatura en catalán o en vasco (sino en otras disciplinas dependiendo de la Comunidad Autónoma) y en gallego solo Rosalía de Castro llorando y Alfonso X hablando de la virgen. No existe la música. No existe el periodismo. No existe la cultura audiovisual. Pero tampoco existen Europa y el mundo, precisamente en un país y en un tiempo en el que el mundo incide de forma determinante en un territorio concreto.

El yo y la circunstancia de Gasset parece no existir en la educación secundaria. De este modo uno llega a la universidad (o a la vida) sin saber de Kundera, de Roth, de Zweig, de Munro, de Houellebecq, de Salinger, de Auster. Y sin saber leer. Y la enseñanza de la literatura nunca puede convertirse en una coartada para cubrir de ignorancia todo aquello que debería ayudarnos a ser mejores. Escasean tanto los recursos que no es sano vivir escamoteándonoslos.

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