VALENCIA. A nadie le sonará a nuevo, por desgracia, que la imagen de la Comunidad Valenciana ha sido muy dañada por cargos políticos que no han estado a la altura de representar esta región (corrupción, malversación, saqueo sistemático...), pero literalmente, la parte más estética de ciudades como Valencia no ha hecho más que sufrir la falta de cultura de sus gobernantes y eso se ha visto reflejado a largo plazo en una ausencia de buen gusto generalizada, una especie de inmunidad a lo feo, reforzada por el pasotismo valenciano tan tópico y típico de aquí. ¿Que usted quiere construirme una serie de esculturas megalómanas una tras otra a lo largo del jardín del Turia sin ningún plan de dar contenido a corto ni a medio plazo, con un desembolso de más de mil millones de euros y echando a perder la oportunidad de una estrategia sólida de renovación urbana respetuosa con sus ciudadanos? 'Pofale'.
Al meninfotisme de los responsables de estas atrocidades se une el de los ciudadanos acostumbrados al mal gusto, acostumbrados a un abandono de todo cuidado por el diseño (no como frivolidad, sino como valor positivo) que lamentablemente y precisamente por no apreciar dónde está el buen diseño, ha terminado por afectar al sector empresarial del diseño de la Comunitat Valenciana. La ecuación es sencilla: Si las instituciones marginan un sector profesional determinado, el estrato empresarial y el de los ciudadanos dejarán de apreciar lo que esos profesionales pueden aportar a su negocio o a su día a día.
DISEÑO EN VALENCIANO SE DICE DESPROPÒSIT.
Un ejemplo reciente de coentor valenciana fue el caso de la nueva adjudicación municipal de puestos callejeros de horchata, una concesión que se inició con la fórmula de negocio ideada y llevada a la calle magistralmente por Mon Orxata, empresa que fue reemplazada por una compañía de tapizados que, a cambio de una calidad de producto infame e imagen descuidada habría conseguido el precio más bajo. Es patético que a la hora de poner un proyecto así en la calle representando a una ciudad, no se tuviesen en cuenta valores como calidad y diseño, por no hablar de la opacidad con todo el trámite y el incumplimiento de varias ordenanzas. ¿Qué comité de sabios cometió tal error? Pregunten por el Ayuntamiento, que a la prensa no quisieron facilitar datos.
Lo mejor que ha podido pasar es que apenas dos meses después de la adjudicación, la opaca empresa haya desaparecido de las calles de Valencia aunque siguiendo la estela de nula transparencia, se desconoce si por las presiones recibidas o por cualquier otro motivo.
Este caso no es en absoluto aislado, es por desgracia uno más de una metástasis del mal gusto que durante décadas ha invadido Valencia. Desde la nefasta cartelería firmada por el Ayuntamiento a la compleja interfaz de los puestos de bicis municipales, pasando por la identidad gráfica de las propias instituciones, la señalización de hospitales y centros públicos o los centenares de parches urbanos (bolardos de diferentes alturas, falta de criterio para ubicar armarios de semáforos e iluminación, rejillas de alcantarillado mal colocadas, mobiliario urbano desproporcionado...), por no entrar en la arquitectura y el urbanismo puro y duro, donde sin duda concluiríamos con la sentencia de que Valencia es una ciudad mal diseñada.
LA MALA EDUCACIÓN.
Y es que, a base de aberraciones gráficas (como el tema del cartelismo municipal), las oportunidades perdidas de hacer las cosas bien se cuentan por oportunidades habidas.
Quien escribe estas líneas argumentaba hasta hace poco que se trataba de un problema de educación visual y de didáctica desde el sector del diseño (asociacionismo y profesionales) hacia los señores que toman las decisiones (esos que obcecadamente llevan años en Valencia rehuyendo de contratar buen diseño), pero desgraciadamente esa árdua tarea se queda corta y en la actualidad, tras haber tenido la oportunidad de conocer de cerca los mecanismos internos en varios intentos de hacer de docente sobre el tema, tengo la certeza de que es, ni más ni menos, un problema político, un problema de gestión, un problema de incompetencia de raíz.
Es triste ver que la cartelería oficial de Valencia de hace 75 años era mejor cualitativamente, desprendiendo mejor imagen turística de nuestra tierra y fiestas. Esta degradación cultural se ha convertido en síntoma y ya no hay escándolo cuando se acomete una barbaridad histórica con la Plaza Redonda o cuando la interfaz de la administración electrónica local es un desastre. Parece que nos hemos acostumbrado que en Valencia las cosas se hacen mal, y no pasa nada.
Lo intransigente que se pone el valenciano al ver pimiento en la paella del vecino y lo poco exigente que es con la gestión de su ciudad.

Los tópicos siempre tienen algún tipo de fundamento, y para bien o para mal cuestan de cambiar cuando están tan arraigados como lo recargado a las fallas o la corrupción a las instituciones.
Si bien los valencianos somos, como decía el arquitecto y diseñador catalán Juli Capella en el documental "Cuarto Creciente", aparentemente falleros, este punto kitsch no es cierto en el ámbito del diseño. Y ahí está la historia del diseño español para demostrar que gran parte de los mejores diseñadores de los últimos 30 años son de la terreta.
Es quizá por este carácter valenciano de la improvisación que hemos llegado a estos lodos.
El profesor Pau Rausell hace la mejor lectura que existe precisamente de esta manera de ser valenciana, y define el pensat i fet como la ventaja competitiva de los valencianos, una especie de modelo de trencadís, en el que cada pequeña acción constituye parte de un dibujo general y así es como quedan definidas las estrategias valencianas.
LOS AISLADOS CASOS DE ÉXITO, LA GALIA DEL BUEN DISEÑO.
Pero Valencia sabe venderse bien, cuando quiere, y es verdad que entre tanta coentor siempre hay un reducto de casos de éxito que destacan por su buen hacer, en diseño, por ejemplo, imágenes de Valencia proyectadas con buen gusto y que destilan profesionalidad. Pero ya no es la administración la que contrata en estos casos como hizo antaño, sino por lo general son grupos de comerciantes, asociaciones o el sector privado, hartos de verse vendidos bajo un paraguas feo e improvisado lleno de agujeros. Y así es como recientemente el Mercat Central de València acudió a profesionales para actualizar su imagen (a cargo de la agencia Filmac), un diseño fresco pero a la vez arraigado, a partir de elementos tradicionales lo cual destila identidad valenciana. O también la identidad del espacio cultural La Rambleta (diseño de Pepe Canya), la programación de La Nau (trabajo realizado por Ibán Ramón + Dídac Ballester, referentes valencianos no sólo por su diseño sino además por su sensibilidad histórica), el movimiento València Vibrant (con imagen de Vicent Carbonell) o en el entorno privado destacan las campañas de la renacida cerveza Turia (branding de CuldeSac) con ese olor (y sabor) tan valenciano.

El buen asesoramiento es fundamental, más aún cuando el mal ejemplo ha hecho tanta huella y la excepción es saber que hay que acudir a un diseñador profesional para obtener un buen diseño.
En efecto, puede hacerse bien. La fórmula es tan sencilla como contar con un profesional. Recientemente la Asociación de Diseñadores de la Comunidad Valenciana hacía público un texto de denuncia titulado "El diseño es una profesión" [ link: http://adcv.com/el-diseno-es-una-profesion/ ] que precisamente ahondaba en esta problemática.
Y si en un aspecto como el diseño resulta tan obvio el mal resultado, qué harán con todo lo demás... Es preocupante.
Cuando viajamos a ciudades del mundo que han respetado su identidad, la primera capa que nos encontramos a pie de calle es la de un legado gráfico en sus fachadas, que han convertido en patrimonio con el paso de los años. Ese detalle, que a veces resulta invisible ya que debería ser lo normal, contrasta radicalmente con lo que nos encontramos por ejemplo en Valencia y en otras ciudades que han dejado morir sus auténticos signos de identidad.
Valencia está, ahora mismo, repleta de contenedores de cultura vacíos construídos con fondos públicos. Otro grave error de estrategia por el que nadie ha tenido la decencia de entonar un mea culpa mientras los ciudadanos han asumido el coste, sobrecoste y deuda de dichas instalaciones. Es otro síntoma del descuido por el arte y por el diseño, por el contenido de estos contenedores vacíos, por la cultura, en definitiva, un evidente descuido por una apuesta de futuro.
Sin educación ni innovación no hay futuro, y los que deciden por Valencia tienen ahora mismo el porvenir de la ciudad hipotecado.
Por lo tanto, existe una cultura visual valenciana que se llama incultura, digna de pasar página, fiel reflejo de esa ciudad hipotecada y lejos del gran patrimonio que nos dejaron otros tiempos más éticos. Luchemos por esa ética y esa cultura.