MADRID. Hay una profesión maltratada, denostada, que a nadie le importa. Es la del tío que hace las sinopsis de los capítulos de las series. Todo el mundo piensa que el que se ocupa de este menester es el becario más arrinconado de una redacción, y tal vez sea verdad, pero hubo un tiempo en que esa función requirió el nivel de un don Miguel de Cervantes Saavedra. Fue mientras Telecinco emitió el culebrón estadounidense Melrose Place.
Miren, les cuento un poco por encima. Un pequeño extracto de la historia a ver si cogen el hilo:
"Melrose Place es un edificio de apartamentos con piscina en Los Ángeles. En una ocasión, saltaron por los aires. Uno de los inquilinos, Kimberly, puso una bomba en un ataque de celos y locura. Afortunadamente no murió nadie.
Más adelante, esta misma Kimberly, se enteró de que padecía un tumor cerebral, de modo que contrató a una prostituta, Megan, para que enamorara a su marido, el doctor Michael Mancini, y que así no se apenara tras su óbito. Incluso decidió suicidarse fingiendo que era un accidente para dejarle también la indemnización millonaria de un seguro de vida, pero Megan lo impidió en un arrebato humanitario.
Momento en el que su marido, Mancini, descubre el entuerto y se enamora todavía más de su mujer por lo que está haciendo. Entonces, mediante el sexo con amor, parece que a Kimberly se le cura el tumor, lo que pasa es que no tarda en darse cuenta de lo lejos que ha llegado la relación entre la prostituta y su marido, que se aman locamente, y se lleva un disgusto tan grande que hace que el cáncer vuelva a extenderse y muera.
Megan y Michael después se casan, pero pronto se divorcian. Porque el doctor conoce una vecina, Taylor, a la que deja embarazada. Esta mujer es la hermana pequeña de la esposa fallecida de Peter, vecino de arriba, pareja de Amanda. El oscuro plan de Taylor, toda la vida enamorada en secreto de Peter, viudo de su hermana mayor, es mudarse al lado de su casa para conquistarle. Cuando lo logra, Peter la viste con las ropas de su mujer muerta y la trata como si fuese ella. Un chasco que la lleva a brazos del doctor Mancini, pichabrava de leyenda.
Mientras esto sucede, Amanda, la pareja de Peter, se lo monta con el marido de Taylor, Kyle, cocinero ex veterano de la Guerra del Golfo que mitiga su estrés postraumático refugiándose en el alcohol. Pues este tío, el ex marine, también estuvo liado con Sydney, hermana adoptiva de otra vecina, Jane, y es la tipa con la que le puso los cuernos el doctor Mancini a Kimberly antes del rollo de Megan, un desliz del que se arrepintió, cogió el coche borracho todo alterado, tuvo un accidente, y siempre pensó que el tumor de su mujer venía de ese golpe. Remordimientos que se trató, por lo visto, metiéndola en caliente todo lo que pudo. El caso es que Sidney estuvo casada con Craig.
El hijo de un millonario que cuando entra a trabajar en la empresa de papá, le dice a Billy, otro vecino, que no quiere que le trate diferente por ser quien es, pero que el café le gusta con leche, literalmente. Este Billy, que antes había dejado embarazada a Amanda, la pareja de Peter, el vecino de la mujer muerta y tal, pero que abortó, tiene que ver cómo Craig, además de chulearle en el curro, le roba a la novia, Samantha, aunque es un alivio porque su padre, ex presidiario, les estaba extorsionando, pero le duele por su mala racha, ya que su anterior pareja, Brooke, se había descalabrado en la piscina de Melrose Place un día que iba borracha después de discutir con Alison, otra ex de Billy, que también tenía problemas de alcoholismo, de hecho cuando explota la bomba que puso Kimberly en el trastero, ella sigue en bata en el sillón con la botella de vodka y la música a tope.
Bueno, pues resulta que Craig tan malo no era porque se suicida de un disparo en la cabeza también borracho en su coche frente a la playa porque echa de menos a Sidney, que ha muerto en un accidente de tráfico después de ser raptada por el padre de Samantha, el que había salido de la cárcel y extorsionaba a los vecinos.
Pero, cuidado, fue una muerte falsa, no había palmado realmente, y con esta excusa se atrevieron con el Melrose Place de 2009".
¿Qué tal? Ahora márquense la sinopsis. Porque esto no fue mucho más de media docena de capítulos de los 226 episodios que duró la serie.

Melrose Place fue una de las creaciones del productor Aaron Spelling. Surgió como un spin off de Sensación de vivir más enfocado a veinteañeros. Empezó mal, pero pronto metieron a Heather Locklear, ex de Tommy Lee, de Mötley Crüe, y ex de Richi Sambora, guitarra de Bon Jovi, y ex de otro culebrón legendario como Dinastía, a hacer de mala malísima y la audiencia subió como la espuma. Durante seis años reunió a más de diez millones de espectadores en Estados Unidos.
La batalla por las audiencias al inicio de la década fue memorable. Casi todas las cadenas se lanzaron como lobos a por el mercado adolescente. Blossom, Parker Lewis nunca pierde, Sensación de vivir, El Príncipe de Bel Air, Salvados por la campana, Los rompecorazones, Cosas de Casa o California Dreams fueron algunas de las que pudimos ver en España con la llegada de las privadas. La Nocilla causó estragos en nuestros cuerpos con tamaña oferta televisiva.
La competencia entre Antena 3 y Telecinco por hacerse con el público menor de 40 años era encarnizada. Todo dentro de un plan maestro para hipnotizar al que luego sería la audiencia del futuro. De hecho, después, los realities no han hecho más que fortalecer esta dinámica.
Pero la gracia del asunto de Melrose Place, lo que marcaba la diferencia, fue que, como deja ver la breve sinopsis que hemos traído a colación, conforme las tramas con los triángulos amorosos convencionales iban perdiendo el interés del público, los guionistas empezaron a darle a líquido refrigerante de aviones, suponemos, y llevaron las tramas a límites insospechados. Para comparar, ¿Qué sería Lost al lado de esto? Pues una cosa sobria y aseadita como Crónicas de un pueblo.

Aunque tanto Melrose Place como Sensación de vivir se fueran de madre, más la primera que la segunda, en su momento venían en cofre de series revolucionarias. Su autor, Darren Star, que luego triunfó como la Coca-Cola con Sexo en Nueva York, considera que fue el primer joven que empezó a escribir sobre jóvenes en televisión. Antes, dijo, lo hacían cuarentones. Por eso él pudo introducir temas como el alcohol, la droga y el sexo con aire fresco.
Ahora sus primeras creaciones nos parecen casposas, pero es posible que él abriera el melón para que luego pudiéramos ver a una señora de cincuenta años puesta de MDMA corriendo semidesnuda por el bosque después de negarse a masturbar a su novio en la tienda de campaña, un detallito sutil de un capítulo de la gloriosa A dos metros bajo tierra.
Eso sí, siempre fue criticado por el personaje gay de Melrose Place, Matt. Y eso que Star es abiertamente homosexual y una crítica que se vertió sobre su exitosa Sexo en Nueva York es que las protagonistas parecían homosexuales hablando abiertamente de sexo y pidiendo bebidas fuertes.
El caso es que Matt, mientras todo el elenco de Melrose Place estaba saltando entre las sábanas de cada vecino, casi en permutaciones, este hombre sólo vivía historias de discriminación y problemas en el trabajo. Le buscaron una pareja, un amigo de la infancia de Billy, y censuraron el beso que se dieron en la piscina.
Encima, luego tuvo un novio más formal pero era un maltratador que encima no se atrevía a salir del armario, no hubo fogosidad, sólo problemas. Siempre que aparecían juntos, en lugar de romper a follar, como los demás, lo que hacían era darse un fuerte abrazo. La revolución gay ha sido realmente cosa de este siglo.
De todas formas, romper con todo era el estilo de Aaron Spelling. Cuando sacó Los Hombres de Harrelson y Starsky y Hutch, eran los polis más violentos de la parrilla. Luego, a esa fórmula, le buscó el lado femenino con Los Ángeles de Charlie y también arrasó. ¿Amor y lujo? Vacaciones en el mar ¿Más? Hotel ¿Más? Dinastía. El resultado fue que al final se le salía el dinero por las orejas. Su mansión, por ejemplo, se vendió hace pocos años por 85 millones de dólares. Tenía 123 habitaciones y 5.200 metros cuadrados. Aunque su fortuna creció exponencialmente con su trabajo de forma inversamente proporcional a las críticas que cosechaba.
El New Yorker le llamó "mercader barato de caramelos para la mente". Pero él siempre tuvo claro a quién tenía que convencer: "Los palos de los críticos le molestan a cualquiera, pero siempre tienes la opción de hacer caso a 300 críticos o a 30 millones de espectadores que admiran y disfrutan con tu trabajo". Pues muy bien. Sólo un pero. Disfrutar con su trabajo, mucho. Admirar... no sé qué decirte, Aaron.