GRAND PLACE / OPINIÓN

Desde Constantinopla, con amor

3/01/2017 - 

Esta vez no hemos visto el Aston Martin de James Bond cruzando a 303 km/h las calles de Estambul, en una trepidante persecución hasta la Mezquita Azul, o cabalgando una motocicleta por  el intrincado laberinto de callejuelas del Gran Bazar antes de cruzar el puente del Bósforo. La Nochevieja de 2016, un hombre de negro bajó de un taxi amarillo frente al Club Reina, tranquilamente sacó un AK-47 de una bolsa de deportes y disparó a bocajarro al policía que custodiaba la entrada. Ya en su interior, se puso un gorrito de Papa Noël y comenzó a descargar una lluvia de balas contra los 500 jóvenes que celebraban la entrada de 2017, como si de confeti se tratara. Sí, echamos de menos al agente 007 y a toda la seguridad de Occidente que sigue fallando frente a los continuos ataques a nuestra Western Way of Life.

Siempre que he visitado Estambul me he sentido en casa, y no sólo por la memoria cinematográfica que nos han dejado las repetidas visitas del agente 007 a la histórica capital del mar del Bósforo. Los callejones de la parte baja de la ciudad cerca del Gran Bazar, los bares, las tiendas, la comida, los olores, su luz mediterránea… la hacen nuestra. La Gran Constantinopla cristiana, que extendió su cultura y su comercio bordeando todas las orillas del Mediterráneo como capital del Gran Imperio Romano de Oriente y adentrándose hasta los Balcanes en Europa, la del Gran Turco, acaba de ser golpeada de nuevo en esta orilla…

El macabro atentado llevaba la satírica firma del Estado Islámico, que acaba de reivindicar la muerte de 39 personas a manos de un Papá Noël armado con un kalashnikov AK-47, el fusil de asalto típico de los terroristas islámicos que se mueven especialmente por Europa -habría que controlar el tráfico de armas que entran fácilmente por el puerto de Marsella-. No puedo evitar reproducir el comunicado de ISIS, 36 horas después del asalto, que ha dejado también 69 heridos de doce nacionalidades distintas: "En continuación de las sagradas operaciones que el Estado Islámico está llevando acabo contra el protector de la cruz, Turquía, un heroico soldado del califato golpeó uno de los más famosos clubs nocturnos donde los cristianos celebran su festivo apóstata”.

Dos claves entre líneas. En primer lugar, la tardanza en reivindicar no es más que el signo de que se trataba de otro lobo solitario —huido y sin identificar al escribir estas líneas—. Lo que viene a demostrar, en segundo lugar, que la capacidad operativa como ejército del Estado Islámico se viene debilitando con los recientes ataques de Rusia apoyando al Gobierno en Siria, y que se traduce además en una merma considerable del territorio ocupado. Y una aclaración para ISIS, no sólo los cristianos celebraban su “festivo apóstata”. Excepto una canadiense, un israelí, un belga y tres indios, el resto de víctimas son musulmanes de los países vecinos.

Pero Estambul no es Turquía. No hay más que visitar Ankara, la capital golpeada repetidamente en el ultimo año con una docena de atentados. No hace falta cruzar al otro lado del Bósforo para adentrarse en la Turquía profunda, la recientemente islamizada por los sucesivos gobiernos de Tayyip Erdogan, que se aleja del espíritu liberal y europeísta del legendario Atatürk. La encontré cuando crucé a territorio turco en la isla de Chipre. 

Desde la sede de Naciones Unidas, se divisaba la Greenline en lontananza. Una frontera imaginaria entre dos continentes, entre dos culturas, entre dos mundos, que divide la isla de Chipre desde la invasión turca de 1974 con la llamada Operación Atila. Junto a un aeropuerto fantasma, el de la capital Nicosia, kilómetros de alambrada cruzan la isla de este a oeste y hasta el infinito de un conflicto que derivará en la decisión de la entrada de Turquía en la Unión Europea. La mitad norte de la isla, territorio turco, sigue siendo un as en la manga para el gobierno de Ankara, como expuse hace años en mi trabajo de fin de Máster de la Universitat de València, contrario a su adhesión.

Esta misma visita a Chipre la realizó hace poco más de un año el último agente 007, Daniel Craig, en su papel —real—, de Defensor Mundial para Naciones Unidas de la Eliminación de Minas y Explosivos. Ninguno de los Bond han venido en nuestra ayuda: comenzando por Sean Connery en Desde Rusia con amor (1963), pasando por Pierce Brosnan con El mundo nunca es suficiente (1999), hasta el último de Skyfall (2012), con Daniel Craig. Ni siquiera Michael Bubblé… Recordemos su remake, al estilo Goldfinger, de 'Feelin’ Good'. Pasaremos de largo las escenas de amor de Bond intentado seducir, con éxito, a la agente rusa a bordo de un ferry que cruza el Mar negro o la tórrida tortura sexual que sufre en un submarino nuclear a manos de la millonaria Elektra King.

De vuelta a la realidad y con la perspectiva de casi una década, sigo opinando igual. Y más ahora que El Gran Turco ha sido golpeado, que no noqueado, repetidamente en el año que nos acaba de dejar. Se cierra el círculo. Alguien pretende que Constantinopla, la añorada capital del Imperio cristiano de Bizancio, vuelva a caer. Quince atentados en un año son muchos para un país limítrofe con todos los conflictos de Oriente Medio, vecino de guerras y amigo de enemigos. Esta vez, nuestro deseo de Fin de Año debería haber sido ver llegar a Daniel Craig a 303 km/h devorando el asfalto de Estambul en su Rapide, el último modelo de Aston Martin…