Cultura y Sociedad

CARTAS DESDE BOLONIA

#OpiniónVP 'La corrupción valenciana fue un invento de Madrid', por José Martínez Rubio

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BOLONIA. ¿Está Valencia anestesiada? Es solo una pregunta. Anestesiada, no contra el dolor, sino contra la vergüenza, que son dos cosas distintas. La pregunta sigue en pie, a quien corresponda. Quizás la exposición prolongada a sus efectos (hablo del dolor y de lo otro) haya hecho que las fibras nerviosas del País, o del Reino, o de la Comunitat, se hayan atrofiado, igual nuestro sistema financiero, permitiendo tan solo una forma de vida vegetal, asistida por el FLA, Montoro y los minutos que La Sexta dedica a reproducir las conversaciones de Sonia Castedo con Enrique Ortiz. Sin liquidez ni sentimientos, al borde del colapso emocional. Taquicárdica. Así sobrevive la patria después del shock.

Somos el punto de llegada de una encrucijada espacio-temporal que va geográficamente de Carlos Fabra a Díaz Alperi, e históricamente de Eduardo Zaplana a Juan Cotino. Son modos de hacer y de vivir. Y sobre todo modos de perder.  

EL EXTRAÑO TRIUNFO DE RAFAEL CHIRBES

A Rafael Chirbes empezaron a hacerle caso cuando escribió Crematorio. Veinte años antes se había presentado al mundo con Mimoun, una autoficción (podríamos pensar) sobre un profesor que se instala en Marruecos para escribir una novela que martillea su cabeza de forma obsesiva. Y ahí quedó, confusa y perdida como el personaje.

A mitad de camino entre el simple destello y el fogonazo, justo en 1996, publicó La larga marcha. Con La buena letra unos años antes, en el 92, completaba un mosaico sentimental sobre la posguerra y el franquismo. Ambas novelas reproducían los susurros y los miedos de las mujeres de la derrota. De forma desbordada, es cierto, pero decente.

No obstante fue Crematorio, con su paisaje envenenado y su gangsterismo mediterráneo, la que alumbró veinte años de escritura. La corrupción empresarial, el abandono del campo y de la vida tradicional, la especulación inmobiliaria o la vanidad, el lujo y el garrulerío fueron las variables que configuraron la nueva cultura del pelotazo. Y el deambular cultural dura hasta hoy, como una mala resaca

La publicación y el éxito de Crematorio dejaba algunas preguntas por el camino. ¿Se habían perdido los escritores un momento crucial para narrar la historia de este país? ¿Atendiendo a un pasado desatendido, Guerra Civil, etcétera, estaban olvidando los escritores que el futuro y su tragedia se estaban fraguando a base de cemento y promotoras, y que valía la pena mirar por la ventana?

Pero más allá de las ausencias en la Historia de la Literatura, son más interesantes las ausencias de la conciencia colectiva: Crematorio era una novela incómoda, como mínimo, y fue celebrada por público, crítica e instituciones en un mismo aplauso. Literariamente, fantástica. Socialmente, había algo que no funcionaba. En mi opinión, siendo brutal, la obra consiguió revelar aquello que precisamente estaba denunciando: la normalización del delito. ¿Nadie se escandalizó por esa radiografía decadente? No. Al contrario, ganó el Premio Nacional de la Crítica ese mismo año.

Pero es más, cuando Crematorio se convirtió en serie de televisión, los productores pensaron que el protagonista debía ser interpretado curiosamente por Pepe Sancho. Que ya es un síntoma. Pepe Sancho fue el actor que mejor supo sacarle partido al agónico gobierno de Francisco Camps y al primerizo de Alberto Fabra en los vertiginosos años 2010, 2011 y 2012.

Por situarnos, en pleno desmantelamiento del circuito teatral valenciano, Teatres de la Generalitat programó una obra de valor nulo como Los intereses creados (de Jacinto Benavente, un mal Nobel en 1922), con un presupuesto generoso, con vestuario de Francis Montesinos y con Pepe Sancho monopolizando la actividad teatral de la cuidad, la publicidad institucional y los fondos de Teatres. El resultado fue espectacular: tres años de programación, llenazo diario en el Principal, bolos en Madrid, desaparición de la institución y Medalla al Mérito Cultural de la Generalitat Valenciana 2012 para el protagonista.

¿Era normal todo eso? ¿Era normal tanto aplauso?

Rafael Chirbes, escritor y cronista de nuestro tiempo. FOTO: JESÚS CÍSCAR.

COMO SI EN MADRID NO OCURRIERA

Fue el propio Chirbes el que sugirió el título de este artículo. En la Festa dell'Unità en Bolonia, adonde había acudido como invitado para presentar su última novela, En la orilla (Premio Nacional de la Crítica 2013...), alguien le preguntó precisamente eso: ¿por qué sus obras molestan menos de lo que debieran? La respuesta apresurada no fue suya: la anestesia que en el fondo sentimos todos ante una corrupción que ya no nos parece novedosa.

La suya, en cambio, la que sí nos regaló con un gesto de seriedad y de importancia, fue magistral: a todo el país le ha interesado crear esa imagen de la Comunidad Valenciana, a todo el país le ha interesado convertirnos en símbolo y prototipo de lo corrupto, focalizar los males de la política y los males de la especulación en un solo territorio. Como si en Madrid no ocurriera. Como si en Cataluña tampoco. Como si en Extremadura (donde vivió) no existieran redes viciadas entre lo público y lo privado. Y continuó explicándonos la polémica que mantuvo en alguna ocasión sobre este borramiento de responsabilidades y sobre la excesiva atención a la "marca valenciana".

Que existe, efectivamente.

Que un territorio capitalice un problema generalizado es una trampa. Que su imaginario cultural se regodee en sus propios males sistémicos es preocupante. Pero que finalmente un país haya acabado naturalizando una novela bomba, una situación excepcional, el crimen y el delito, es verdaderamente alarmante. Y aquí no pasa nada. O pasa poco.

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