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Entre lobos

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VALENCIA. Anda el debutante Joan Calabuig -un hombre en busca de perfil- muy mosca con las actuaciones de Peralta, el autista delegado del gobierno del PSOE, cuyas actuaciones son cada vez más extravagantes. Buscándose a sí mismo, este solitario candidato a alcalde de cincuenta años y con mucho afán, se paseó por Benimaclet y los vecinos le dijeron que era un escándalo que Peralta tolerara una manifestación ultraderechista (cuatro gatos) en el barrio estudiantil. Es más, cuando ante las provocaciones del líder de los energúmenos y otros conmilitones, en un bar, el dueño llamó a la ley, la Nacional se hizo presuntamente la loca y para más escarnio pidió los papeles al denunciante y dejó tranquilos a los malos.

Calabuig tiene muchos escorpiones en su nido aunque no lo quiera reconocer. Es la típica chapuza de las izquierdas desde los tiempos de Barrionuevo. Con su intento de dar una imagen compacta del partido, oculta los errores y el electorado no es tonto (los comunistas y anarquistas son expertos en esa práctica y el resultado es que están prácticamente extintos del panorama político europeo).

Hubo un petit comité esta semana en el búnker de Blanquerías, compuesto por Alarte, Alborch y Calabuig. Según algunos, aquello fue una especie de consejo de guerra o tribunal de la Inquisición. Alarte ejerció de lo que más sabe, de esfinge; en boca cerrada no entran moscas, pero Carmen Alborch se puso farruca y hay que imaginar a Joan Calabuig aguantando el chorreo de su antecesora ante el nuevo tono que el candidato pretende adoptar y que no gusta nada de nada, faltaría más que me desdijeras.

Y aunque parezca mentira, este antiguo creador de las primeras Juventudes Socialistas valencianas, piensa por sí mismo. En privado defiende una política en las antípodas de la seguida hasta ahora por su inoperante partido. Sin duda no va a osar criticar a Alborch, cuyo paso por la Casa de la Ciudad se ha parecido a la película Los Otros: fantasmal.

Se trata en esencia de cambiar el punching permanente con Rita Barberá en una jugada de póker entre caballeros. El socialista confía en suavizar la "despótica" actitud del gobierno municipal y va de bueno. En lugar de un choque de carneros, un ballet político con música de Debussy.

Algún asesor se ha dado cuenta de que la sonrisa y desparpajo al estilo Alborch-Montesinos ha dado cero resultados, en consecuencia, el look a lo Soprano (malo de película simpático) de Calabuig, que no sonríe ni con los hermanos Marx y gasta corbatas de tamaño servilleta, puede funcionar. A fin de cuentas en eso se parece a Rita.

Si bien es más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja que un político se salga del discurso manido ante un reportero, esta vez, el candidato fue pillado en un asiento de preferente del AVE volviendo de rendir pleitesía a los capos de la Moncloa.

El hombre de las corbatas color canario leía unos textos políticos de Willy Brandt, y tenía a su lado sendos tomos sobre Olof Palme y Felipe González. "Mis referentes esenciales", dijo. Se le propuso entonces jugar a los siete errores y, quizás por primera vez desde que fue nominado, sonrió de oreja a oreja con la mirada puesta en la estepa de Quijote y Sancho, un cuadro de Pollock a 200 kilómetros por hora.

Soltó de carrerilla, ante la indiferencia del pasaje, que, uno: empleo; dos, atención preferente a jóvenes y estudiantes, ahora machacados; tres: plan inmediato de escuelas infantiles (copia al alcalde de Barcelona Jordi Hereu que ha creado 20 en su ciudad); cuatro, nueva estrategia turística. Ferrari sí, pero con consenso. Basta de hacer hoteles para que sólo los habiten las cucarachas o se cierren; cinco: ley de dependencia; seis: participación ciudadana. Siete y ésta es la que más duele: Cabanyal, vale, vamos a discutirlo, en vez de excavadoras, bisturí. Todo es negociable pero no a cara de perro.

Los que suspiran porque Calabuig, el hombre de la sonrisa helada, se pegue de morros contra los zapatos de la alcaldesa de hierro (la más decidida, activa y popular que ha tenido esta ciudad desde la II República) sonríen como hienas en Blanquerías. Hacen mal estos intrigantes de aparato pues deberían acudir de penitentes a Santiago de Compostela como responsables de estar bajo las piedras desde hace lustros, en la política local.

Y si bien 'Cala' recuerda a aquel que pierde siempre en la timba del sábado y los amigos le toman el pelo, ayer, apretando los puños al hablar en su clase preferente del AVE, tenía el aspecto de quien quiere cambiar el rollo de una vez y dejar de que le tomen el pelo.

Calabuig es un lobo que se ha puesto la piel de cordero. Y si tiene que medírselas con la super alcaldesa Rita Barberá, eso sí que es una pelea de lobos.

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