VALÈNCIA. La khôra es un lugar extraño. Nace del Timeo de Platón y consiste en un espacio en el que las cosas no llegan a ser una realidad pero sí existen como forma, un intervalo, las entrañas de un paso hacia la materialización. Este lugar, que luego concretó el filósofo Jacques Derrida (además de Martin Heidegger o Julia Kristeva), es el punto de partida de la investigación que David Bestué ha llevado a cabo desde hace unos meses y que teje la muestra que se inauguró el pasado viernes en Pols. La forman una quincena de esculturas, que son, en palabras del propio artista "el formato natural del arte para hablar de la khôra".
Una muestra pequeña pero formada íntegramente por piezas inéditas del artista catalán, fascinado por esta propuesta filosófica y de cómo eso se materializa en el arte. Para entender las obras, hay que tomar como base cuatro pilares, o dimensiones, en los que se basa: en primer lugar está el color, que él lo concibe como un tributo bidimensional, como si fuera una superficie, la dimensión más visible de todas; en segundo lugar estarían los frutos de la naturaleza, los organismos de la flora y la fauna; en tercer lugar, el cuerpo humano; y por último, las ruinas, la huellas de los tiempos pasados, los desechos centenarios. A partir de estas cuatro dimensiones, Bestué arma una propuesta en la que conversan entre ellas y con ella mismas también.
Saludan a la entrada unas puertas a las que ha magnificado algunos elementos como la bisagra (que es el elemento de la puerta que mejor puede representar la khôra); o un pestillo, que separa y desubica; o una llave, que no deja de ser la herramienta para pasar a un nuevo lugar. Es la declaración de intenciones del propio proyecto, "la khôra es este nuevo espacio cuyo umbral se ha de traspasar", una puerta abierta a algo insólito que se puede descubrir o ignorar. Continuar por la sala significa lo primero.
Un poco más adelante, se encuentran unas placas llenas de capas por tintas serigrafiadas. Cada capa es una de las dimensiones explicadas. Y aquí se ve por primera vez otro de los elementos que tejen la muestra: el tamiz, la red, otro lugar de paso, en el que las cosas que pasan muchas veces se transforman. También es una red o un conjunto de píxeles. Tanto lo primero como lo segundo sirven como símbolos de esta khôra. El tamiz serigrafiado, como el resto de tamices, intentan revelar un elemento que finalmente nunca aparecerá, un torso humano. Existe, está, pero no se materializa en la obra final.
También aparece el elemento mediterráneo, que era en realidad el primer punto de salida propuesto de esta exposición, llamada Miramar: "al final no lo ha sido tanto como pintaba". Si bien Bestué acostumbra a hacer obra site specific y de mirar con curiosidad, ya través de su propia obra, a las arquitecturas y las ciudades, solo hay una pieza que mira directamente a València. Se trata de una caja de naranjas con algunas ruinas antiguas sobre una plataforma móvil: "me he basado un poco en ciertos clichés, pero quería hacer un homenaje a la gente que trabaja en el campo valenciano", comenta el artista.
Acompañan a algunas obras unos lingotes que son estos elementos orgánicos: sardinas, arena, huesos.... No son símbolos, pero tampoco son cómo se les conoce. Los tamices también sirven para reflexionar sobre el pixel, sobre aquello que compone una forma, pero que en sí mismo no es nada, e incluso los aprovecha para transformarlos en algo orgánico.
Con todo esto, Bestué genera un espacio "que no podría darse igual en un museo o en un lugar muy serio". Pols se reivindica, con Miramar, con ese lugar en el que las ideas se encuentran en ese término medio que te permite preguntarte ciertas cosas, elementos que habitan de otras maneras, que son o parecen y no son ni parecen a la vez.