Cultura y Sociedad

EL LENGUAJE DEL CINE

'El capital'
El rico que roba a los pobres

  • El director de cine Costa Gavras
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VALENCIA. Cuando pensamos en la historia del cine contemporáneo, siempre tenemos que remitirnos a los años 60 y 70. Fue en esas décadas cuando se produjo una renovación en diversos órdenes sociales y culturales, también en el cinematográfico. Cambió el lenguaje, los temas que se trataban en la pantalla e incluso los gustos del público. Se dio un proceso de politización: en la época en que se luchó por los derechos sociales, el cine también se volvió más político, ya que el interés por las historias cotidianas sustituyó a la grandilocuentes epopeyas del cine clásico.

Todo esto provocó una renovación de los referentes. Una nueva generación de directores jóvenes pasaron a ocupar la primera línea: nombres como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese o Woody Allen en Estados Unidos, o François Truffaut, Jean-Luc Godard o R.W. Fassbinder en Europa establecieron las nuevas pautas. Todos ellos compartían un interés por narrar historias de personas anónimas, del día a día, en la sociedad contemporánea que se enfrentaban a los problemas con los que nos encontramos todos habitualmente. Se trataba, así pues, de un cine más apegado a nuestra realidad, un cine más político.

El director de cine Costa Gavras

Uno de los dramas de la cultura cinematográfica actual es que, desde entonces, no se ha producido una nueva renovación de referentes. Y las preguntas que se hacían estos cineastas en los años 60 y 70 siguen siendo pertinentes hoy en día. Se han producido anuncios de movimientos supuestamente rupturistas y directores que van de innovadores y profundos por la vida. Pensemos en Lars von Trier y su movimiento Dogma 95, una auténtica idiotez carente de significado y relevancia, un pastiche publicitario con el que el cineasta danés filonazi trata de presentarse como el gran gurú de la cinefilia gafapasta.

El caso es que esta carencia de referentes reales provoca que volvamos, una y otra vez, a los cineastas de aquellos años, que sigamos escuchando lo que nos tienen que decir, sus propuestas y su punto de vista sobre la situación que estamos viviendo. Y uno de los cineastas más interesantes surgidos de aquellos años reivindicativos sin duda es Costa-Gavras.

A Costa-Gavras se le ha intentado catalogar muchas veces como el pesado que siempre habla de política en sus películas, como una especie de abuelo Cebolleta que no para de dar la murga con la política internacional. De hecho, ése ha sido el auténtico leitmotiv de su cine: dar visibilidad a los poderes fácticos que controlan el mundo para denunciar las mentiras de las democracias occidentales y la indefensión de los ciudadanos ante los abusos del poder. Las películas de Costa-Gavras hablan sí, de política, pero no son películas que muestren acciones trepidantes, sino conversaciones en pasillos y despachos, para que veamos las tripas del poder, cómo se cocinan las grandes estafas que hacen mover la rueda del mundo contemporáneo.

El ejemplo más conocido es el de Desaparecido, la película protagonizada por Jack Lemmon en la que encarna a un norteamericano, Charles Horman, que viaja a Chile para buscar a su hijo, de quien no sabe nada tras el golpe de estado de Pinochet. La búsqueda de Horman de despacho en despacho, de departamento en departamento, le mostrará no sólo los entresijos kafkianos del poder, sino también las connivencias inconfesables entre gobiernos, como los vínculos entre la CIA y la dictadura chilena. Asuntos que, pese a ser negados oficialmente, son sobradamente conocidos gracias, entre otros, a Costa-Gavras.

Esta labor de denuncia es la que practica en El capital. Aquí, el realizador construye una historia de ficción que suena muy real. Un directivo, Marc Tourneuil, es ascendido a máximo responsable de un importante banco europeo. Para sobrevivir en ese mundo de tiburones de las finanzas, decide convertirse en el máximo depredador, instaurando además un sello propio: la hipocresía. Así, su política de despidos (envía nada menos a que a 10.000 empleados a la calle) irá acompañada de un discurso que apela a la concienciación, a la protección del medio ambiente, a la redistribución del trabajo y a la justicia social. El colmo de la desfachatez llega en una secuencia en la que, cenando con su familia política, le suelta al tío de su mujer, comunista de toda la vida, que la globalización financiera representa la aplicación de las ideas de Marx al mundo contemporáneo.

De este modo, a la hora de anunciar su política de recortes recibe, gracias a su capacidad dialéctica, el aplauso entusiasta de sus empleados y las caras largas de los directivos del banco. Sin embargo, al final del proceso (un proceso en el que incluso están planificadas de antemano las huelgas de los trabajadores y sindicatos), se da la vuelta a la tortilla, y la película acaba con los accionistas (entre los que se encuentran miembros del gobierno francés) ovacionando a Tourneuil tras pronunciar su gran frase: "Vamos a seguir robándoles a los pobres para seguir dándoselo a los ricos". Frase con la que Costa-Gavras resume su opinión sobre la crisis.

En el tránsito, asistimos a la evolución de Tourneuil en su creciente ascenso a la hipocresía. Para Costa-Gavras, la crisis se debería definir como una continua estafa que nunca va a detenerse, y de ahí que el protagonista sea un director de banca que recomienda a sus allegados que huyan de los bancos y se guarden el dinero en casa. O que se le llene la boca con intenciones de inversiones responsables y en sectores estratégicos (energías renovables, por ejemplo), cuando lo único que persigue es cómo realizar estafas sin ser el chivo expiatorio que vaya a la cárcel.

En definitiva, cómo hacer que avance la economía con más y más despidos. De manera que la película muestra eso, que el sistema actual busca que crezcan los números sin preocuparse de la situación de las personas. Que aumenten los beneficios imaginarios pero que desaparezcan los derechos sociales reales.

Costa-Gavras se viene así a unir a las voces que puede que sonaran desfasadas hace unos años, pero que muestran ahora una vigencia en su discurso que resulta incontestable. Es como Michael Moore, que años después de clamar en el desierto, demuestra que no es ni radical ni anticuado volver a la terminología marxista para explicar algo tan fácil de entender como que lo que está podrido es el capitalismo como sistema económico y social y que no pasa nada por decirlo de este modo. Bueno, sí que pasa: a Costa-Gavras le han vuelto a llover las críticas por esta última película, acusándole de ser tibio, de no ir más allá.

Críticas carentes de sentido con una película que acaba describiendo a los nuevos 'robin hoods' que se encuentran en la punta de la pirámide: robar a los pobres para dárselo a los ricos. Por eso, qué más da que no aparezcan nuevos referentes cinematográficos si contamos con voces sabias y experimentadas como la de Costa-Gavras. Y lúcidas como pocas.



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Ficha técnica


El capital (Le capital). Francia, 2012, 114 min.
Director: Costa-Gavras

Intérpretes: Gad Elmaleh, Gabriel Byrne, Natacha Régnier

Sinopsis: Marc Tourneuil es el presidente de un importante banco de inversión europeo. Nada más asumir el cargo, anuncia el despido de 10.000 empleados.

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