Cultura y Sociedad

EL CABECICUBO

¿Pasaría el Planeta Imaginario los test de Bob Esponja?

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MADRID. Es tal la cantidad de souvenirs de Nickelodeon que nos invade que a veces uno llega a preguntarse si cuando llegue otro rescate y la troika nos imponga a un tecnócrata se decantará por Bob Esponja. Cualidades no le faltan. Raúl Michilena dijo en un artículo en el suplemento de cultura de La Vanguardia sobre esta serie de dibujos animados que retrataba a la perfección las consecuencias de las políticas neoliberales en el mundo. Bob Esponja nunca se queja, vive para trabajar y no al revés, pero a todo le pone una sonrisa.

Dado que la política en la actualidad parece, más que una herramienta para mejorar las condiciones de vida, una gestora atenta a que no cunda el pánico mientras se hunde el barco y todo lo demás es populismo, la esponja amarilla podría ser un gran líder de masas para España. Al menos Nickelodeon nos dejaría unos duros con el patrocinio.

Este ejemplo sólo sería válido para la piel de toro. En otros países, como Ucrania, han dictaminado que Bob Esponja es homosexual. Lo hizo, según el teletipo de EFE, una Comisión Nacional para velar por la moral pública. Y también se cepilló a Los Simpson, Padre de Familia, Pokemon, los Teletubbies y Futurama. Una psicóloga se quejó de que después de ver estas series, a los niños les daba por: "muecas y burlas delante de adultos que no conocen, ríen a carcajadas y repiten sinsentidos de manera ostentosa". A las instituciones ucranianas se conoce que les preocupa que los niños parezcan niños.

No obstante, más grave que todo esto fue un estudio de la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, que decía que el ritmo endiablado de Bob Esponja "perjudica la capacidad de atención en niños de cuatro años y aumenta su impulsividad". Además, que sea "extremadamente fantástica" también "perjudica el aprendizaje temprano".

Teniendo en cuenta que la imagen de Bob Esponja está más presente en todas partes que la de Cristiano Ronaldo, Obama o el mismísimo Papa, es natural que se someta el producto televisivo a análisis de todo tipo, algunos más afortunados que otros. Pero de nuevo surge la duda.

Qué pasaría si sometiéramos a este tipo de análisis las series infantiles del pasado. Cómo se quedaría el comité ucraniano o la Universidad de Virginia si, por ejemplo, le mandásemos analizar El Planeta Imaginario.

Josep Maria Vidal y Miquel Obiols fueron los creadores de este recordado espacio que todavía resulta controvertido. Algunos lo recuerdan como momentos mágicos de televisión, otros tan acreditados como El Hematocrítico lo califican directamente de "mierda" y reconoce que lo veía de niño porque no podía cambiar de canal. Seguro que también los hay que dicen que Jan Svankmajer era su entretenimiento de cabecera cuando eran críos y El Planeta Imaginario una banalidad para las masas y futuras chonis tatuadas. Sea como fuere, el espacio lo que está claro es que era de todo menos convencional. 



A menudo se recuerda El Planeta imaginario con lugares comunes. Ida de olla, psicodelia en vena, etcétera. Pero era algo más que eso. Tenía marionetas, danza, era un circo televisado que, sí, se desarrollaba en contextos surrealistas propios de Alicia en el país de las maravillas. Su emisión coincidió con un programa mucho más celebrado, La Bola de Cristal, donde Javier Gurruchaga, por ejemplo, protagonizaba unos sketches que bendito sea el niño que los entendiera o llegara a disfrutar de ellos, y la fama de incomprensible se le ha quedado al Planeta. Pueden introducir también aquí la cuestión nacional y preguntarse por qué el programa madrileño se recuerda como el enrollado y el catalán como el pretencioso.

 

Hombre, cuando un programa infantil empezaba diciendo "Un viaje imposible con René Magritte", como se hizo en dos especiales sobre el pintor emitidos en marzo del 86, es difícil no hacer chistes. Tanto ahora como hace veinticinco años, que Miquel Obiols incluso tuvo que explicarse en La Vanguardia:

"Que un programa catalogado de "infantil" dedique dos capítulos a la pintura de Magritte podría ser interpretado como una locura pasajera. Pero es que se partió de dos ideas fundamentales que "todo lo infantil" no es ni debe ser un producto de segunda fila, sino al contrario y que el espectador joven recibe constantemente propuestas y estímulos de todo tipo. Por eso, estamos convencidos de que el mundo de los sueños voluntarios de Magritte podrá resultar igualmente apasionante tanto para los niños como para los adultos".

Imagínense un programa para niños así actualmente. Ahí, en el horario de Sálvame. Obiols seguía:

"El resultado puede ser calificado de viaje en tres dimensiones a través de sus pinturas, provocando una multiplicidad de imágenes ‘magrittianas" en cada una de las secuencias televisivas. Mientras Flip y Muc están jugando una apasionante partida de ajedrez, en el cielo del Planeta se detiene una singular nave espacial o un planeta de los sueños, donde viajan dos pasajeros dormidos; un león y un niño. Pero cuando el sueño de los viajeros se trunca, el niño desaparece. Para recuperarle, para que el león pueda devolver al niño a su casa, al amanecer, será necesario reconstruir el mundo de los sueños que ha soñado el niño y que el león recuerda.

Entonces, con la imprescindible ayuda de los habitantes del Planeta imaginario, el león hará aparecer: la Manzana viviente, la Mujer con el ramo de violetas en la cara, la Habitación mágica, los Hombres del Bombín y de Papel Recortado, la Mujer de la Cabellera, el Espejo Invertido, el Castillo de los Pirineos, la Ciudad Encantada y otros. Situación y personajes que se van hilvanando oníricamente, mientras aparece lentamente la figura del niño M, aunque por partes".

Prueben a llevarle este argumento a un ejecutivo de la televisión privada actual, ya verán que risa. Lo cierto es que el trabajo de Obiols no se quedó ahí. Luego su siguiente proyecto en la televisión pública, Picnic, en los noventa y con Pere Ponce, también se basaba en efectos visuales y locuras varias. Lo mismo que Programa Más o menos multiplicado o dividido, en Canal Plus, donde siguió con sus juegos de imágenes, esta vez con dos personajes, Poliéster y Plexiglás, que aparecían y desparecían y hasta se codificaban a voluntad. Una fiesta, vaya.

Pero habría que ver la repercusión o el interés que despertaría en el público de hoy el antiguo Planeta Imaginario. Al margen de que algunos sketches estaban protagonizados por Pepe Rubianes, maligno antiespañol, o Galindo, el de Crónicas Marcianas, que hacía de vampiro que chupaba la sangre de los libros y los dejaba en blanco, lo que no parece que case actualmente no es su mensaje cultural, pseudoecologista, o sus inclinaciones gays para las mentes calenturientas ucranianas, sino su calidad. No son pocas las personas que cuando vuelven a ver la cabecera del programa, con la música flipante de Isao Tomita, tienen un 'momento madalena de Proust' importante.

 

Era la antesala a media hora fascinante. A veces te quedabas embelesado, otras perturbado, pero la digestión nunca era normal; era un espacio trabajado con un respeto a sus espectadores, los niños, y a sí mismos, los creadores, que, hoy por hoy, se nos antoja imposible de reproducir. Ni a propósito. Y ese es el problema.

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