Los aeropuertos son la antítesis de lo que deberían ser, unos espacios cómodos y funcionales, convertidos en bazares repletos de confusas indicaciones donde el diseño y la buena restauración brillan por su ausencia
VALENCIA. Llegan las vacaciones de verano y las terminales de los aeropuertos pasarán a ser la puerta de paso y de llegada a los destinos turísticos de cientos de miles de pasajeros. Y es que el aeropuerto como tal se transforma en el primer impacto de imagen de una ciudad, región o país, algo de lo que las propias ciudades, regiones o paises a nivel institucional no se han dado cuenta.
Los aeropuertos son la antesala a las instrucciones de emergencia y evacuación de los aviones (esas figuras que se cogen la cabeza para ponerse en posición fetal y que gatean entre humo para alcanzar la salida, impresas hace tres décadas) y el paso siguiente a ese incómodo momento, ya aterrizados y en pista, en el que no sabes si esperar sentado o te puede el ansia y desesperas de pie en una fila absurda en el pasillo de la aeronave. Tampoco deberíamos esperar demasiado a tal preludio y colofón, pero tampoco hacía falta que los responsables, directores y gerentes de estos recintos fuesen tan crueles a la hora de combinar diseño, arquitectura y funcionalidad.
Así que, por un lado tenemos una imagen turística que empieza dañada desde que pones un pie en tierra, y por otra una mala experiencia llena de incomodidades para las largas horas que te esperan en un lugar en el que las wifis son de pago (la red gratuita no funciona nunca, como todo viajero experimentado sabe), los enchufes están escondidos, la atención al pasajero es una leyenda urbana, la iluminación es desconcertante, los paneles con los horarios han sido sustituidos por unos demasiado pequeños televisores repletos de líneas de información, resulta asombrosamente sencillo perderse y, además, la señalización carece de todo sentido y es más fácil guiarte para encontrar un Starbucks que unos codiciados aseos. Donde en principio era el terreno de las tipografías Helvetica o Frutiger, los folios impresos en Comic Sans abundan con el único propósito de confundirnos para luego entrar desorientados y calmados a los aviones.
Y el diseño podría ayudar en todo eso, desde un buen sistema de señalética y diseño de paneles a un buen plan de interiorismo con grandes dosis de sentido común y empatía por el viajero que, no olvidemos, es el cliente. En lo de las wifis probablemente no podría ayudar el diseño, ni tampoco Tim Berners-Lee haciendo equipo con Bill Gates, y es que tanto Aena como Renfe tienen algún tipo de pacto para frenar la innovación en este sentido.
La arquitectura es el primer error de base en muchos de estos casos, con proyectos sin sentido, que a menudo se han quedado cortos o grandes, lo que se convierte en contínuas obras “de mejora” que acaban siendo otro de los platos habituales en los aeropuertos. Sin ir más lejos, hasta el Aeropuerto de Bilbao han llegado los casos perpetrados por Calatrava, quien ubicó una de las salas de espera en exterior y sin cubrir ni climatizar, con lo cual, teniendo en cuenta la climatología y lluvias del norte de España, hubo que sumar un sobrecoste de 3 millones de euros para techar y acondicionar la zona. Aunque tenemos también buenos ejemplos, como la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas en Madrid, obra de Richard Rogers que le valió el Premio Stirling en 2006 y ya es uno de los iconos de la nueva Madrid, probando que un buen aeropuerto hace marca.
Hace un par de años, el crítico especializado Jonathan Glancey hizo para la BBC una lista de los 10 aeropuertos más bellos desde el punto de vista de la arquitectura. En esta lista encontramos desde pequeñas y modestas joyas como el Giovanni Nicelli de Venecia o el de Long Beach en California hasta los mastodónticos Kansai International Airport de Osaka o el más grande del mundo, el Dammam King Fahd International Airport en Arabia Saudita.
En España no hay tintes autóctonos en lo que son las puertas de entrada de los turistas, se han perdido los rasgos identitarios canibalizados por las multinacionales que alquilan espacios y parecen ser las únicas interesadas en sacar partido. Tal vez el caso más coherente en España es el del Aeropuerto de Ibiza con un lounge bar de David Guetta con pista de baile.
Y es que la propia Aena se ha encargado también de unificar y uniformar los 48 aeropuertos españoles que gestiona (el 100% de los aeropuertos en territorio nacional), y su herrramienta para ello ha sido el diseño, o al menos el mal encargo del mismo, lo cual puede visibilizarse en una sucesión de errores cometidos en menos de 5 años desde que, en 2011 y coincidiendo con la privatización parcial del ente, se le encargó el rediseño de su logo (diseñado originalmente en 1991 por Yves Zimmermann) a la agencia The Brand Union, un trabajo que apenas 3 años después de ser presentado y ya implantado en casi todas las infraestructuras aeroportuarias de España fue rediseñado de nuevo en 2014 por Mariscal, en un encargo innecesario.
Ninguno de estos diseños ha sido lo suficientemente sólido como para perdurar. Más allá de malas decisiones políticas, los proyectos dejan mucho que desear y son absolutamente prescindibles y reemplazables. No. Dicen. Nada. Y la indiferencia hacia un diseño es un termómetro que no falla a la hora de valorarlo. En la presentación de su nuevo logo, The Brand Union argumentaban que su símbolo evocaba la arquitectura del aeropuerto y las líneas curvas entrecruzadas expresaban su capacidad de interconexión… y añado, como podrían expresar también todo lo contrario.
En estos momentos, todas esas malas decisiones se han materializado en un caos de comunicación de la marca de Aena, a medio implantar dentro incluso de un mismo aeropuerto, donde llegan a convivir incluso sus tres logos.
¿Es el Ministerio de Fomento, de quien depende Aena, quien debe hacer algo? ¿Es el de Industria y Turismo? ¿Son las entidades turísticas de cada comunidad autónoma? Lo que sí está claro es que na ineficacia de estas instituciones han desprestigiado el diseño hasta convertirlo en un pozo al que lanzar partidas millonarias de dinero público. Han obviado la capacidad de los aeropuertos como soporte de sus marcas turísticas, a menudo colocadas a pie de pista o nada mas salir de un finger, eclipsadas por toda la señalización del Duty Free y de McDonald’s.
Fue en el terreno del actual Aeropuerto de Manises en Valencia, hoy día de arquitectura indefinida (tras la última ampliación tiene una caprichosa y extraña forma vista desde el aire) y con una de las peores intervenciones de rótulo en fachada, donde tuvo lugar a principios del siglo pasado el primer vuelo controlado en España. El aeropuerto como tal data de hace más de 80 años, y sin embargo en todo este tiempo nadie ha sido capaz de convertirlo en un lugar mínimamente acogedor, y ya no hablamos de identificarlo como un espacio interesante. Aunque peor es el caso en el que no entraremos, del Aeropuerto del Abuelo, perdón, de Castellón, con esa escultura “El hombre avión” de Juan Ripollés decorando una maravillosa y autóctona rotonda.
En el Aeropuerto de Alicante-Elche, el de más tráfico de pasajeros de la Comunitat Valenciana, contaron con el arquitecto norteamericano Bruce Fairbanks para el diseño de la Nueva Área Terminal, quien se basó en la funcionalidad (¡aleluya!) y la arquitectura bioclimática para este trabajo. Mismo arquitecto encargado de la nueva terminal T3 del Aeropuerto de la Costa del Sol en Málaga. Unas décadas antes, de cara a los Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona realizó una profunda modernización y ampliación de su aeropuerto, firmada por el arquitecto catalán Ricardo Bofill Levi.
En cuanto a proyectos de calidad en trabajos de diseño gráfico en aeropuertos, es más complicado si cabe encontrar casos ejemplares. Uno de los recientes y de mayor repercusión por su alcance internacional ha sido la colaboración de los gijoneses Atipo con la agencia londinense Ico Design en el proyecto de la nueva marca y señalización del Aeropuerto de Luton en Londres, para el que crearon una fuente y un conjunto de iconos a medida para la nueva identidad.
Otro caso reciente internacional fue el de la marca surgida a partir del cambio de nombre del organismo francés que gestiona los aeropuertos de la zona de París. Paris Aéroport reemplaza ahora, y desde hace un par de meses, lo que antes se conocía como Aéroports de Paris, con nuevo logo e identidad diseñados por los parisinos H5. También desde Francia, aunque en un proyecto que no ha terminado por materializarse, es interesante la colorida y arriesgada propuesta de la agencia francesa Graphéine (diseñadores del reciente rebranding para Paris Convention and Visitors Bureau) para el aeropuerto de Lyon St-Exupéry, un juego óptico para lograr una señalización que ellos mismos definen como anamórfica.
Si el buen diseño termina por entrar a los aeropuertos será a largo plazo. O puede que no tenga remedio, como ocurre también con la gastronomía en estos espacios. Y tal vez por todo esto tienen mala fama los aeropuertos, porque suelen ser una antítesis de los espacios cómodos y funcionales (por tanto, bien diseñados) que deberían ser, para haberse convertido en bazares repletos de indicaciones y confusas señalizaciones donde se come mal y caro y el diseño es malo y barato, o bien brilla por su ausencia.