Una de las palabras que más se utiliza en las democracias, casi de manera sagrada, pues se le considera como la virtud máxima a la que deben aspirar los gobernantes de un estado de derecho es consenso.
El acuerdo entre diferentes, el pacto, el acuerdo, el llegar a un punto en común con los que piensan distinto es algo propio de las sociedades modernas, complejas y diversas y al mismo tiempo dadas a la búsqueda de lugares de encuentro, de ideas compartidas para lograr poner en marcha acciones, iniciativas, políticas públicas que cuenten con un respaldo mayoritario de la sociedad y que sirvan para avanzar y mejorar la vida de las personas. La idea suena impecable y muchas veces pienso que su origen es el de la antigua Grecia y su ágora, lugar de reunión, debate y reflexión de los asuntos públicos. La versión más actual (y castiza) en esta España nuestra, siempre se ha considerado que es la barra de bar o la tertulia del café tras la comida, donde parece que cada uno tiene su receta ideal para solventar los problemas de esta sociedad y por supuesto su selección de fútbol ideal.
La reflexión sobre la forma que tenemos de reunirnos para buscar fórmulas compartidas y por tanto llegar a los tan aclamados consensos, viene a colación de las tensiones crecientes y notorias que en las últimas jornadas estamos conociendo tanto en la coalición de gobierno nacional entre PSOE y Podemos, como de la coalición en la Comunitat Valenciana, especialmente entre los dos socios principales, PSOE y Compromis. Las coaliciones en política son la fórmula mágica para alcanzar el gobierno cuando ningún partido de los concurrentes a las elecciones ha logrado la mayoría parlamentaria, y en consecuencia se unen dos o más partidos para alcanzar esa cifra que les permite apoyar a un candidato y después gobernar.
El momento de las reuniones post electorales y los acuerdos de gobierno o pactos suele ser de gran intensidad mediática, lleno de constantes cruces de acusaciones y con manifestaciones contradictorias de unos y otros líderes, hasta que de repente anuncian que han llegado a un acuerdo y todo es perfecto. Se reparten cargos, ministerios, consejerías, secretarías de estado y autonómicas y luego poco a poco se van creando. El ejemplo del actual gobierno nacional y autonómico es perfecto, récord en altos cargos y carteras para poder tener tranquilos y bien pagados a los diferentes socios de las coaliciones. Pese a todo, los problemas y las desavenencias llegan y en el ecuador de la legislatura estamos viviendo los días de mayor tensión en ambos gobiernos. Hasta en el de la ciudad de Valencia llevan unos días con declaraciones, mensajes en redes y cómo no, la intermediación de la propia vicepresidenta del Consell refiriéndose a unas declaraciones del concejal de Hacienda.
La elección de los socios, como de las parejas, es muy importante para saber si el viaje que vas a recorrer junto a ellos será tranquilo o lleno de problemas y sinsabores. El socio del PSOE no parecía el más adecuado y así lo manifestaba el propio presidente antes de llegar a la Moncloa con su famosa declaración “yo no dormiría tranquilo con Podemos en el gobierno”, una de las pocas verdades que ha dicho y que seguro más de una vez piensa antes de dormirse, si lo logra. Porque no es habitual que entre los diputados haya un condenado por golpear a un policía y que además se resista a abandonar su escaño pese a que así lo dictamina la Justicia. Tampoco es habitual que todo un vicepresidente del gobierno decida abandonar su cargo y la política a mitad de la legislatura. No parece un socio que garantice seriedad y estabilidad.
Los pactos y las coaliciones en política podríamos decir que son un mal necesario, como reconocía la concejal de vivienda del Ayuntamiento de Valencia, Isa Lozano que declaró en Plaza Radio: “Las diferencias entre los socios van en contra de nuestra supervivencia política”, más claro imposible. Ahí podemos ver que muchos de los pactos no son siempre los más adecuado o favorable para los intereses ciudadanos, pero sí para la supervivencia de los partidos que los firman para alcanzar el poder a toda costa. Ahí entraría el debate de otro sistema electoral o la segunda vuelta que otorgaría un único ganador, pero eso lo comentaremos otro día.