EL CUDOLET / OPINIÓN

Desencuentros con València: el pueblo más antipático de España, según Baroja

27/04/2019 - 

No soy crítico de libros, ni profesor de literatura y no voy a hablar de ninguna presentación editorial. No suelo celebrar la mecánica de San Jordi en el día del libro, lo considero superfluo, carece de interés, existen profesionales para tal aventura editorial, tampoco visito librerías y creo que es la única fecha del calendario en la que mi biblioteca no aumenta de talla. El día de la rosa lo encuentro rebanado de hojas pueriles con acento mercantil, líquido, plástico, sin olor ni sabor. El santoral doblegado se resiste al constante natalicio del día D, celebrando todo o casi todo, generando la plañidera diaria del salvem el planeta, de las injusticias con el argumento de fondo de la obligada modernidad de la participación. Solo detengo el calendario en determinados días, ante empresas que bregan contra enfermedades malévolas que no dan tregua a la comunidad científica.

Retroceder en el tiempo para describir el punzante relato de los desencuentros con el “pueblo más antipático de España” –València-, vago, pero excitante lectura de una perla escrita por Pío Baroja en una misiva, fechada en 1902, y enviada a su coetáneo  “Azorín“, es de imperiosa necesidad para repensar si la guía urbana, la de la memoria extensiva al pasado y presente del Cap i Casal, debe plantearse o no la restitución de la condecoración en el callejero a la figura del ilustre escritor noventayochista, generador de literatura profunda, castellana y lúgubre. Ernest Hemingway  llegó a aventurar que Baroja era merecedor del tributo a la estatuilla del Nobel de Literatura en un encuentro que mantuvo con el escritor vasco. Discutible quizás tanto lo primero como lo segundo ¿no creen? 

Pío Baroja fijó su residencia durante casi tres años en la capital del Turia mientras cursaba los estudios de Medicina en la Facultad de València. Al terminar la carrera, marchó preso de antipatía profesada por el carácter de los valencianos. Me disgustó leer a costa de mi ciudad el epistolario entre Baroja y Azorín. En una carta de puño y letra del vasco al alicantino se refería a València con estas parcas e impertinentes palabras: “Encontré tan repugnante como me parecía cuando tuve la desgracia de padecerla dos años y medio”, “València para mí es el pueblo más antipático de toda España”y apostilló sobre la Seu, “La Catedral fea”.

El escritor de Monóvar José Martínez Ruiz, “Azorín“, teórico del término, acuñó a esta generación de elitistas escribidores “refugiados en el latente pesimismo de su obra”. Releí con  amargura, poca frescura y escaso interés parte de los títulos más atrayentes o dolorosos de la literatura noventayochista. Baroja perteneció a ésta generación, la del 98, grupo romántico de escritores enarbolando una narrativa casta, basada en la profundidad del paisaje de un ideario castellano relatando las vivencias desde el dolor de sus personajes en una renovada literatura hidalguista. 

Pese a la amistad que le abrazaba al pintor valenciano Joaquín Sorolla, Baroja se instaló en la perpetua amargura enfrentada al carácter, el alma y la arquitectura de los valencianos. Hecho que fraguó una batalla dialéctica con su homónimo Vicente Blasco Ibáñez, disidente novelista de la generación castellana. A raíz de la publicación en 1904 de sus tres novelas madrileñas, “La busca”, “Aurora roja“  y “Mala hierba”, Baroja se enrocó en los pasillos con Blasco, el valenciano le espetó: “Eso que usted ha hecho con las tres obras son estampas, pero hay que pintar el cuadro”. Ante la crítica del novelista republicano hacía su obra literaria, Baroja le respondió: “Es probable. Mas no todos los cuadros son buenos. Hay cuadros que son deplorables”. 

No estoy entre los lectores del 98. No pertenezco a ella. Me inclino más por la literatura mediterránea encasillada en el modernismo de la época. Me satisface más. Me encuentro más cómodo entre sus páginas. Me doblego a ellas.  Sigo pensando como Eduardo Mendoza que “España nació fruto de un enlace matrimonial entre Fernando e Isabel“ y a los valencianos lo único que se nos ahoga, es nuestro paisaje, cuando las fuertes lluvias arrecian en nuestro litoral.