VALENCIA. EL cantante Miguel Bosé ha contado EN más de una ocasión una curiosa anécdota. Cuando era pequeño y trasteaba en casa de su padrino Pablo Picasso, el pintor le sometía al siguiente juego. Le decía que hiciera varios dibujos. Al terminarlos, tenía que elegir uno, el que más le gustaba para, a continuación, romper con las manos los demás. Era una manera de hacerle ver al niño el valor de la elección, que implica a su vez saber renunciar y saber desprenderse de aquello que ya no necesitamos.
La anécdota indica muy bien que, desde críos, estamos sometidos a constantes elecciones en nuestro sistema cognitivo y de valores. También nuestro sistema de consumo está construido sobre esta premisa, de tal manera que se nos interpela sin cesar a que tomemos decisiones. Se trata de una dinámica que hace girar la rueda capitalista ya que, al consumir, sentimos que estamos ejercitando un determinado poder en esta toma de decisión.
Esta es la premisa que ha llevado a construir el mercado cinematográfico occidental, basado en una dualidad: el cine norteamericano es para entretener, frente al cine europeo, realizado para pensar. Así, Hollywood construye sus productos con la idea de ser consumidos a toda leche, de modo que el éxito de una película ya no se mide siquiera en términos de recaudación en taquilla, sino en la recaudación que ha tenido durante su primer fin de semana.
La caducidad de las películas cada vez es menor en términos de rentabilidad. Por el contrario, el cine europeo no estaría tan interesado en la recaudación como en erigirse en un producto que dure en el tiempo, que cree un efecto más profundo que el de su comercialidad.
Se trata de una distinción que ha tenido un calado muy importante y que nos condiciona a la hora de elegir una película de un continente u otro. De modo que aún resulta un poco raro cuando algún director de Hollywood se lo cree y sueña con la trascendencia, con dejar un legado para la posteridad, cuando se ve a sí mismo como alguien imprescindible en los manuales de historia del cine que se escribirán en el futuro. Es lo que podríamos denominar "el síndrome Stanley Kubrick".
Esto es lo que sucede con la última película de los hermanos Wachowski, titulada El atlas de las nubes, y que ha contado con la codirección de Tom Tykwer, embarcado en este sueño de grandeza manifestado ya en el mismo título del film. Para llegar a ser una película grande, se empieza con el tema y la estructura: se narran seis historias separadas en el tiempo por varios siglos, desde la Edad Media hasta el siglo XXIV.
Con un montaje en paralelo, vemos las peripecias de personajes variopintos, desde un compositor anciano y su joven amanuense hasta un futuro en el que los humanos son tratados como robots, personajes que aparecen todos ellos supuestamente conectados entre sí.
Vamos, el tipo de estructura al que se han enfrentado cineastas pretenciosos en algún momento de sus carreras, como Robert Altman (en Vidas cruzadas) o Paul Haggis (en Crash). Y si encima ponemos a algunos actores interpretando a varios personajes, pues ya conseguimos que las cosas parezcan muy complicadas para que tengamos la sensación de que estamos pensando mucho. Es el primer síntoma del síndrome Kubrick, el de películas como Atraco perfecto o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.
El segundo síntoma es el de hablar de temas eternos. En El atlas de las nubes, tenemos un mensaje muy zen, con un guión que parece escrito por Jorge Bucay lleno de ácido escuchando un disco de música hindú. Aquí se viene a decir que la muerte no importa. Es más, la muerte es algo muy cool, mola tope o sea, porque claro, cuando te mueres, todo lo que has hecho trasciende a otras vidas en el futuro, porque "nuestras vidas no nos pertenecen", como se dice en la película. Es el típico mensaje de fanatismo sectario ultracristiano: los sufrimientos de esta vida, hermano, hay que padecerlos con resignación, porque todo tiene un sentido que no podemos entender.
Es el mensaje tontochorra de ciertas películas reaccionarias que también han causado sensación, como aquélla de El árbol de la vida, con Brad Pitt rezando a todas horas y dando gracias al cielo por el pan que nos regalas a diario. La historia del cine está trufada de ejemplos así, de visiones pedantes y huecas sobre los grandes temas de la humanidad, como en Muerte en Venecia, de Luchino Visconti, o en La chaqueta metálica, donde se supone que Kubrick habla de lo malas que son las guerras. Se supone porque se lo diría él a sus amigos en un bar, porque en la película ese mensaje tan elevado no se ve por ningún lado.
Pero el síntoma más palpable es esa falacia consiste en decir que la película tiene muchas lecturas. Es lo que ha alimentado el marketing con 2001: Una odisea del espacio. Que si no es una película narrativa, que si tiene muchos sentidos ocultos, que si cada espectador puede sacar su propio significado. Tonterías. Excusas para justificar dos horas y pico de aburrimiento en una historia lineal y totalmente denotativa. En El atlas de las nubes no llega esa sensación de aburrimiento pese a lo mucho que se esfuerzan los Wachowski y Tykwer por alcanzar al Maestro Kubrick.
Lo que ha sucedido aquí, en el fondo, es lo de siempre. Que los Wachowski eran unos tipos que hicieron una película que estaba bastante bien, Matrix. El éxito desmesurado de la película provocó estirar el fenómeno hasta el infinito. Así pues, una cinta de ciencia ficción que insinuaba un futuro apocalíptico derivó una trilogía incomprensible y ampulosa: digamos que los Wachowski se lo creyeron, y pasaron de ser unos cineastas netamente hollywoodienses y preocupados por el entretenimiento a verse como europeos, es decir, como gente con mucho mundo interior que tenían que ofrecer a la posteridad su legado, su visión donde lo explican todo, el orden cósmico que da sentido al origen y destino de la humanidad.
Una modestia de planteamientos que remiten irremediablemente a Kubrick. Así pues, ya tenemos película para salir con el ceño fruncido del cine, con gesto de pensar mucho. Por lo menos, hasta la semana que viene, que es el tiempo que tardará Hollywood en vendernos otra moto.
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· Ficha técnica
El atlas de las nubes (Cloud Atlas) EE.UU., 2012, 172'
Directores: Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski
Actores: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Susan Sarandon, Hugh Grant
Argumento: Las pequeñas relaciones que se establecen entre varios personajes de distintas épocas muestran un orden cósmico en el que cada acción tiene un eco o consecuencia en el futuro.