Cultura y Sociedad

'EL CABECICUBO'

Por fin un españoles fracasados por el mundo

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VALENCIA. De cine que opinen los que saben, que saben mucho y todo lo saben enseñar, que cantaba el Gato Pérez. Pero para este humilde espectador de televisión, Icíar Bollaín es posiblemente el mejor talento cinematográfico con el que contamos en nuestra vasta y brillante cantera de cineastas. Hubo dos películas clave en su trayectoria, sin desmerecer otros de sus títulos, para hacer esta aseveración. Te doy mis ojos, sobre el maltrato a una mujer. Un hecho que sucede en España, como sabemos, trágicamente con demasiada frecuencia. Aunque no menos que en otros países que no se toman la molestia de cuantificarlo. Y También la lluvia, sobre los problemas de la privatización del agua en Bolivia y con una crítica corrosiva a la progresía occidental, concretamente, a la del gremio al que ella pertenece.

En esos dos casos hundió sus pies hasta los tobillos en el barro de la realidad. De los problemas actuales. Quiso ser de su tiempo, ser crítica, aportar una mirada inteligente fuera de clichés. Los expertos luego tendrán otras valoraciones, pero que su trayectoria es la descrita es innegable. Y ese camino le ha llevado a rodar un documental. A dejar la ficción. Lo cual no se sabe si es bueno o malo, pero ha aterrizado en la pequeña pantalla y por lo tanto en esta columna.

Su documental, con la participación de la productora valenciana Turanga Films, se llama En tierra extraña y sirve de contrapunto a los reportajes de españoles por el mundo, con franquicia en cada comunidad autónoma y la particularidad castellanoleonesa que también consideraba relevante su diáspora por el territorio nacional. La emigración en España se ha tratado en estos formatos como un exilio dorado. Es popular denominarlos "triunfadores por el mundo", una concepción de los programas que ignoraba a todos aquellos que se veían forzados a salir por problemas económicos y a los que, de entre estos, se enfrentaban a dificultades legales y laborales y a esa fina lluvia que se llama racismo y que no la ejercen solo los skin heads con esvásticas tatuadas, sino todo hijo de vecino en todas partes.

Los españoles que aparecen en este documental, estrenado en Canal + (fue preestrenada en noviembre en el Espai Rambleta), transmiten una sensación de fracaso en la medida en que no están trabajando en lo que han estudiado y para lo que están trabajando no les habría hecho falta estudiar. En otros casos la situación es peor, no encuentran trabajo en España para el que no hace falta cualificación.

En el inicio varios de estos españoles en Edimburgo tratan de hacer una acción artística colectiva. Reúnen guantes a los que le falta la otra mitad, algo simbólico, y quieren que todos cuenten su historia, pero hay gente reticente. No se sienten cómodos porque piensan que se les va a "victimizar", otros no están nada orgullosos de su trayectoria y tampoco les apetece hacerla pública.

Pero los que hablan reflejan la cruda realidad que todos conocemos ya a estas alturas. Aparece un arquitecto técnico que está limpiando cocinas y sacando la basura. Dice que ha hecho masters, ha leído libros, ha estado estudiando toda su vida "para nada". Aunque destaca que en Escocia "si haces algo bien, te lo valoran y te lo pagan, puedes ir poco a poco, step by step". Han dado su país por imposible. No hay meritocracia, denuncian, ni en los niveles más bajos del trabajo.

Otra parte destacable es que todos se identifican con los inmigrantes que llegaron a nuestro país y que ahora, en grandes cantidades, lo están abandonando. "Me veo reflejado en todos los inmigrantes que venían de Sudamérica", dice uno. "Sí siento racismo, estamos viniendo en masa", explica otra. Y a diferencia de las generaciones anteriores que emigraron a Alemania, Francia o Suiza, esta nueva diáspora española no puede enviar remesas a casa.

Psicológicamente también se quejan de que tenían esperanza en su país, crecieron con expectativas de independizarse, ganarse la vida, prosperar, pero que ahora lo han perdido. Se quejan de que se lo han "robado".  Eso, al menos, no lo tenían los antiguos emigrantes que crecieron en un país devastado.

La parte más discutible es un monólogo de Alberto San Juan que sirve de diagnóstico de la situación española que se alterna con las entrevistas a los emigrantes. Parte de una premisa falsa. Repite el mantra de que España ingresó en la Unión Europea con la condición de desmantelar su industria y quedar relegada a potencia turística. A fuerza de repetirlo se va a convertir en verdad y no es la finalidad de esta columna el debate económico, pero hay que tener en cuenta la amplia literatura que hay al respecto donde se pone de manifiesto que buena parte de la industria española se desmanteló ella solita porque estaba obsoleta, pues había crecido al abrigo de la autarquía y el cierre de fronteras.

San Juan dice que con el Plan de Estabilización España se abrió al capital extranjero. Sí, pero para abrir una empresa en nuestro país los inversores foráneos estaban obligados por ley franquista a buscar un socio español que tuviera el 51% de la empresa. Se ha criticado que muchos de ellos ejercían de meros chupópteros. Cuando España dejó de estar aislada, las empresas que eran tinglados se hundieron, pero otras pudieron comprar tecnología más barata, modernizarse y competir. El problema de hacer tabla rasa con el ingreso español en la CEE, como si todo respondiera a un plan chapucero de nuestras elites, es muy tentador, lo explica muy bien todo, pero al que mejor parado deja es al franquismo. El saldo de nuestra criminal dictadura también fue económico. No se debería confundir a los chavales con estas cosas.

Por supuesto, la entrada en la CEE perjudicó a muchos sectores -al margen de pesca y agricultura-. Es lo que ocurre cuando otros países pueden colocarte sus productos más baratos. Pero esto le ocurre también a Croacia y a todos los nuevos socios. Y es recíproco, también compañías españolas pueden beneficiarse en sentido contrario. Si nuestra economía no se orientó hacia esos sectores para fortalecerlos en la medida de lo posible y poder competir, si se hipertrofió el sector inmobiliario, ya fuese por la presión del paro endémico, por especulación o pura corrupción, es otra historia diferente.

Todo este enfoque, por supuesto, es muy matizable, pero la reducción al absurdo de que tiramos a la basura nuestra industria a cambio de entrar en la CEE es un chiste tabernario. Yo en ese caso prefiero pensar que la perdimos jugando a las cartas en una partida a cara de perro. Los líderes políticos juegan mucho a las cartas ¿no lo saben? ¡ésta sí que es una conspiración! Todo el orden mundial se decide en timbas de póquer, pero nos lo ocultan sobornando a los medios ¡menos a esta columna de televisión! Se acabó la impunidad de los ludópatas mundiales. Dicho todo esto, es de agradecer que en la pequeña pantalla proliferen los espacios que niegan que nuestro país sea Disneylandia. Especialmente si reflejan los problemas de la emigración, aunque haya sido porque ahora la vivimos en carne propia.

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