Para mí seguirá siendo la vetusta plaza de Zaragoza, espacio de reencuentro con mis compañeros de grada y con diferentes hinchadas del Reino Unido. Una familia irlandesa tuvo la culpa al asentarse en la sillita de la Reina, pasé muchas veladas de mi precoz adolescencia tomando pintas, y viendo partidos de rugby en la barra de fusta de dicha cervecería.
Llevo unos días analizando los discursos oficiales, la contra y los críticos por sistema sobre la intervención quirúrgica de la plaza de la Reina. Casi ninguna de ellas ha satisfecho mis demandas. Un apéndice, ninguna. Lo mejor de todo este tinglado ha sido el reconocimiento público del arquitecto valenciano e internacional Rafael Guastavino.
Hace muchos años, en un tiempo que España iba muy bien, eso decían, mantuve ciertas conversaciones de altura con un arquitecto, no voy a citar el nombre, por no molestar. El maestro, en aquel momento, ocupaba un puesto clave en el organigrama municipal o eso creo. Le tengo mucho aprecio y he perdido su contacto. Solíamos comer juntos y debatíamos sobre la arquitectura de la ciudad. El tío sabía un huevo, no de planos, eso es relativamente fácil si le pones empeño al estudio de la carrera. El de la regla y el cartabón formaba parte del alma del Cap i Casal.
En ese tiempo devoraba casi todo sobre la historia de la ciudad. La etapa Goerlich, siempre he defendido que su arquitectura representa la València moderna, lo que Gaudí ha servido para Barcelona, Goerlich lo ha impreso en València. Aunque he de decir que estuvo muy condicionado por el mando. El derribo de la Bajada de San Francisco fue impuesto, y el de la Reina contra su voluntad, por un asunto de conciencia familiar. Una jodienda decía mi vieja.
Y, a eso vamos, en aquella plaza de postal se levantaba un barrio de edificios de poca altura, con sabor a tranvía, dicha ejecución acabaría con la sensación de arribar hasta La Seu sin ser visto. Ese fue el mensaje que aprendí de dicho colega de la Politécnica. Aquella expansión urbana hizo colocar a la Catedral en un segundo plano afeando la bella estampa de color sepia. No es lo mismo peregrinar en espacios diáfanos a catedrales imponentes, como la de Santiago de Compostela o Milán por poner dos ejemplos. A estas, el abierto les sienta bien.
He de decir que esperaba más de dicho trabajo. Ha faltado el haber conectado nuestro pasado romano por el subsuelo con L' Almoina y después con la Virgen. Un paseo subterráneo, caminando sobre el empedrado de la vecchia Valentia. Ahora solo espero que después de haber echado toda la carne en el asador, se tomen en consideración en devolver a la ciudad la toponimia natural de los hechos, retirando las condecoraciones a una Reina moribunda, y reintegrando el nombre de "origen" por Zaragoza ¡Más patriotismo al son de Dios no salve a la Reina!