VALÈNCIA. Resulta un misterio ese día en que una persona decide iniciar una colección -desde cuadros del Renacimiento a latas de cerveza vacías- y es también misterioso qué es lo que le mueve a llevar a cabo algo poco racional, pero que, sin embargo, puede dar sentido a su vida y, en algunos casos convertirse en un medio, un fin y, en definitiva, en una obsesión más o menos sana. No sé realmente, por tanto, cómo se fomenta el coleccionismo, cómo se obra el milagro. Hay mucha gente de gran sensibilidad, pasión por el arte, posibilidades económicas y que, a lo más ambicioso que aspiran es a colgar de sus paredes unas reproducciones de Monet, Hopper y Rothko. Nada que objetar: nadie es mejor que otro por el hecho de coleccionar. La experiencia sí que me dice que, cuando menos, hace falta ser un “tipo de persona determinado” y adquirir unos conocimientos mínimos -que se irán ampliando- y que pueden llegar de las formas más variadas: un ambiente doméstico determinado desde la infancia, una excelente profesora que nos despertó la curiosidad, una vinculación especial por una iconografía, un lugar geográfico, una época o una estética determinada… También, quizás, unas prioridades por encima de otras en cuanto al sentido que le damos a nuestra vida en un momento determinado y, en algunos casos también unas posibilidades económicas. Este último requisito no es condición necesaria, puesto que existen coleccionismos muy económicos y sé de casos, cuando la cosa venía apretada, de quienes se han quitado de cenar fuera de casa para poder comprar algo que querían.
Se me ocurrió escribir sobre coleccionismo vinculado a una geografía humana o física cuando hace unos días un compañero me contaba que acababa de hablar con un cliente que colecciona todo lo relacionado con su localidad, en este caso Llíria. Es uno de esos coleccionistas que llamo “indiscriminados” excepto por el lugar geográfico que da sentido a su colección. Mientras provengan de allí colecciona todo lo relacionado con su entorno, pudiendo reunir todo aquello que quepa imaginar: obras de arte de artistas locales o pinturas de artistas foráneos que tengan como objeto algún rincón de la localidad y que el coleccionista sabe detectar al instante; documentos de toda clase: desde postales antiguas, fotografías históricas, grabados, anuncios publicitarios, folletos o incluso tickets de compra de establecimientos que ya han desaparecido. Por supuesto, la literatura tanto de ficción como ensayística que tenga como protagonista la población y, obviamente, noticias aparecidas en periódicos del momento que recogieron algún acontecimiento histórico. Por extensión, la colección, por si no fuera poco, abarcará aquello relacionado con los Santos Patrones (y las Santas), así como la Virgen que allí se venera, lo que genera un pequeño mundo iconográfico.
Me comentaba hace unos años un comerciante de fotografías antiguas y postales, que, a la par, se había convertido en coleccionista (qué difícil resulta ser profesional y no convertirse también en “lo otro”), que la búsqueda, y, en consecuencia, la cotización de esta clase de género gráfico, cuando tenían como objeto una localidad determinada, no se basaba tanto en la calidad intrínseca del material, sino en algo tan básico como que existiese más de un coleccionista en cada una de las poblaciones. Cuando se juntan varios buscadores se desata la guerra, los precios suben, y cuando durante un tiempo no hay nadie, los precios se precipitan. De repente Denia puede venderse mal durante un tiempo, o, sin embargo, Xátiva bien, Gandia regular o que por Castellón haya una especie de fiebre local.
Otra modalidad de colección relacionada con el lugar, se produce cuando en aquel municipio existe, o existió, una manufactura de relevancia. Una relevancia que en algunos casos incluso ha trascendido con mucho los lindes del término municipal. En la Comunitat Valenciana tenemos el caso de aquellos lugares en que las manufacturas cerámicas se han ganado, por la calidad, la relevancia que tienen: Manises, Alcora, Ribesalbes, y más modestamente Onda, Orba o Biar. En estos lugares aparecen coleccionistas de aquello que se produjo en su localidad, aunque bien es cierto que en estos casos también hay ejemplos de coleccionistas que se ciñen a estas manufacturas sin tener relación personal alguna con ellas, simplemente por la atracción que representa esta cerámica o la importancia y calidad intrínseca. Con el tiempo he ido conociendo coleccionistas de toda índole, pero siempre me han llamado la atención aquellos que se ciñen al patrimonio producido en su localidad: cerámica de Paterna o de Manises, Botijos de Biar, de Juguetes de Denia o de Ibi, de platos de Ribesalbes, de pintores de Alcoy, de artistas de Godella o de Castellón, arte popular del Maestrazgo, Monedas romanas de Sagunto… no acabaríamos.
No es extraño, por tanto, que, en estas localidades existan o hayan existido coleccionistas, que además su colección haya constituido un valioso regalo de enorme relevancia social y cultural. Una colección conformada por una idea clara de reivindicación, estudio y recuperación de artistas, documentos y formas de trabajar locales. Una incansable labor privada de búsqueda, pero también una gran tarea intelectual de recopilación y catalogación de las piezas, y de inversión y esfuerzo para su restauración y conservación. Una tarea en muchos casos titánica y encomiable, no siempre suficientemente valorada, que los ayuntamientos, las entidades públicas y los conciudadanos deberían apreciar en su justa medida, pues la generosidad de muchos coleccionistas ha conseguido enriquecer el patrimonio municipal a través de su generosidad por medio de importantes donaciones. Así que ya saben, si sienten la llamada y no saben qué coleccionar, quizás tengan la respuesta muy cerca de ustedes.