NOSTÀLGIA DE FUTUR / OPINIÓN

Democratizar la innovación

14/06/2017 - 

Hablamos de la innovación y de sus virtudes con demasiada ligereza. La innovación, reducida a su vertiente tecnológica se dibuja como un proceso neutro, independiente de estructuras sociales y territorios.

El internet de las cosas, la robotización, la impresión 3D o la revolución industrial 4.0 son innovaciones que generarán cambios radicales en las empresas, pero también en la sociedad y en la geografía. Por otro lado, los procesos de innovación social, más allá del mercado, están detrás de algunas de las transformaciones más importantes de nuestras ciudades. Como afirma Joan Subirats, “no podemos hablar de innovación tecnológica, de innovación social, sin referirnos a las condiciones de vida de la gente y los conflictos de poder que encierran.”

En mis últimos artículos definía la relación íntima entre el espacio público (lo que hace ciudad) y la innovación; pero también alertaba de los efectos de las políticas de atracción de talento, de agentes individuales innovadores, ya que, al favorecer a un grupo social ya de por sí privilegiado, pueden tener implicaciones negativas en forma de desigualdad.

Los discursos dominantes sobre innovación privilegian y mitifican la figura del innovador-emprendedor individual. Olvidan demasiadas veces la capacidad transformadora de la sociedad como colectivo y desprecian el rol del sector público. No obstante, el sector público está detrás directa o indirectamente —a través de la provisión de las infraestructuras necesarias, del sistema de derechos y garantías, de la educación y de la investigación directa— de todos los procesos de innovación.

La innovación tiene la capacidad de liberar, distribuir, generar riqueza e incluso democratizar procesos; pensemos por ejemplo en la evolución de internet. Pero, alejándonos de visiones apocalípticas, como la de los ludistas (aquellos artesanos ingleses que en S.XIX destrozaban las nuevas máquinas que destruían empleos), tenemos que ser conscientes que hay efectos de la innovación que pueden ir en dirección contraria.

Las smart cities pueden ser tanto sistemas democráticos de datos abiertos con implicación directa de sus ciudadanos como sofisticados armazones tecnológicos para hacer más eficiente aquello que no importa, controlar a sus habitantes y sacar rendimiento económico de los datos que ellos generan con su vida diaria. La digitalización empresarial puede beneficiar a nuestras PYMES pero también puede desencadenar una proceso de concentración empresarial y una destrucción neta de empleo.

Al final, los efectos de la innovación, no son simple y de manera neutra económicos, sino que tienen implicaciones territoriales y sociales, y por tanto necesitan de acciones y respuestas políticas. Volviendo a Subirats, “solucionar problemas a la gente no tiene por qué implicar el reducir sus capacidades de decisión y de disidencia. Sabemos que toda gran transformación tecnológica encierra tantas oportunidades como riesgos.”;  o como sostiene en esta otra reflexión: “al final, de lo que estamos hablando es de democracia o si se quiere de politizar el debate sobre la innovación, preguntándonos quién gana y quién pierde en cada caso.

La innovación puede incrementar la desigualdad pero también genera el dinamismo social y económico que permite combatirla. No tendría sentido combatir la desigualdad intentando disuadir la innovación tecnológica o el emprendimiento. Necesitamos estrategias conscientes de sus efectos, que generen las condiciones y democraticen la innovación, haciéndola llegar a aquellos con menos oportunidades. Y así también, como pide Joan Ribó, tendremos un sistema de innovación que resuelva las desigualdades.

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