En la jerga política alemana, hay una bella frase: “Nach der Wahl ist vor der Wahl”. Una traducción aproximada sería “tras las elecciones es antes de las elecciones”, y lo que quiere decir es que, por mucho que se diga que algo se resolverá “tras las elecciones”, eso es mentira porque una vez pasadas esas elecciones toca preparar las siguientes. O en otras palabras: siempre hay unas siguientes elecciones que lo condicionan todo, por mucho que unas elecciones se presenten como vitales, importantísimas, cruciales y nosecuantas cosas más.
Las elecciones pueden traer sorpresas, e incluso cambios de rumbo, como no… pero al final lo que hay es un conjunto de políticos evaluando la nueva relación de fuerzas, midiendo posibilidades, resignificando los “¡imposible!” y “¡jamás!” que dijeron la semana anterior, y mirando por la siguiente cita con las urnas, en las que el pueblo soberano puede deshacerlo todo otra vez. Como debe ser en una democracia.
Así debemos ver también las elecciones de hace una semana en Castilla y León. Sin duda, para Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco han sido cruciales a un nivel personal: Mañueco disolvió las cámaras con la idea de dar un golpe sobre la mesa y recuperar la tradicional mayoría absoluta del PP (o al menos quedarse cerca), y Casado apoyó la idea pensando que reforzaría su propio liderazgo y la posición en general del PP.
Con respecto a esas expectativas, desde luego, después no es antes, sino más bien hay un antes y un después para Casado y Mañueco. Para el segundo, empieza ahora un largo pulso para lograr los apoyos necesarios. Para el primero, se ha abierto la veda en Madrid, donde su conflicto con Isabel Díaz Ayuso ha estallado en toda su gloria y aún no se puede ver cómo acabará.
Pero por mucho que para ambos las elecciones hayan tenido su coste, para la derecha política de Castilla y León poco ha cambiado: seguirá gobernando. Normal, porque es una autonomía estructuralmente conservadora: la media de edad de los castellanoleoneses es de 47,5 años (la segunda mayor de España, solo superada por Asturias), la economía gira mayormente en torno a la agricultura (o al menos más que en el resto de España, 6,2% de la ocupación versus un 4%, lo que globalmente no es mucho pero no ha quitado que casi todos los políticos se hayan hecho las obligadas fotos delante de explotaciones agropecuarias), y la población lleva disminuyendo desde el año 2010 y no hay visos de que el proceso vaya a detenerse.
Dentro de la normalidad de una mayoría de derechas, sin duda la mayor novedad es el ascenso de Vox a tercera fuerza, capaz de exigir una vicepresidencia y varias consejerías a cambio de su apoyo a una investidura. Cosa que seguramente ocurra: Mañueco no puede arriesgarse a repetir elecciones tras haber reventado la legislatura, tampoco hay otro socio en potencia capaz de llegar a 10 escaños, y una posible abstención del PSOE (que ya se ha ofrecido, aunque solo sea por cumplir) sería un regalo envenenado porque le dejaría a Vox la campaña “la derechita cobarde que gobierna con Pedro Sánchez” en bandeja de plata. Tanto en Valladolid como en Madrid. Así que habrá consejeros de Vox, que seguramente se dedicarán principalmente a trolear desde sus puestos para hacerle ganar popularidad al partido en el resto de España.
¿Cuán sólido es este voto de Vox? La afamada “nueva política” ya ha mostrado que los votos pueden irse tan rápido como llegaron, pero Vox parece ahora mismo mejor situado para resistir. Principalmente, porque basa su mensaje en fallas internas de la derecha españolista que el PP, sencillamente, no puede puentear: el hecho de que un proceder más “duro” contra Cataluña pondría a España contra Europa (donde “Europa” puede ser indistintamente la Comisión, el Tribunal de Estrasburgo o el Parlamento).
Volviendo a Castilla y León, su relativo estancamiento seguramente esté también detrás de la otra sorpresa de estas elecciones: la aparición, en una autonomía donde el sentimiento “españolista” es de los más fuertes de España, de candidaturas provinciales. La Unión del Pueblo Leonés, el más veterano, logró su mejor resultado histórico, Por Ávila mantuvo su escaño y casi dobló votos, y la recién llegada plataforma ciudadana de Soria ¡Ya! obtuvo nada menos que tres escaños de cinco y el 42% del voto. Lo extraño es que esto no haya pasado antes.
Tal vez la explicación es que los más perjudicados por la evolución general de Castilla y León (jóvenes, parados, gente sin tierras) han acabado haciendo el petate y mudándose a otras regiones de España, con lo cual unos votos que podrían haber propiciado algún tipo de reacción mucho antes han dejado de emitirse en las elecciones locales. Y como quienes se quedaban eran los mejor situados, eso ha dado un sesgo aún más conservador a la política local, a pesar de que ha sido un partido conservador el que ha gestionado esta decadencia sin interrupciones desde 1987.
Sin embargo, incluso el afortunado dueño de la única farmacia/gasolinera/supermercado en una comarca tiene que acabar constatando que la falta de oportunidades, aunque no le afecte, acabará causando una implosión poblacional que le dejará sin clientes. Parece que ese momento ha llegado.
En la parte media de la tabla, tenemos a Podemos, que tras lograr nada menos que diez escaños en 2015 ahora solo retiene el de Valladolid, y a Ciudadanos, que desde los 12 de 2019 ha caído incluso por debajo de Podemos en votos. ¿Dónde fueron esos votos? El voto a la izquierda del PSOE siempre ha resultado volátil, y posiblemente haya vuelto en parte al PSOE, en parte haya ido a las candidaturas provinciales, y en parte a la abstención.
En cuanto a los de Cs, existe la tentación de igualar los 11 escaños que bajó Cs con los 12 que subió Vox, pero unas elecciones no son una planta química donde se conoce al miligramo lo que entra y lo que sale. Si acaso, se parecen a un péndulo de Newton: no son las mismas bolas, pero sí las mismas fuerzas e impulsos.
Las consecuencias, sin embargo, ya difieren: Podemos al menos parece haber vuelto al rocoso suelo de IU, pero para Ciudadanos el destino final empieza a parecerse mucho a UPyD. En ese sentido, y aprovechando que ha vuelto a salir a la palestra por su desagradable divorcio laboral con el bufete Martínez-Echevarría, recordemos que la clave de la actual situación política está en la decisión personal de Albert Rivera de no pactar con el PSOE en mayo de 2019.
De haberlo hecho, ninguna de las elecciones que han supuesto un clavo tras otro en el ataúd de Cs (generales de noviembre de 2019, extraordinarias de Madrid, extraordinarias de Castilla y León) se habrían producido, Ciudadanos estaría en el gobierno en ambas comunidades y en el gobierno central, Rivera sería vicepresidente de una coalición con mayoría absoluta, y Vox seguiría siendo la quinta fuerza parlamentaria con solo 24 escaños. Aunque las campañas electorales tiendan a pintar cada elección como un momento crucial, se trata de evoluciones lentas que vienen de muy atrás.
Y después de cada elección, vuelve el tran-tran habitual de cara a las siguientes elecciones. Y esto es así para todos los partidos… excepto para aquellos partidos cuya intención es lograr el poder y una vez obtenido no soltarlo jamás, con todas las jugarretas y el lawfare necesario. Pero de eso hablamos otro día.