Cultura y Sociedad

'EL CABECICUBO'

Elogio de la austeridad: ‘Castellanos y leoneses... por España'

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

MADRID. España lleva cinco años en crisis. Algunos llegados de ciertos países del Este se parten de risa cuando escuchan nuestros llantos, por allí las crisis duran ya treinta años. Pero nada saben los jóvenes indignados españoles ni los nacidos en el socialismo real de nuestra Castilla y León. ¡Cinco siglos de crisis nos contemplan a los castellanoleoneses! Cuenta la leyenda que algunos de nuestros pueblos están parpadeando como los personajes de los videojuegos cuando les queda poca barra de energía, que los niños la primera palabra que aprenden a decir es "huir", que deberíamos adoptar la bandera ucraniana porque parece una pintura hiperrealista de nuestros paisajes. 

Podría seguir exagerando, pero en definitiva se trata de poner de manifiesto que Castilla y León es una de esas regiones españolas que ha exportado y exporta género humano a punta pala. Por eso pocas televisiones podrán realizar un programa sobre la diáspora como Radio Televisión de Castilla y León. Así llegó el formato trendy de ‘Castellanos y leoneses por el mundo". Pero ahora, según nos enteramos por un tuit se está emitiendo un ‘Castellanos y Leoneses por España'.

Catamos el capítulo dedicado a Valencia para ver de qué va el asunto y la sorpresa es mayúscula. Nos enseñan a un señor calvo de Burgos que vive en Valencia. Un hito. A lo que ha llegado la televisión del siglo XXI. ¿Qué será lo próximo? ¿Repeticiones a cámara superlenta de un señor con bigote de Logroño comprando el ABC un domingo a las 11 de la mañana?

Pero ‘Castellanos y leoneses por España' no pretende mostrarnos cómo sobreviven los naturales de esta comunidad en tierras lejanas. A saber, el infierno de hablar con gentes que no son leístas o entre gente que, sencillamente, se empeña en hablar, con lo bien que se está en silencio mirando penetrantemente a los extraños. Este programa sólo es una excusa para enseñar España a los castellanoleoneses. Los emigrados ejercen de cicerones.

Claro que momentos hilarantes como la propia naturaleza del programa no faltan. A una señora de Salamanca que vive en Valencia le preguntan con gran énfasis ¿Y cómo acaba una charra en Valencia? -Pues me casé; contesta ella. Ya ven qué fenómeno, qué historia, qué hecho noticioso digno de ser llevado a un reportaje.

De esta manera, los emigrados enseñan al espectador una de las facetas también muy poco difundidas de Valencia, no sé si ustedes lectores de Valencia Plaza lo conocerán. Se trata de Las Fallas. Pero no hay mucho que rascar en el plano relato de las fiestas. La entradilla que hace el presentador lo dice todo: "Empiezan las Fallas, sabor a horchata, ruido de petardos... un viaje para los sentidos". Ni Lorca. Si acaso, destacar que todos los castellanos, como ocurre en los demás programas, están asimilados a la identidad local como unos valencianos más. Es lo único que llama la atención, pero ¿podría ser de otra forma? ¿Castellanoleoneses que no se integran y están horas encerrados jugando al dominó en bares étnicos, mientras la población les mira con recelo y crea bulos del tipo que los castellanoleoneses no se mueren nunca , que a ver qué sirven en sus restaurantes?

De todos los que salen sólo hay uno que está de paso. Es un simpático caballero de Valladolid que conoció en el Ejército a un chaval de Valencia y desde entonces va cada año a las Fallas. Emociona escuchar cómo se refiere al lugar donde hicieron el servicio militar, "El Ferrol del Caudillo", exclama. Tiene 40 años. Y no dice "Ferrol del Invicto Caudillo" porque en la grabación del programa no sabían que Juan Carlos se iba a quedar a seis meses del récord de Franco en la poltrona de la Patria Eterna.

En otros destinos los castellanoleoneses aprenden lecciones de altura. Un chaval de Palencia sale por el Casco Viejo de Bilbao y dice: "Vamos de poteo... cómo se dice esto en Castilla, mmm... salir a tomar vinos. Nosotros lo conocemos más como el vermú". Imaginen a toda Castilla y León en el momento de la emisión mirándose unos a otros en sus casas, emocionados e intrigados por tan magno descubrimiento.

También hay momentos en los que se desliza cierto chovinismo regional, por supuesto. Es cuando en Logroño brindan con unos Riojas y exclama el presentador "sin que sirva de precedente". Como dicen en una célebre organización distinguida por sus evasiones al fisco: Valors.

En fin. Poca cosa. Ni siquiera da para reírse mucho. El tono del presentador es el típico de los programas vespertinos "en directo" de las televisiones públicas. Esos donde un pobre reportero tiene que mostrar entusiasmo cuando unos niños juegan al corro de la patata en unas actividades relacionadas con las fiestas del distrito de su ciudad. El tío se interesa por cómo se hacen los buñuelos, le pregunta al cocinero si tiene calor. 

No obstante, es preciso denunciar que este programa muestra la gran oportunidad perdida que fue el modo en el que se establecieron las televisiones autonómicas en España. Desde un primer momento, debieron tener difusión nacional. Para que en la Meseta se familiarizasen con la existencia del catalán, por ejemplo, o para que los niños catalanes flipasen con el enorme Xabarin Club de los gallegos o se enamorase de Cyber Celia o, en su defecto, de su canción, como los de Madrid.

Pero no. La identidad de las autonomías expresada y divulgada en sus medios autonómicos se ha mantenido en compartimientos estancos y con polémica cuando Telemadrid llegaba hasta Burgos capital o TV3 amenazaba los dominios de Manolo el del Bombo en Valencia. Con ley y todo.

En la época dorada de la televisión, la cobertura nacional de las autonómicas habría sido un excelente elemento de cohesión nacional por la vía del enriquecimiento personal, pero se apostó por el cada uno en su casa y Dios en la todos y ahora tenemos un programa que tira de naturales de la tierra castellana para presentar un reportaje arquetípico de Las Fallas, como si fueran a vendérselo al mercado japonés. No es de extrañar que una película como ‘Ocho apellidos vascos' haya servido para que la película Las Autonosuyas de Rafael Gil, con aquella insultante alusión al "farfullo" como lengua autonómica, la recuerde uno ahora como una cinta de humor sutil y elegante.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo