Cultura y Sociedad

LA PERVIVENCIA DE LOS GRUPOS DINOSAURIO

U2 o cuando una retirada a tiempo no es vista como una victoria

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VALENCIA. Necesitados de nuevos impactos mediáticos con los que posicionarse en un tiempo que ya no es precisamente el suyo, U2 regalaron a través de ITunes el contenido íntegro de Songs Of Innocence, el decimocuarto álbum de estudio de su larga carrera. Posiblemente sea el fiasco comercial (para sus estándares) del plomizo No Line On The Horizon (2009) el que les haya llevado a ingeniar una estrategia comercial que no es precisamente novedosa, excepción hecha del canal: Radiohead, Prince o Rubén Blades ya habían distribuido de forma gratuita algunos de sus trabajos a lo largo de la década pasada, aunque la correa de transmisión, que variaba según los casos (un diario impreso, por lo que respecta al músico de Minneapolis) no fuera la misma que la utilizada por el cuarteto irlandés. Tras estos meses de fogueo a través de la plataforma de Apple, el disco se pone a la venta, ya en formato físico, el próximo 13 de octubre.

El caso es que el ver dividida a menos de una cuarta parte la capacidad de convocatoria comercial de la banda (porque esa es, más o menos, la proporción entre los discos vendidos por How To Dismantle An Atomic Bomb, cinco años antes, y aquel No Line On The Horizon) debió estimular el ingenio de Bono y cia para tratar de mantener su posición de privilegio a estas alturas de su carrera. Pero, más allá de la polvareda mediática levantada y de la continua controversia que un personaje como Bono puede llegar a suscitar, con esa insistente omnipresencia mediática-que lo mismo le lleva a codearse con los grandes mandatarios internacionales que a lucirse en la boda de George Clooney-y que arquea tantas cejas por los todos los confines del globo, el paso del tiempo plantea sobre ellos (y sobre muchos correligionarios) el interrogante acerca de la necesidad de que mantengan su actividad en vigor. Aunque a la vista de los 500 millones de descargas que lleva registradas el disco hasta la fecha, a ver quién pone en solfa la más bien escasa relevancia creativa de su nueva entrega.

Porque aunque Songs of Innocence suponga un leve repunte respecto al enorme bostezo que perfilaba aquel No Line On The Horizon, hablamos de un álbum que no solo mira al pasado en lo lírico y en lo temático (se le podría calificar como un coming of age album, con sus referencias a su infancia en Dublín, su peregrinaje a California y sus guiños a Joey Ramone y The Clash), sino también una regurgitación de motivos pretéritos que ni hace un uso audaz de la electrónica (Pop, de 1997, es vanguardia pura a su lado) ni exhibe una osadía en sus planteamientos que justifique el papel de Danger Mouse (no digamos ya Paul Epworth o Ryan Tedder) en el entramado de su ingeniería sonora. Otra ostentosa exhibición retromaniaca por parte de una banda que, hace mucho tiempo, miraba al futuro (Achtung Baby, de 1991, o Zooropa, de 1993), independientemente de las filias y fobias que pudiera suscitar. Lo suyo es, lisa y llanamente, otro álbum más de U2. Con sus coros épicos, sus guitarras tintineantes y su atemperado énfasis grandilocuente, en un puñado de composiciones tan cumplidoras como absolutamente desprovistas de cualquier sedimento con el que dejar el más mínimo poso.

La perpetuación de su propio cliché. No alberga nada que promedie, ni mucho menos, a la altura de su media docena de álbumes señeros. Pese a los meses y meses invertidos en su conclusión: más de lo que nunca han tardado en idear una nueva entrega, si es que hay que creerles.

VIEJAS BANDAS, VIEJOS ESQUEMAS

Lo que nos lleva a preguntarnos si el rock de consumo de provecta edad debe verse abocado a la simple repetición de réplicas (más o menos logradas) de las mejores obras de sus nombres capitales. ¿Hay un momento que justifique su retirada, o debemos resignarnos a que adapten el modelo de los viejos músicos de jazz y de blues, que subsistían engrosando su cancionero y exponiéndolo hasta el fin de sus días por los escenarios de medio mundo? ¿Nos debe chirriar que aireen su senectud por esos estadios de dios mientras vemos con absoluta normalidad a B.B. King ventilando eternamente su cancionero con casi 90 años?

Al menos los Rolling Stones, permanente embarcados en mastodónticas giras, llevan ya casi una década sin reunir suficiente producción de nuevo cuño como para despachar un álbum entero, no vaya a ser que el expediente se emborrone más de lo necesario (y eso que A Bigger Bang, su última entrega-de 2005-era más que decente). Su ejemplar pasado sigue constituyendo el invariable tapiz sobre el que orquestan cada uno de sus tours, pero el dispendio de pirotecnia escénica al que acostumbraban ha dado últimamente paso a una mayor austeridad, en la que sus canciones fluyen sin sobredosis de aditamentos visuales (aquellos largos entramados de pasarelas, fuegos artificiales y muñecos hinchables que se gastaban), tal y como se mostraron en junio pasado en el Santiago Bernabéu.

Curiosamente, los propios U2 se plantean ahora la conveniencia de ofrecer conciertos en salas de aforo reducido, quizá ante la imposibilidad de prolongar la elefantiasis escénica en la que viven inmersos desde hace más de dos décadas. Su retahíla de giras ha sido un órdago permanente por superar la cotas de espectacularidad de cada tour anterior, pero lo cierto es que el enorme despliegue que conllevan no ha superado el impacto de aquel Zoo TV Tour de 1992/93: el momento en el que su renacimiento creativo justificaba plenamente el derroche sensorial al que sometían a la audiencia, con la coartada del creciente poder de los mass media y un cierto auto sabotaje de los propios estereotipos que se habían creado como banda durante los años 80. Desde entonces, la relación entre desmesura logística e inspiración menguante ha sido inversamente proporcional en cada una de sus giras.

EL AUTO HOMENAJE COMO TABLA DE SALVACIÓN

En esencia, y a fuerza de repetirse, el calificativo de banda dinosaurio se ha ido imponiendo sobre una generación de músicos que seguramente hubiera renegado del término cuando este comenzó a usarse para calificar los aires de grandeza del rock progresivo y sinfónico de los años 70. Los viejos tótems pasean, a veces de forma renqueante, su repertorio por los escenarios de medio mundo, en giras cuya excusa es la edición de un disco con el que engrosar su currículo sin añadirle sustancia alguna. Hay quien sabe escapar de los focos en el momento en el que asume que la chispa de la creatividad se extingue, que la factoría de nuevas ideas está, definitivamente, yerma. Ese fue el caso de R.E.M., quienes colgaron sus instrumentos en 2011 con un álbum (Collapse Into Now) que-al igual que lo nuevo de U2-planteaba un juego de auto referencias a varias etapas de su carrera, a modo de corolario. Una forma de cerrar el círculo, asumida por la propia banda con esta frase que colgaron en su propia página web: "El talento oculto en una fiesta reside en saber cuándo irse de ella".

 

Mayor obstinación en exprimir el pasado muestra el reciente trayecto de The Cure, quienes llevan casi quince años sin despachar un disco que aporte enjundia a su carrera, amén de una sobreexposición escénica que ha acabado por pulverizar el aura de ceremoniosa excepcionalidad que revestían sus directos hasta finales de los 90. Robert Smith y los suyos llevan mucho tiempo convertidos en habituales de nuestros escenarios (su presencia en festivales ya es un lugar común), sostenidos por un repertorio imponente que, pese a todo, tampoco es eternamente inmune al desgaste. Casi nadie aguarda ya con impaciencia una nueva rodaja discográfica suya que llevarse a la boca, cierto, pero diríase que de una banda de su calibre se podría esperar algo más que alimenticias grabaciones en directo o descafeinadas versiones de temas de los Beatles, como la que han aportado al álbum colectivo The Art of McCartney, disponible a partir de noviembre, en el que Bob Dylan, Willie Nelson, Roger Daltrey, Brian Wilson o Kiss rinden también tributo a los Fab Four.

Aunque Guy Fletcher (Dire Straits) o Brian May (Queen) alucinen con algunas de las bandas de tributo que les han salido como esporas por medio mundo (si es que hay que creer la literatura promocional de recreaciones como Brothers in Band, God Save The Queen y tantos otros grupos de aplicados imitadores), lo cierto es que nadie va a reproducir mejor el propio repertorio de las bandas más populares que las propias bandas que los crearon. Así que en esta era de retroalimentación continua entre pasado y presente, los grupos que aún detentan el suficiente poder de convocatoria como para nutrir estadios y pabellones deportivos parecen abocados al auto homenaje continuo. Una suerte de respiración asistida que parece querer desmentir la condición del pop y el rock como géneros evolutivos. Y que, pese a su innegable rentabilidad, subraya el pulso lívido (casi mortecino) con el que la música popular de consumo masivo marca su paso.

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