Transcurridos los primeros cien días en la Secretaria General del PSPV, el balance que arroja la acción de Joaquín Puig ofrece pocas luces, algunas sombras y demasiado de lo mismo
VALENCIA. La elección de Joaquín Puig como secretario general del PSPV en el XXII Congreso a finales de marzo fue recibida por la práctica totalidad de los observadores como un retorno al pasado. Sólo la desastrosa gestión de Alarte le permitió salir airoso del mismo sin otras objeciones que las genéricas a su trayectoria lermista asociada a ser emblema del pasado.
Una ingente tarea
La ingente tarea que tiene por delante Ximo Puig invita a dejar de lado el pasado y concentrar los esfuerzos en el futuro. Por tanto, let by-gones be by-gones. Tiene, primero, que sumar esfuerzos para tratar de frenar el desmantelamiento del Estado del Bienestar en nombre de una política de austeridad que es prepotente con el débil y sumisa ante la sucesión continua de imputados y escándalos en las filas del PP de la Comunidad Valenciana.
Y debe simultáneamente, ser capaz de convencer a los valencianos de que con una Generalidad liderada por el PSPV, la mayoría ganaremos. Como ganarían igualmente las generaciones de jóvenes que hoy ven el futuro sin esperanza. Pero eso hay que concretarlo. Las declaraciones de principios no valen para nada en 2012.
Pero debiera quedar claro que sólo partiendo de un buen diagnóstico de cómo y por qué hemos llegado donde estamos será posible modificar la desastrosa situación actual, ésa que las últimas contiendas electorales han confirmado por enésima vez. Sólo comprendiendo el mundo en que vivimos seremos capaces de encontrar soluciones a sus problemas, y así transmitir a los valencianos qué propuestas tenemos para la Comunidad Valenciana con la que soñamos.
Tres rasgos de la situación de hoy
La situación en la que vivimos es inseparable de la grave crisis institucional que sufre la democracia española y que tiene en la Comunidad Valenciana un exponente avanzado. No es un rasgo irrelevante de esa situación el descrédito de los partidos políticos, el desafecto de sectores sustanciales ante su consolidación como instituciones endógenas (a la manera de Aldrich) que defienden más sus propios intereses que los del conjunto de los ciudadanos.
Tampoco lo es su incomprensión, diría que radical, del nuevo marco de la globalización, del que es parte un marco supranacional como la UE. En ella, como explica entre otros Jan Aart Scholte, la soberanía se traslada progresivamente hacia instancias que están fuera del control de los estado-nación, y por tanto de sus gobiernos y de sus ciudadanos. Pero ese es nuestro futuro inexorable: el desplazamiento de la centralidad política desde los ciudadanos de cada Estado a nuevas instituciones globales, hoy difusas y sin pasado, y, de forma muy clara e inmediata en nuestro caso, europeas.
Y no debiera olvidarse tampoco que la realidad actual está dominada en el terreno político por la racionalidad del comportamiento del elector desinformado, sobre las que Mancur Olson reflexionó sugestivamente. Un comportamiento ampliable, en mi opinión, a la del ciudadano desmovilizado respecto a las organizaciones políticas y los movimientos sociales pero no por ello pasivo electoralmente.
Un rasgo que implica, entre otras cuestiones igual de importantes, la necesidad de huir de la tentación de articular respuestas o propuestas en función de los sectores sociales que se movilizan en lugar de hacerlo en base al conjunto de los ciudadanos. O de obcecarse en esa propuesta tan reiterada como imposible sin ofrecer algo nuevo de abrir el partido a la sociedad mientras se mantienen formas obsoletas de comportamiento orgánico.
El papel del PSPV
De la capacidad de adaptación del PSPV a esos parámetros, y otros no menos destacados como los derivados de la crisis económica, depende el éxito de Puig y su heterogéneo equipo. La inmensidad de sus derivaciones prácticas es enorme. Por tanto, no es tiempo lo que le sobra ni decisiones a adoptar las que le faltan. Si quiere hacer realidad que, finalmente, el PP se vea obligado a abandonar la Generalidad por el voto de los valencianos, desde el día siguiente de su elección como secretario general deberíamos estar viendo una nueva forma de hacer política y el avance, siquiera sintético, de sus líneas básicas de actuación. Pero hasta ahora, exceptuando su resolución -tardía- de la crisis del Congreso del PSPV Alicante y su propuesta de mejora en el sistema de financiación autonómica, no ha sido así.
La tarea de recuperar la confianza de los ciudadanos no le va a ser fácil. En las sociedades democráticas avanzadas, y la valenciana lo es, la credibilidad no se recupera de la noche a la mañana. A poco menos de tres años de las elecciones, y no se puede descartar su adelanto, lo que falta por hacer, tras tantos años perdidos, es todo.
Debe tenerse en cuenta que una victoria electoral no es el resultado del éxito en convencer a los ciudadanos, durante la campaña, de que el programa del adversario está agotado y que su gestión no beneficia a la mayoría. En modo alguno. El éxito electoral es el fruto de persuadirlos durante un largo tiempo previo de la seriedad y rigor de las propuestas y de la honestidad de la actuación propia. Sólo en ese caso, ganada la reputación, llega la fase de convencer de que con el cambio, con el apoyo a las propuestas que se defienden, es más probable para los electores mejorar.
Para lograr este objetivo son muchas las iniciativas que el equipo de Puig tendrá que adoptar y no pocas las tentaciones que deberá evitar. Tantas que es imposible enumerarlas aquí. Pero entre las últimas no me resisto a mencionar ese complejo de superioridad, mera defensa de interés tribal, que sigue presente en buena parte del PSPV que lleva a considerar a "nuestra" corrupción "distinta", a nuestros tránsfugas "diferentes" y, en definitiva, a formas injustificables de actuar siempre justificables porque "somos de izquierdas". O esa enfermiza tendencia a atribuir los éxitos del PP -con el correlato del escaso brillo propio- a su control de los medios de comunicación públicos cuando su descrédito, en el caso de la Comunidad Valenciana, es total y su cuota de pantalla ridícula.
En cualquier caso, la responsabilidad de las decisiones recae sobre el secretario general. En 2015 será él quien reciba los elogios, pero también todas las críticas según cuál sea el resultado. De ahí que la primera tentación a rechazar sea la de convertirse en un emperador desnudo, como el relatado por Andersen en 1837, proclive a aceptar el interesado halago de quienes hasta ayer mismo no le concedían la mínima posibilidad de supervivencia política y hoy se sientan con él en la ejecutiva (por no hablar del grupo parlamentario).
Hasta ahora el esfuerzo de Puig, y su equipo, en estos cien días parece concentrado en el trabajo interno pero muy poco, como aquellos anunciados comités de "sabios" fantasmas, se ha hecho de cara a la ciudadanía. Y no debiera ignorar que esta atención interna no puede ser previa sino simultánea a ir mostrando con hechos y propuestas que él sí, frente a sus predecesores en que todo fueron palabras sin hechos, quiere establecer una nueva política y recuperar la reputación de la actividad del PSPV. Que sabe lo que quiere para un futuro mejor de los valencianos.
Una democracia consolidada
La estructura social del País Valenciano tiene poco que ver con la composición interna del PSPV. Esa es una parte de la razón por la cual, éste ha fracasado una y otra vez en el intento de abrirse a la ciudadanía. La sociedad valenciana del siglo XXI, al menos en su inmensa mayoría, cuando vota no concede un cheque en blanco. Peo sí delega en los representantes públicos la resolución de los problemas colectivos sin interesarle mucho más el día a día de la actividad política.
Mal que les pese a los politólogos, no hay centralidad de lo político en las preocupaciones ciudadanos del siglo XXI. Muy pocos queremos que nos expliquen en qué consiste la avería de nuestro electrodoméstico. Lo que queremos es que nos lo arreglen bien, a coste razonable y nos atiendan de manera educada y eficiente. Por más que no se quiera aceptar, el símil sirve hoy para caracterizar la actividad política. Que sea simplificadamente no cambia las cosas.
Al mismo tiempo, el conocimiento que tiene Puig del quién es quién en la organización que lidera, le dota de capacidad para saber en qué medida algunos de quienes le acompañan ahora sólo están dispuestos a aceptar la paz interna si se anteponen sus intereses a los de la nueva política imprescindible para recuperar la relación con sectores sociales básicos y que el PSPV recupere la Generalitat. ¡Lo que sobra a nivel Federal no puede ser solución para los valencianos! Lo diga Rubalcaba o el sursum corda. Y en esas estamos.
Lo sucedido en el Congreso de Alicante con la presencia del imputado Amador en la ejecutiva no es una mera anécdota. Es la lamentable forma de proceder. Esas gigantescas ejecutivas para asegurar una imagen de cohesión tampoco. Es patético que no sólo se acepte la mayoría si uno está incluido en ella. Y la impresión de que se van a mantener cadáveres políticos, incapaces de alzar la mirada por encima del día a día, como candidatos en las grandes ciudades menos todavía. La amistad no tiene espacio en una política al servicio de los ciudadanos.
Lo visto hasta hoy
Y sin embargo avanzar en esa nueva política, traducida en gestos, personas y propuestas, es la única posibilidad que tiene Puig para superar el pozo dónde estamos; para demostrar que en contra de lo que pretende el PP, no todos los políticos son iguales. Le debiera ser también evidente que la unidad, o la imagen de cohesión, es una condición necesaria pero en modo alguno suficiente para su éxito. Como bien dicen la analogía anglosajona: no se puede hacer una tortilla sin romper huevos. Y en ningún caso debiera ser moneda de cambio frente al chantaje de quienes no están dispuestos a que nada cambie si no se respetan sus privilegios.
Defender la necesidad de una nueva política no supone apoyar ningún tipo de aventurerismo. Supone reconocer que el cambio social obliga a una plasmación de los valores en propuestas de acción distintas y a unas formas de articulación con los ciudadanos también diferentes. Y unas caras ajenas a lo que se percibe como agrupación de intereses ajena a la ciudadanía. La tensión entre las diferentes formar de entender la política que conviven dentro del PSPV exige, sin duda, habilidad y capacidad de persuasión por parte de Puig. Debe convencer a todos de que es necesario apostar por un profundo cambio para que el futuro se imponga a pasado. Caer en la tentación de una presunta neutralidad entre el pasado y el futuro lo único que le garantiza a Ximo Puig es el fracaso. Hoy, sin embargo, mucho de lo que rodea parece pasado.
Frente a todo ello, en estos primeros cien días es muy poco lo que se ha conocido sobre las intenciones del nuevo secretario general del PSPV para romper su imagen de que forma parte de ese pasado. O lo mismo visto desde el ángulo opuesto: de que impulsa con firmeza esa nueva política de futuro. Puig ahora ya no tiene excusas para renovar contenidos, mensajes y actitudes, lo cual afecta necesariamente también a las personas (y no sólo a los portavoces y asesores, también a esos cadáveres políticos que forman parte de sus próximos).
Por más que los equilibrios internos sea complejos, no tiene disculpas para poner en práctica una nueva política que demuestre con decisión y claridad que las preocupaciones y los problemas de los ciudadanos son el elemento central, único, de la acción de la socialdemocracia valenciana que él dirige. Lo contrario es el suicidio para mantener el status de agencia de colocación que es el PSPV.
Seguir con el perfil plano como en estos cien primeros días es asegurar ya desde hoy cuatro años más de gobierno conservador a partir de 2015. O lo que es lo mismo: un desastre sin paliativos para la mayoría de los valencianos, y para la propia supervivencia del PSPV. Porque lo que tenemos con el PP es la plasmación práctica de aquel eslogan suyo de paro, corrupción y despilfarro convertido en realidad en la Comunidad Valenciana. Tres rasgos que, como antónimos, tienen que conformar algunos de los principales vectores en los que debe concentrarse la acción de Ximo Puig. Esos sobre los que hasta ahora bien poco hemos escuchado.
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(*) Jordi Palafox es militante del PSPV