MADRID. En la Meseta hay muy poca gente que piense que Cataluña es España. Lo que se lleva por estas latitudes es entender que Cataluña es de España, que es muy diferente. El discurso de oposición al nacionalismo catalán, que ha logrado reunir mayorías para alcanzar fines concretos, en ningún momento tiene en cuenta que Cataluña es España por paradójico que resulte. La respuesta pasa por recordarle a los catalanes que no, que están equivocados, que han cometido un error porque ellos en el pasado quisieron y apoyaron mucho a la idea política de España y sus argumentos ahora son erróneos. Su postura no es legítima porque está equivocada. Y también tenemos otra variante que es el qué tontos son ustedes que no saben hacer las cuentas y se van a ir derechitos al abismo. De modo que, y esto es lo esencial, todo debe seguir como está. Porque te lo digo yo, que soy más listo que tú.
Por eso es interesante encontrarse con un libro que sostiene que Cataluña es España y que lo que no es España, precisamente, son los resortes del régimen que sustentan el estado tal y como está diseñado actualmente. Los que se sientan españoles, pero también se sientan inquietados, cuando no amenazados, por la defensa de España en los términos en que se viene realizando, tendrán aquí una obra de referencia. El autor es el filólogo Ángel López y la editorial, Uno y Cero, se la ha montado él. No parece coincidencia que las ofertas culturales más interesantes vengan en estos tiempos de la mano de la filosofía punk del ‘do it yourself'. La lista es amplia: Libros del KO, Yorokobu, Mongolia...
La premisa de la que parte Ángel López es que no es justo identificar a España como país, al pueblo español, con la "casta militar, conjunto de leyes injustas o una administración ineficaz" que han "oprimido" a catalanes, vascos y gallegos. Si así fuera, los territorios castellanos, alma de esa España
según la regeneración noventayochista, no habrían sido un solar ruinoso y despoblado durante tantos siglos.
Después expresa sus dudas sobre el espíritu de la inmersión lingüística en Cataluña. Dice que hasta "en los países más jacobinos" como Francia o EEUU, "escolarizan a los niños magrebíes en árabe y a los hispanos en español en algunas materias, sobre todo en los niveles elementales". Y pone en duda que este sistema, que se sostiene al estar Cataluña integrada en España, vaya a continuar en el futuro de independizarse. La ‘minoría' que tiene el español como lengua nativa es del cuarenta y tantos por ciento.
Por otro lado, aporta una cita histórica curiosa. El historiador catalán Joan-Lluís Marfany dijo que si en Cataluña no penetró el castellano como koiné es porque no se le permitió al pueblo castellanizarse.
"Lo que olvidan los historiadores de la lengua -constituyendo en ellos la forma más común de error de anacronismo- es que en las sociedades del Antiguo Régimen la práctica lingüística está completa y expresamente condicionada por la clase [social]. Del carácter clasista de la castellanización o de la diglosia bien que se dan cuenta. Pero la interpretan en términos de "traición" aristocrática o burguesa y "fidelidad" popular. Mas el clasismo no reside en esto, sino en la exclusión de las clases subalternas del acceso al castellano, por la aristocracia, primero, y por la aristocracia y la burguesía más adelante -y, naturalmente, por las autoridades civiles y eclesiásticas. El pueblo no se castellaniza porque no le está permitido: no se le ha perdido nada en castellano".
En cuanto al problema actual, opina que los movimientos independentistas son impulsos donde priman más los sentimientos que la razón. En este caso, los medios de comunicación han creado un "imaginario mediático positivo que promete alcanzar una tierra paradisíaca", explica. Pero lo que no podemos decir, y es aquí donde radica el problema, es que se haya llegado a esa ensoñación de forma
gratuita. Detrás hay, asegura el autor, un fracaso de las estructuras de poder que dominan España. Ese ente llamado "el Estado".
De ese poder centrípeto llamado "Madrid", entre comillas, ocurre un fenómeno análogo al de los años precedentes a la desintegración de la Unión Soviética. Cuando en aquellos primeros años ochenta del Breznev senil, el Andropov enfermo o el Chernenko gagá, se pronunciaban discursos triunfalistas mientras el ciudadano si no le habían arrancado los ojos en la guerra veía y percibía de forma clara e inequívoca que lo que le rodeaba era un país pobre y miserable dominado por una casta. Y si les parece que con el comunismo todo era maravilloso, el autor cita como ejemplo alternativo la descomposición del Imperio Austro-Húngaro.
Ahora mismo, en un país tan profundamente corrompido desde el poder, en el libro se llega a hablar de mafia, donde las alternativas o las reformas no tienen recorrido porque están castradas por el bipartidismo, lo lógico es que haya ciudadanos que persigan ese "sueño". Cataluña, por supuesto, era el caldo de cultivo ideal para el fenómeno.
Un ejemplo sin demasiada importancia pero de gran significado que cita para explicar la prepotencia de ese poder central que, bueno es repetirlo, también oprime y ha arruinado "al centro", es que sólo esté permitido emplear el español en el Congreso. En el Senado estadounidense Tim Kaine hizo una intervención enteramente en español y los periódicos de izquierda, el NewYork Times, y los de derecha,
el Washington Post, destacaron el carácter histórico del momento. Aquí se ve normal que se expulse a diputados del hemiciclo por usar su lengua.
Así es como surge el centro de poder. No por ningún consenso o de forma en la que quepan todos, sino a golpe de ley. La propia ciudad debe a una decisión real, de Felipe II, convertirse en capital, cuando no era centro natural de nada. Sin río, sin mar, sin ser un nudo de comunicaciones especial. Madrid es la capital por real orden y ese es el espíritu. No ocurre en ningún país de nuestro entorno un fenómeno como éste, donde Madrid tiene que tener todas las sedes y todas la infraestructuras importantes. Ni en Alemania, ni en Italia ni en Francia. Para buscar ejemplos similares hay que irse a Argentina, México o Rusia. Sobran los comentarios.
Al final, el ensayo concluye con una cita del historiador sevillano Antonio Domínguez Ortiz.
"Fueron los gastos militares los que arruinaron a Castilla... En fin, el argumento irrebatible es que las revueltas de aquel siglo [XVII] estallaron en países que no contribuían con un céntimo al sostenimiento de la Corte de Madrid; lo que temían de ella era su tendencia al centralismo, impuesta no por el deseo de castellanizarlos, sino de exprimir de ellos la máxima contribución en hombres y dinero para las guerras. En el plan del conde-duque de reducir las regiones no castellanas a la forma de gobierno de Castilla no entraba para nada el deseo de realzar el papel de esta: un tal brote de nacionalismo avant la date no se le habría ocurrido a él ni a nadie. Lo que pretendían era hacer en ellas el poder real tan absoluto como en Castilla, igualarlas con ella en la servidumbre".
No parece haber cambiado mucho el panorama. Todo esto lleva a concluir a Ángel López que el problema en España no es "nacional", sino la "degeneración del estado que la sustenta políticamente". No le valen "falsos culpables" ni "falsas soluciones", sino la renovación completa, una verdadera refundación.

España contra el Estado
Editorial: Uno y cero Ediciones
Autor: Ángel López García-Molins
Precio: 3,63 euros (sólo edición digital en unoyceroediciones.com/)
104 páginas