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El lento desconfinamiento de las personas con discapacidad

9/06/2020 - 

GANDIA. Contaban las horas para poder salir. Sentían nervios, cierta congoja y por encima de todo felicidad: después de 64 días en cuarentena cruzaban por primera vez el portal. Por fin podían ir al Taller Ocupacional Fundación Espurna para reemprender parte de la rutina que tenían antes de la crisis sanitaria de la covid-19. Eso sí, con las medidas de seguridad estipuladas por el Gobierno y las restricciones que tienen las personas con discapacidad intelectual, que era como si permanecieran en fase 0 cuando ya habíamos entrado en la 1. 

La directora del centro de la Fundación Espurna en Gandia, Charo García, critica que el reglamento con las personas con discapacidad intelectual no ha sido el adecuado ni durante el estado de alarma ni ahora pues "el Gobierno no está teniendo en cuenta las particularidades del colectivo”. Según detalla, las personas con discapacidad podrán salir a pasear en la fase 4 (Resolución del 4 de mayo) y no antes. Por ello, la Fundación Espurna se ha puesto en contacto con la Dirección General de Diversidad Funcional para que se adopte una medida que permita a un educador dar un paseo con cinco personas con discapacidad intelectual. Algo que Charo considera esencial para “mantener hábitos saludables”. 

Bajo su responsabilidad ha tenido a más de cien personas que vivían en las casas tuteladas de la Fundación Espurna (Gandia y Torrent). Una convivencia que podría haber sido más complicada si el centro hubiese seguido las instrucciones de la Administración, en las que pautaban que quienes vivían en los pisos tutelados debían permanecer en sus habitaciones, sin salir a las dependencias comunes. “Esta medida era imposible porque si ya de por sí son personas que necesitan salir y moverse, imagínate si además las obligas a permanecer en sus habitaciones”, trasmite aún sin darle sentido a dicha instrucción. 

En pisos de hasta siete personas —durante la cuarentena han convivido cinco— han permanecido los usuarios de Espurna durante todo el confinamiento, sin ese pequeño balón de oxígeno que suponía hacer la compra o tirar la basura. Al vivir solos en casas tuteladas tampoco pudieron disfrutar de la hora de paseo que permitía salir a la calle “por necesidad” [artículo 7.1.g del Real Decreto del estado de alarma] porque debían ir acompañados de una persona. «Era un problema porque durante el estado de alarma tenemos bajo nuestra responsabilidad a 90 personas. Si cada una de ellas quería pasear debía hacerlo con un monitor así que imagina el lío que podría haberse organizado», comenta Charo García.

No había paseos de una hora pero tampoco podían ir al supermercado así que los trabajadores de la fundación se encargaban de hacerles la compra semanal y llevársela a casa. La compraban en los comercios locales y se la llevaban a los pisos, lo que permitía comprobar una vez más cómo estaban. Ahora, mientras la sociedad puede ir a comprar, ellos seguirán recibiendo en su casa la compra semanal. “En el momento que puedan hacer su propia compra lo harán pero les acompañaremos para enseñarles esta nueva realidad”, comenta la monitoria educativa María Calaforra. 

Una pequeña libertad

Tras dos meses han salido por primera vez de casa para dirigirse a las aulas que la Fundación Espurna tiene en el centro de Gandia. Han venido con las pilas cargadas y más ilusionados que nunca. La música suena de fondo mientras elaboran un trencadís para las secciones de pescadería o charcutería de Mercadona, recogen el material que han utilizado y cada cierto tiempo se limpian las manos con el gel hidroalcohólico. Un nuevo habito, como el uso de mascarillas y el distanciamiento social. Al entrar se les ha tomado la temperatura y lo volverán a hacer al salir. “Estaba nerviosa porque no he salido durante todo este tiempo y tengo algo de miedo por el coronavirus”, comenta tímidamente Gema Clemente. Para otros ha sido “como pisar la luna por primera vez”. 

Gema ha añorado abrazar a sus amigos y se ha tenido que reprimir. Lo lleva haciendo desde hace meses pero junto a sus compañeros de piso ha roto esa barrera física del distanciamiento saliendo al balcón para aplaudir y con pancartas para que las leyeran sus amigos y vecinos. También se han llevado gratas sorpresas, como las felicitaciones de bomberos y Guardia Civil por los cumpleaños de algunos de ellos, algo que “fue increíble, como una película”. Su sonrisa se intuye tras una de las mascarillas donadas por Alma de Acero a través de la iniciativa Mascarillas a Gogó impulsada por los trabajadores de Vicky Foods.  

Hoy disfrutan de esa pequeña libertad que supone ir al centro pero no olvidan “lo mal que lo hemos pasado porque no podíamos hacer nada”. Lo dice Álvaro Martínez argumentando que había días que “para matar el tiempo contaba los rincones de la casa o las baldosas de la cocina”. Sin embargo, reconoce que las actividades que hacían “nos divertían mucho”. Gema rápidamente  elogia todo lo que han hecho: “cada semana teníamos una temática, nos disfrazábamos, hacíamos manualidades, retos culinarios… y hasta grabábamos vídeos de TickTock”. 

Durante este tiempo también han seguido desarrollando sus actividades formativas. Incluso los educadores de la Fundación han entregado las fichas y los ejercicios en mano a aquellos usuarios del centro que antes del decreto del estado de alarma marcharon con sus familias. “Unas treinta personas del centro marcharon con sus familias y nos sorprenderíamos al ver cuántas familias no disponen de ordenador o tableta”, destaca Charo García. 

Gema y Álvaro preguntan con insistencia en qué fase está Gandia y qué se puede hacer. Lo hacen mirando a las personas que transitan por la calle. Tienen ganas de retomar sus vidas y sus hobbies. Gema desea ver a sus padres, que viven en Almussafes, porque los solía visitar todos los fines de semana y desde marzo no los ve. Por su parte, Álvaro no piensa en otra cosa que coger su skate e irse por ahí. También miran hacia el futuro, a ese campamento de verano que realizan todos los años: “tuvimos que quedarnos en casa en Pascua y no viajar a Málaga y ahora solo espero que podamos disfrutar del campamento de verano”, dice Álvaro mientras asiente con la cabeza Gema. 

Una ilusión compartida por todos y que lucharán para que así sea, aunque haya que cambiar la idea inicial porque “se han portado muy bien y los problemas que han podido tener siempre han sido los típicos de la convivencia”. También esperan que las normas cambien y puedan disfrutar de esa pequeña libertad que comienzan a ver en la calle mientras ellos permanecen en casa o en el centro. “Ojalá cambien las restricciones y puedan disfrutar de esos paseos o de cosas cotidianas como hacer recados o hacer la compra”, comenta la directora del centro. 

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