Cultura y Sociedad

EL CABECÍCUBO

‘Tu voz entre otras mil': Habla sobre Antonio Vega sin ser superficial

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VALENCIA. Por fin Canal + ha llevado a la pequeña pantalla el famoso documental sobre la vida de Antonio Vega, miembro fundador de Nacha Pop y uno de los artistas con un talento más notable que ha habido en España desde la Transición. Decimos por fin porque estábamos deseando sentirnos españoles, celebrar nuestra nacionalidad, es decir, queríamos opinar.

Sí, porque el documental generó una controversia importante. Hubo un bando, el de la familia y allegados, que se sintió "manipulada y engañada" puesto que el trabajo incidía demasiado para su gusto en la adicción a la heroína y la cocaína en base de Antonio Vega. Y luego aparecieron artículos, como el de Diego Manrique en El País, titulado ‘El gran consentido', que añadía cierta información y opinión relevante, y decía que no era un documental, ni mucho menos, "sensacionalista" sino que incluso "embellecía" la figura de Antonio. Pero antes de meternos en materia, es decir, de opinar gratuitamente, veamos de qué va Tu voz entre otras mil.

La directora Paloma Concejero presenta a través de los vídeos caseros y testimonios familiares a Antonio Vega, un chaval de una familia numerosa, revoltoso, que dado su elevado cociente intelectual, 130, un psiquiatra advirtió a la familia de que sería conflictivo. Detalles como que hacía listas de absolutamente todas sus pertenencias como los que se revelan no auguraban nada bueno.

En la mili recibió una medalla por ser buen tirador y, según cuenta después Tesa Arranz, de Los Zombies, fue allí donde probó por primera vez la heroína. En las casas bajas de la Malvarrosa, en Valencia. Parece un dato mucho más relevante que la estéril discusión sobre quién se lo dio a probar a quién que llena la primera media hora del documental. Todos sabemos que la mili fue una de las mayores fuentes proveedoras de alcohólicos y drogadictos del Estado español. Y ese podría ser otro reportaje. Todavía más trágico.

Tras el éxito fulgurante con su grupo, Nacha Pop, llegaron las giras por los pueblos. Es una pena que el documental no se detenga más en ese aspecto. De hecho, pasa bastante de puntillas por la esencia musical de Nacha Pop y ni siquiera menciona el famoso parecido entre ‘La chica de ayer' y ‘La caza del bisonte' del oscuro cantautor Piero, que tampoco tiene nada de malo pero que habrá que aclararlo algún día de estos.

Si algo deja en este aspecto son buenas anécdotas. Dicen que les contrataban pensando que Nacha, de Nacha Pop, sería una chica y producían gran frustración entre los lugareños cuando luego veían que al escenario se subían cuatro tíos. En ocasiones, la situación llegó a ponerse violenta, como era habitual en las áreas rurales de entonces al contacto con el pop. El día que peor lo pasaron fue uno en que les amenazaron si no tocaban ‘Los pajaritos'. También está por escribir el libro o grabar el documental sobre los grupos que emergieron a finales de los 70 y principios de los 80 y su paso por los pueblos de aquella España.

Luego encontramos las típicas mentiras a las que nos tienen acostumbrados los músicos de los ochenta, tan dados algunos de ellos a magnificar su importancia y encumbrar sus actitudes. Por ejemplo, el batería, Ñete, dice que él dejó el grupo para marcarse un órdago contra las adicciones de Antonio, a ver si así conseguía que las dejase y que fracasó. Muy emotivo. Pero Nacho García Vega, a continuación, explica que en realidad dejó el grupo porque su música se acercaba a pasos agigantados a terrenos muy comerciales.

La llegada de los años 90, ya sin Nacha, influyó en su música, pero más en su vestuario. Infame. Doloroso. A Antonio sólo le salva el dato de que en aquellos años llegó a tener 26 gatos. Alguien que alcanza esa cifra solo puede ser un amor. Aunque sus nuevos compañeros para la aventura en solitario le califican de "gran consentido". Y, como señala Diego Manrique, presumen de que les eligió para tocar con él sin probarlos. El crítico de El País dice que lo hacía, precisamente, porque buscaba determinado perfil de persona a su lado, no porque buscase un sonido en particular.

Por otro lado, también hay varios aspectos, confirmados por su familia y por sus letras, de que el máximo objetivo de Antonio Vega en su vida era llegar a ser famoso. Un fin en sí mismo. Sumado ello a sus excusas de drogadicto de que lo que quería era vivir con intensidad cada momento, cada segundo, y que por eso se ponía hasta las jártolas, tenemos un perfil de persona bastante específica. La del que puede soltar frases como ésta: "no concibo una existencia mediocre". Delirios de yonqui que dan dentera.

Sin embargo, seducía con su vulnerabilidad. A propios y a extraños. Hablaba de "ese mundo interior que yo tengo", de las estrellas, de que tenemos que ser "ciudadanos del universo". Hablaba mucho al parecer. Y de todo ese conjunto sólo se puede deducir una cosa, como en su canción, lo que muestra este documental es que Antonio Vega era un "chico de ayer".

Hay una canción preciosa sobre la heroína ‘Another girl, another planet', de un grupo británico, los Only Ones. Llama la atención que algunas versiones de grupos cool modernos la ejecuten como si se tratase de ‘La puta de la cabra', cuando es una canción delicada e irónica, cantada con desmayo, sobre un asunto tenebroso. Su cantante, Peter Perrett, luce igual que Antonio a día de hoy. Es el mismo aspecto, el mismo ejemplo. En su día era guapo, estiloso, y su mirada dulce pero peligrosa, vulnerable como decimos, pero con aureola de autodestrucción. Y ahora parece un anciano en fase terminal. Incluso comparten rasgos faciales.

La pasión por la heroína fue una moda que se puso en marcha antes de que la población pudiera ver las consecuencias en, por ejemplo, el aspecto de los Antonio Vega, Perrett y otros tantos después de muchos años de adicción. Es algo, sencillamente, pasado de moda. En estos tiempos modernos, operarse para parecerse a un ornitorrinco como el joven ruso que apareció la semana pasada en RT, tampoco es que hable mucho de lo que está por llegar. Pero el glamour del lema ‘hacia la hipersensibilidad a través de los opiáceos', o viceversa, no da más que pena. Es algo tan acabado, tan trillado, tan visto y tan muerto, en todos los sentidos, que no da mucho de sí ni para criticarlo. La toxicomanía es una enfermedad, por supuesto, pero cuesta contagiarse sin altas dosis de irresponsabilidad y sobre todo egoísmo. Y ya lo sabemos todos de sobra. Nadie cree en su poesía. Ese falso lirismo.

En cuanto a su faceta como músico, Vega dejó repetidas muestras de su gran talento. Seguramente, habrían sido más de no ser por "lo suyo". Aunque en un fragmento dice que gracias a la heroína no componía mejor, pero sí se quitaba de en medio las cosas que le hacían  no centrarse en componer. No es el primer guitarrista que excusa su problema con la producción. Ni siquiera eso es nuevo.

Por todo esto, el documental es imprescindible. Hasta se queda corto retratando determinados aspectos de una época mitificada. Sobre las críticas que ha recibido, el libro de estilo de la revista Ruta 66 recomendaba hace años a sus redactores: "Nada de descripciones cronológicas disco a disco, sino los datos básicos para entender el atractivo artístico y anécdotas vitales que expliquen el carácter del artista. Se trata de profundizar en la esencia, más que celebrar la superficie". Si nos atenemos a esta sencilla indicación, Paloma Concejero ha llegado mucho más lejos de lo que es habitual y se merece la enhorabuena.

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