La editorial Creaciones Alimón publica Historia del Rock en la Tierra Bobal, 1963-2013, un voluminoso libro que recoge la investigación llevada a cabo durante cinco años por Conrado Ibáñez sobre la escena musical desarrollada en la comarca de Utiel-Requena. Un trabajo que reivindica que el rock no ha sido nunca un fenómeno exclusivamente urbano
VALÈNCIA. Chicas ye-yés bailando entre caballones; vespas rodando sobre la tierra, con una preciosa estampa de viñedos como telón de fondo. Estamos en 1963, el año en el que la ola beat sacudió el mar de viñas de la comarca de Utiel-Requena. La música de las orquestinas que llegaba a los pueblos había dejado de satisfacer las ansias de modernidad de los adolescentes que ya habían empezado a cortarse el pelo a lo beatle y a cambiar los zapatos por bambas o pascueras, los pantalones de pinzas por los jeans y las faldas por los pantalones. Superando las dificultades inherentes al hecho de vivir en una zona de interior alejada de las grandes ciudades, el concepto de “molar” se abría paso poco a poco en poblaciones como Requena, Utiel, San Antonio y Venta del Moro.
Este es el punto en el que arranca el exhaustivo trabajo de investigación que ha llevado a cabo el músico y locutor de radio Conrado Ibáñez durante casi cinco años para reunir la historia de la música pop (es decir, todos aquellos géneros que incluyen desde el beat y el rock hasta el punk, el indie o el hardcore) desarrollada a lo largo de las décadas en esta comarca de la provincia de Valencia. La editorial Creaciones Alimón -cuyo objetivo fundacional es la difusión de la memoria colectiva de la idiosincrasia local valenciana, ya sea musical, etnográfica o gastronómica- se ha echado al pecho la publicación de este libro, que a sus importantes dimensiones suma 500 páginas repletas de información, fichas, anécdotas, entrevistas y un amplísimo archivo de fotografías cedidas principalmente por los músicos que protagonizan estas historias y sus entornos sociales.
La mayoría de las bandas que aparecen recopiladas habían caído en el completo olvido porque, con la excepción de artistas como Caballero Reynaldo o Manu Vicente, la tónica común en estas tierras era el amateurismo y las bandas de corto recorrido. Para ser justos, también cabe mencionar a formaciones que, dentro de los circuitos underground, lograron tener una cierta presencia nacional. Es el caso de bandas de punk como Cría Cuervos, de heavy metal o Yelmo de Mambrino, el primer grupo de Luis Miguel González, posteriormente conocido como Caballero Reynaldo, al que el libro dedica un capítulo aparte.
“La mayor parte de los grupos que aparecen en el libro no salieron de la comarca, aunque otros sí tuvieron continuidad y se movieron más. Por ejemplo, sobre todo a partir de los noventa, los jóvenes que se iban a estudiar a la universidad a Valencia, Murcia o Alicante se montaban allí sus grupos. Muchas veces lo que ocurría es que, al irse, rompían las bandas que habían creado en sus pueblos”. De todas formas, subraya Conrado, a pesar de que la ausencia de escuelas de música y locales de ensayo dificultaba el desarrollo como instrumentistas de los jóvenes que se metían en bandas, también es cierto que en esta zona de interior han surgido otros músicos profesionales de primer nivel como Jesús Rubio (también del grupo de rock progresivo Yelmo de Mambrino) o el guitarrista Manu Vicente.
Casi siempre por la noche. Historia del Rock en la Tierra Bobal, 1963-2013 (Editorial Alimón, 2024) no iba a ser un libro. “Todo partió del programa Escuela de Rock que he dirigido durante veinte años en Radio Utiel -comenta el autor del libro, oriundo de Caudete de las Fuentes-. En 2019 empecé a investigar sobre los grupos de música de la Movida Valenciana de los años ochenta. Empecé a llamar a unos y a otros y aquello se empezó a ir de las manos. Salieron muchas bandas que yo mismo no conocía, o que hasta ahora solo conocía de oídas. Reuní a antiguos miembros, mantuve largas entrevistas con muchos músicos que hacía muchos años que no se juntaban, y al final tenía tanto material que me di cuenta de que tenía que quedar plasmado en un libro. Tiene dos caras: la A son 99 biografías de grupos de rock, aunque también he incluido a algunos solistas, y en la cara B he recogido anécdotas y sucesos importantes, como la primera puesta en escena de la ópera rock Jesucristo Superstar, dos años antes de la famosa adaptación de Camilo Sesto”.
El año 1963 marca el inicio del libro porque es cuando aparecen en escena Los Cangrejos Azules, primer grupo de cuya existencia se tiene constancia en la meseta de Utiel-Requena. No tenían dinero, equipo, conocimientos musicales ni acceso fácil a tiendas de discos o salas de conciertos, pero lo poco que les había llegado del movimiento beat surgido en Liverpool fue suficiente para convertirlos en un pequeño fenómeno local.
“En aquellos años lo único que tenía la juventud de la comarca para reunirse y bailar eran las “orquestinas de baile”, que como máximo tocaban un twist o un rock and roll estilo finales de los 50. Pero los primeros que se desmarcaron de eso y empezaron a tocar los sonidos que estaban de moda en Inglaterra fueron Los Cangrejos Azules”.
A partir de ese momento, las corrientes musicales que marcaban la modernidad en el resto de España tuvieron reflejo en la escena local, si bien es cierto que lo hacían con cierto retraso. “Aquí llegaba todo de rebote, sobre todo antes de que hubiese internet -comenta Conrado-. Por ejemplo, el punk rock llegó un año más tarde que a las grandes ciudades del país, y la influencia del rock radical vasco de mediados de los ochenta, que aquí fue bastante fuerte, en realidad no llegó hasta principios de los 90. Sin embargo, hubo géneros como el rock progresivo de los 70 donde sí hubo bandas de la comarca que estaban al día, como el grupo Amigos. Otro ejemplo es el de Caleidoscope, un grupo de indie de los noventa, que sí llegó a tocar en festivales nacionales”.
La investigación de Conrado se detiene en 2013, cincuenta años después del estallido de la ola beat. “Desde esa fecha hasta el día de hoy, se puede decir que en la comarca ya no hay rock. Todo se ha ido al garete. Solo hay grupos de versiones que no tienen personalidad, y lo mismo tocan una versión de Ramones que de Héroes del Silencio o Barón Rojo en un mismo concierto. Es solo música para la juerga y además tocada por gente de más de 40 años y dirigida también a público de su edad. Eso me fastidia mucho”, comenta este comunicador y músico, que además de haber girado durante años con orquestas de baile, ha formado parte de numerosos grupos de blues y jazz desde los años noventa hasta la actualidad, desde Grupo Electrógeno, pioneros blues en la comarca, hasta su banda actual, The Cazz Players.
Nos preguntamos si ese aislamiento geográfico confería algún tipo de característica o idiosincrasia propia a las bandas que surgían en Utiel-Requena. Según nos explica Conrado, la mayoría de los grupos surgían entre pandillas de amigos de instituto, exactamente igual que en cualquier otra parte del mundo. Chavales (y alguna chavala, pero pocas) que no sabían tocar absolutamente nada y aprendían sobre la marcha. (Nada muy diferente a lo que ocurría, pongamos, entre la mayoría de las bandas de punk). Quizás la diferencia estaba en el hecho de que muchos de esos jóvenes, cuando salían del instituto, compaginaban la música con el trabajo en el campo. La viticultura era la locomotora económica de la comarca, y eso se reflejó también en las letras de algunas de las bandas locales.
“Tatanka era una banda de Camporrobles que tenía una propuesta de agropunk muy auténtica con letras de bastante cachondeo que hacían alusiones al mundo del campo y la vendimia. Un representante les vio actuar y habló con ellos para llevarlos por un camino más profesional, pero se rajaron porque les daba miedo salir de la comodidad de tocar aquí”, explica Conrado. En la comarca no solo escaseaban las tiendas de discos y las salas de conciertos, sino que tampoco había managers, discográficas y ese tipo de agentes del entramado de la industria.
Ibáñez recuerda especialmente los años ochenta, una época en la que las tribus urbanas estaban mucho más diferenciadas que ahora. “Cada pueblo tenía su personalidad. Por ejemplo, Venta del Moro era muy rollo Alaska y todo esa movida madrileña. La modernidad en la comarca entró por ahí. Utiel, sin embargo, era muy heavy metal en los ochenta. Y Requena, sobre todo a partir de los noventa, era muy punk y muy auténtica, con grupos que se hicieron bastante conocidos como ATPK. Menos de pose que los de otros pueblos. Aquí a principios del siglo XX pegó muy fuerte el anarcopunk y el Do It Yourself, sobre todo gracias a un garito que se llamaba La Grama, donde organizaban conciertos, talleres y festivales. La grama es como llamamos aquí a la hierba que no muere aunque le eches veneno”.
Uno de los principales hallazgos de este libro se encuentra en sus últimas páginas. Resulta que la primera adaptación musical al castellano y representación de la ópera rock Jesucristo Superstar no fue la de Camilo Sesto en 1975. Dos años antes, el 15 de abril de 1973, la famosísima obra conceptual, compuesta originalmente por Andrew Lloyd Webber con textos de Tim Rice, se presentó al público en Utiel. El impulsor de este proyecto loquísimo fue el propio cura de Utiel, que había viajado a Londres a ver la ópera que tanto revuelo estaba suscitando a nivel mundial, y regresó con el disco doble debajo del brazo y el propósito inquebrantable de adaptarlo y llevarlo a escena. El encargo se puso en manos del arreglista Juan Carlos Colón, siendo el propio cura el responsable de traducir los versos al castellano. Cerca de ochenta personas participaron como protagonistas y extras en esta gran producción, interpretada musicalmente por dos grupos de folk local, Yerba y Eco de Utiel. “El resultado fue más parecido al original, más rockera. La versión de Camilo Sesto era más pop, tenía menos garra”.