VALENCIA. Teatre Micalet es una normalidad convertida en lo más inusual del universo. Que Valencia tenga un teatro consolidado cuyas obras se representan en valenciano no debería parecer nada sobresaliente (no hablamos de tener un colisionador de hadrones, sólo un teatro), pero resulta tan anormal que su existencia cada vez se vuelve más noticia.
Su precuela data de los cincuenta cuando, bajo un cobertizo de uralita, desde Teté Montoliu a Lou Bennet le dieron cosmopolitismo a la ciudad hasta que un incendio, como sucede en los buenos teatros, hizo cenizas el sueño. Tras su regreso, como altavoz de una parte de la identidad valenciana, fue marginal durante los noventa, justo hasta que la compañía teatral Micalet (CTM), compuesta por Joan Peris, Ximo Solano y Pilar Almería toma las riendas y le da al reset.
Pasados dieciocho años atiende Pilar Almería. Es la capo (o la CEO, como prefieran) del teatro desde 1995, año en que estrenan 'Nàpols milionària' por las semejanzas que la sureña ciudad italiana tiene con Valencia ("muy extrovertida, desordenada... aunque cada vez ha ido teniendo más semejanzas de otro tipo"). También es actriz. Nos cita en un pequeño teatro para ensayos en el corazón de Velluters, pegados a una estufa. El encuentro tiene lugar un día después de lo planeado.
Su rostro arrastra dos décadas de planes para que en la ciudad se dé ese discreto milagro de tener una programación continúa en uno de los dos idiomas oficiales. Y los planes, ya se sabe, a veces salen bien y a veces no. Pilar Almería dejó la dirección del teatro en 2011, ante un momento económico que impedía tejer ni siquiera unas pocas producciones. Pero un año después regresó a casa, replanteando el perfil de la institución, desde entonces amalgama de teatro, música y danza, más centro de exhibición que de producción.
Aunque ella en realidad quería ser bióloga. "Estaba en quinto, sólo me quedaban tres asignaturas, pero una visita al Teatre Lliure me impactó de tal manera que dejé la biología y me hice actriz". Y luego directora. "Mi madre todavía me persigue". Le gustan las obras que emocionan, y le resbalan los ejercicios formales. Se le pregunta, por saber, si no hubiera sido mejor lo de la biología. "A pesar de las penurias, mi carrera en el teatro no la cambio por nada. Cuando tocas el cielo con la interpretación, la sensación de placer es tan intensa que nos engancha para siempre, no se da en otras profesiones". Un orgasmo. "Debe ser por la carga de endorfinas", explica, desde su 'yo' científico.
VOYEAURS Y DERRUMBES
Teatre Micalet en estas casi dos décadas es, ha sido, la sala de estar de buena parte de la cultura propia. "Siempre hemos escogido obras de vocación popular, nunca hemos querido ser un teatro intelectual". Un teatro familiar que nació tan cercano al público que en un principio se cargó el escenario a la italiana y puso la escena, como los platos de una cena, al centro, rodeada de público. "En Micalet el espectador se convierte en voyeaur". Esos voyeaurs han respondiendo con fidelidad. Vienen en su mayoría de los pueblos ("ya sabes que en la ciudad se habla poco valenciano..."), tienen entre treinta y sesenta años y "quieren para sus vidas algo más que televisión".
La familia que conformaron el teatro y su público funcionó moderadamente bien desde 2001, cuando con la ayuda de la Consellería de Cultura el edificio se restauró para una nueva vida, hasta 2008, cuando se canceló el convenio singular. "Fuimos muriendo hasta 2011".
¿Qué alimenta a Micalet? "Vivimos de una pequeñísima ayuda pública y de la taquilla". Las 250 butacas del teatro son poco más que una cartilla de racionamiento. "Se intenta que las instituciones culturales estén apoyadas por empresas privadas, como en EEUU, pero no han creado herramientas para que sea posible, como la ley de mecenazgo. Se ha comenzado la casa por el tejado".
Pilar Almería recuerda alguna de las noches más legendarias del lugar. El estreno de 'Nàpols milionària', la obra 'Ballant, Ballant', extendida durante toda la temporada porque la calle así lo quiso, o 'Frank V', la comedia musical -sátira a la banca privada donde nada importa más allá de la pasta- con la que la Compañía Teatre Miclaet se despedía en 2011 por no poder seguir pagando. (La conversación se interrumpe porque Almería se emociona recordando aquel final de etapa).
RECONSTRUCCIÓN O MUERTE
Pero han regresado. Si se les ve desde las alturas parecen un puñado de valencianos (en el teatro trabajan seis personas) en medio de una extensión de ruinas tras el paso de un tifón. "Todas las estructuras que se habían creado en las artes escénicas hace treinta años, se han dinamitado. En el 95, cuando comenzamos, estaba todo por hacer, era un terreno virgen, donde los actores comenzaban a querer quedarse en Valencia. Pero se ha destruido todo aquello. Hay una desbandada, y acaban de dar la puntilla con el cierre de Canal Nou. La situación es muy grave. Otra vez hay que construirlo de nuevo. Pero estamos acostumbrados a volver".
La reconstrucción de una manera de entender y hacer cultura tendrá que comenzar otra vez, entre el voluntarismo y la fe. También en Teatre Micalet, un emblema que en lugar de ser habitual es trinchera. "Mis esperanzas -apunta la directora- pasan porque las empresas privadas se impliquen y quienes nos gobiernan crean que la cultura es un servicio público". "Tenemos que seguir buscando canales para hacerlo viable, porque si paramos sí se habrá acabado todo".