Cultura y Sociedad

EL LENGUAJE DEL CINE

Frankenweenie Los monstruos cotidianos de Tim Burton

Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

VALENCIA. Hace unos años, el cineasta Quentin Tarantino declaró que dejaría de dirigir películas cuando cumpliera los 60. Decía que era muy difícil seguir haciendo películas relevantes a partir de esa edad porque se perdía un poco el interés, la implicación total en los proyectos, o lo que los cursis llaman "pulso narrativo". Él no se veía a sí mismo tan metido en sus películas para entonces e incluso afirmó que no había tantos directores que le llamasen la atención cuando llegaban a cierta edad.

Estas palabras indican, en realidad, que nuestra relación con la cultura, y con el cine, tiene un claro componente de emotividad y de reconocimiento, también de carácter generacional. Nos sentimos más identificados con aquellas películas que nos recuerdan a ciertas etapas de nuestra adolescencia y juventud, y establecemos un vínculo mayor con aquellos directores que sentimos más próximos, bien sea por edad o por similitud en gustos culturales o en la visión del mundo.

Esto es lo que explica la comunión que han establecido, en las últimas décadas, con amplios grupos de fans realizadores como Quentin Tarantino, Jim Jarmusch o Tim Burton. Todos ellos han sabido leer por dónde irían los tiros, que básicamente iban por una renovación de planteamientos consistente en recoger influencias de diversos ámbitos, reivindicando la cultura popular y todas sus manifestaciones (no sólo el cine, sino también la televisión o el cómic) en una obra que recogía elementos de la tradición norteamericana y europea.

El caso de Tim Burton tal vez sea el más representativo, ya que sus películas parten de productos de la cultura de masas, como Batman o Ed Wood, que sí, que eran muy populares, pero que a nadie se le había pasado por la cabeza utilizarlos como material para una producción de Hollywood. El valor de Burton radica en ser un pionero en este camino que luego han seguido infinidad de cineastas, no sólo en Estados Unidos (Robert Rodriguez o las películas de Pixar, por ejemplo), sino también en España (ahí tenemos a Álex de la Iglesia).

Pero siempre llega un momento en el que este seguidismo, esta identificación, se rompe, como si los aficionados creciesen y sintiesen la necesidad de matar al padre. Ha sucedido con Woody Allen, con quien ahora hay que meterse para "ser cool", y viene ocurriendo en los últimos años con Tim Burton. Y ha pasado cuando el director norteamericano se ha dedicado a adaptar productos conocidos, que formaban ya parte de la tradición cultural anglosajona, como 'El planeta de los simios' (remake de la película de Franklin J. Schaffner), 'Alicia en el país de las maravillas' (adaptación de las novelas de Lewis Carroll) o 'Sweeney Todd' (la revisión de Burton del musical de Stephen Sondheim). En ninguno de estos casos ha descubierto Burton América, y eso es lo que parecen reprocharle sus seguidores.

Y, para rizar el rizo, ahora estrena 'Frankenweenie', una película basada en uno de sus primeros cortometrajes de los años 80, que trataba sobre un niño, llamado Victor Frankenstein, que resucitaba a su perro, tras morir atropellado. La mascota, Sparky, quedaba como una especie de monstruo lleno de cicatrices y con los electrodos en el cuello. El cortometraje mostraba los sueños de la infancia del propio Burton: en otro de sus cortos, Vincent, otro niño obsesionado con la ciencia ficción intentaba convertir a su perro en un zombi.

Estos cortometrajes reflejaban ya la principal característica del cine de Burton: el cuestionamiento del concepto de "normalidad", término impuesto por una sociedad hipócrita que busca la homogeneización ideológica. En sus películas, los monstruos son buenos, son seres que generan rechazo sólo debido a la incomprensión de los que se consideran "normales". Y los "normales" son los elementos más terribles, los que manejan el cotarro, los que deberían causarnos pavor. Pensemos en Eduardo Manostijeras o en el propio Ed Wood, vistos como peligros en potencia a los ojos de los demás pero que, en el fondo, son seres indefensos que buscan en todo momento participar de un entramado social que se niega a aceptarlos.

El problema de Frankenweenie radica en la estupidez del sector de la crítica cinematográfica. Estupidez porque ha asentado algunas manías personales como verdades irrefutables. Una de ellas consiste en decir que un remake es una película de segunda categoría. Otra es que, si adaptas una buena novela, la novela siempre será mejor que la película. Pero que si la novela adaptada es mala, seguramente la película será buena. No hay ninguna justificación teórica para estas burradas porque es una chorrada sostener tales afirmaciones, que se pueden desmontar con cuatro ejemplitos rápidos: Moby Dick, de John Huston, El proceso, de Orson Welles o El cabo del miedo, de Martin Scorsese.

Las pruebas poco importan porque lo que cuenta es oficializar esa muerte del padre, mostrar que se han superado etapas relacionadas con la juventud ya perdida. Ése es el discurso lacrimógeno que se oculta tras las críticas negativas a Frankenweenie, arremetiendo contra la supuesta falta de ideas de Burton al haber adaptado un antiguo cortometraje suyo. Una práctica que, por cierto, le dio muy buenos resultados a Raymond Chandler, que construyó sus mejores novelas (como El sueño eterno, Adiós, muñeca o El largo adiós) a partir de la adaptación de sus relatos cortos. El propio Chandler definía esta acción con el verbo "canibalizar".

Con todo, Burton sigue insistiendo en sus ideas al respecto de la monstruosidad, criticando un modelo social y de familia que es mucho más perverso y siniestro de lo que pueda parecer. Un modelo en el que se cercenan las aspiraciones de las personas, obligándolas a pasar por el aro. En la película, el chaval, Victor, sueña con ser un científico, pero sus padres quieren que haga lo típico de los chiquillos de su edad, que vaya de picnic con la familia y que juegue al baseball, lo que desencadena el atropello del perro y los acontecimientos posteriores.

Lo siniestro entonces emerge, y resulta tan contagioso que se vuelve en contra de esa comunidad que trata de reprimir cualquier tentación de romper la línea recta: pronto todos los chavales se ponen a imitar a Victor, desatando una ola de monstruitos revividos (pero inofensivos) con homenaje a King Kong y Godzilla incluido. Y Burton se muestra, una vez más, como un transgresor gamberro e iconoclasta, inmerso en su mundo particular del que participa el cine de terror de la Universal y el expresionismo alemán.

Pasan los años y Burton sigue rejuveneciéndose. Porque, al final, no es una cuestión de edad, sino de cómo percibimos la edad. No tiene razón Tarantino porque no se trata de la actitud que se tiene ante las películas o la vida, sino de sucumbir o no a una marea homogeneizadora que te empuja a hacer las cosas como se supone que deberían hacerse. Y Burton vuelve a llevar la contraria cometiendo el mayor pecado para la elevada clase crítica cinefílica: citarse a sí mismo canibalizando sus cortometrajes. También son ganas de tocar las narices a su edad.

 _____________________________

Ficha técnica Frankenweenie, EE UU, 2012, 87'

Director: Tim Burton
Intérpretes: Catherine O'Hara (voz), Martin Short (voz), Martin Landau (voz), Winona Ryder (voz), Michael Keaton (voz)

Sinopsis: Victor Frankenstein es un niño de 8 años obsesionado con la ciencia ficción. Cuando su perro muere atropellado, decide resucitarlo aplicando los principios de la electricidad que ha aprendido en la escuela.

Recibe toda la actualidad
Valencia Plaza

Recibe toda la actualidad de Valencia Plaza en tu correo