Cuenta Fritz Lang que, antes de filmar M, El vampiro de Düsseldorf, tuvo un problema por el título original de la película en alemán (Die Mörder sind unter uns, que podríamos traducir como Los asesinos están entre nosotros). El hombre que dirigía el lugar en el que Lang quería trabajar le recomendaba que no hiciera la película. Enervado, Lang lo cogió por la solapa y notó algo duro en ella. Cuando soltó al sujeto, Lang vio que el objeto cuya dureza le había sorprendido era la insignia del partido nazi. Lo llamativo del caso era que en ningún momento Lang había tenido la intención de referirse indirecta o simbólicamente a Hitler y sus compinches a la hora de hacer la película, pero los asesinos se habían sentido aludidos, haciendo verdad ese dicho tan castizo de que "El que se pica, ajos come".
Desde hace ya unas semanas, el IES Lluís Vives de València es protagonista en el correveidile local por su asidua presencia mediática. Conocido a nivel nacional por las impactantes imágenes de la Primavera Valenciana, en la que los libros se enfrentaron a las porras, el histórico centro de la calle Sant Pau asiste a uno de sus momentos más incómodos, incomprensibles y, me atrevería decir, dolorosos.
La historia es bien conocida. Ante el comienzo del curso escolar 20-21 y el mantenimiento de unas cifras epidémicas inquietantes, la Conselleria d’Educació i Ciència planteó unas directrices para conseguir que el alumnado, después del desconcertante final de curso anterior, pudiera seguir de la mejor manera las clases. Se plantearon tres escenarios: presencialidad, semipresencialidad y, en el caso de confinamiento, volver a las clases telemáticas como sucedió entre marzo y junio del curso pasado. Por cuestiones obvias, la idea era que los alumnos más pequeños (primero de la ESO) y el alumnado de programas especiales (PMAR, PR) fueran los que recibieran la máxima atención y disfrutaran de la presencialidad completa.
Lo normal en cualquier centro con ESO y bachiller es que sea mayor el número de alumnos de secundaria que de bachillerato, al no ser una enseñanza obligatoria. Sin embargo, en el Vives ocurre lo contrario: la pirámide de alumnado es más ancha en su cúspide que en su base; dicho de otra manera: los cursos de bachillerato están llenos, muy llenos, mucho más que los de la ESO, motivo que llevó a la dirección del centro a optar por priorizar la presencialidad en primero y algunos de secundaria, dejando el siempre saturado bachillerato con grupos divididos, a la espera de ver la evolución, cuando menos preocupante, de la enfermedad. Para más inri, el centro es un Bien de Interés Cultural y cada vez que se quiere hacer alguna modificación de espacios hay que pedir los correspondientes permisos y no es ni fácil ni rápido.
En esta tesitura empezó el nuevo curso con las inevitables dificultades, miedos y prevenciones que podría provocar un brote en un centro educativo. De hecho, parecía estar escrito que en menos de un mes el instituto iba a ser el Armagedon por la impericia de la chiquillería y sus despreocupados docentes. Pero héteme aquí que llevamos casi un trimestre de clases y claro que ha habido casos positivos en las aulas, pero la gran mayoría han sido de origen externo. A este respecto me parece muy importante el trabajo realizado por las familias, los estudiantes y todo el personal del centro (dirección, coordinador responsable Covid, equipo de limpieza, administración, conserjería y mantenimiento y el resto de docentes) en la prevención y control de la enfermedad. Sin embargo, demasiado tranquilas parecían transcurrir las cosas.
Alarmados por lo que se considera un agravio comparativo de cara a la EBAU con otros centros que sí que han podido plantear la presencialidad, algunos alumnos de segundo de bachillerato mostraron su disconformidad a la directiva, canalizando sus protestas a través del AMPA del centro, como debe ser. Tras reunirse en diversas ocasiones, que han incluido un consejo escolar (el mayor órgano de decisión del instituto), la directiva, previa consulta al claustro, forzó al máximo para conseguir que algunos grupos de segundo vieran satisfechas sus demandas de clase a diario (curiosa y casualmente, en el mismo momento en que la Generalitat decretaba el cierre perimetral de la Comunitat). Dicho de otra manera, cuando la dinámica general invita a la separación, algunos alumnos y padres -insisto, algunos- piden lo contrario, no sé si por negacionismo, obcecación, egoísmo o falta de perspectiva. Me consta que en el centro al que va mi hija ha sucedido algo parecido, argumentando la directiva del mismo que "los padres habíamos pedido la presencialidad completa". A mí, como padre, nadie me ha preguntado nada, pero por si a alguien le interesa, prefiero que mi hija se junte lo menos posible con otras personas, tal y como está el panorama.
A partir de aquí empieza un absurdo circo en el que la prensa local ha jugado su papel. Titulares impactantes, carteles en la buganvilla de la entrada (el periodista del diario decano la califica de "hiedra") con alusiones directas a personas concretas, fotos del alumnado afectado, madres y padres, algún directivo del AMPA con exceso de protagonismo, hashtags modernos e, incluso, vídeos en Youtube al ritmo de Obrint Pas.
Mientras, a los profesionales del centro nadie les ha consultado. Nadie se ha parado a pensar si a ellos les gusta o no la presencialidad o la semipresencialidad. De hecho, nadie les preguntó durante el confinamiento. Los docentes del Vives y del resto de centros de la Comunitat trabajaron para sacar el curso, respondiendo como podían a las incógnitas que el coronavirus había dejado en el devenir académico. Ni les cuento cómo se vivió esa situación en segundo de bachillerato, precisamente. Esperando, como los personajes de Casablanca, a que el Ministerio, la Conselleria y las universidades dieran alguna pauta. Claro, al fin y al cabo son personal imprescindible para el buen funcionamiento de la maquinaria, dóciles funcionarios con un exceso de tiempo libre (sic). A los profesionales del Vives nadie les ha preguntado cómo se sienten al ver su centro atacado en prensa. Se me dirá que no va contra ellos, pero desearía que alguien se pusiera en su lugar. Como en cualquier colectivo y profesión, hay buenos y malos docentes, pero las manzanas podridas, puedo asegurarlo, son siempre las menos. No he visto que la prensa haya dado la voz al centro; es más fácil, rentable y llamativa la protesta orquestada que tiene eco en los medios y redes sociales: haz ruido, que alguien escuchará.
¿Y la Conselleria? Se supone que defiende a sus trabajadores, digo yo. Todavía recuerdo la reunión de julio de 2015 en el IES Benlliure, con Marzá y Soler prometiendo un cambio, aire fresco para los nuevos tiempos y un público entregado entre el que me encontraba. De momento, que yo sepa, Educació ni está ni se la espera. Una pena, tal vez porque no eran lo que decían ser. Entre tanto, el profesorado seguirá dando sus clases, recibiendo los preceptivos golpes y aguantando las conspiraciones del Dr. Mabuse de turno. La verdad es que ya lo profetizó el maestro Lang: los malos están entre nosotros, ellos lo saben y se darán por aludidos.
Xavi Pérez Sanchis es profesor del IES Lluís Vives