Todo pasa por la razón. Salvo en campaña. Después se perderá en el olvido. El mismo lapsus de memoria que los votantes tenemos tras escuchar promesas imposibles que no sabemos de dónde vienen
El grado de atrevimiento en el ser humano puede alcanzar cotas imprevisibles. No existen límites. Cada uno los marca dentro de sus valores, razón o cordura. Si ese grado de atrevimiento se extrapola a la clase política puede ser hasta delirante, Por suerte, nos vamos encauzando, aunque cueste. Ya no existe tanto dislate, aunque sí peligros según sea el perfil de la sinrazón o la auténtica realidad.
A medida que uno se va enroscando o perpetuando en el poder, o lo controla cada día un poco más, el entorno aísla, aplaude como palmeros o ríe cualquier ocurrencia porque se disfruta del poder. Es entonces cuando la locura puede alcanzar el clímax. Hay que estar atento a la absenta, que diría Malcoln Lowry.
Me pide un amable lector que refresque el artículo que publiqué la pasada semana en estas mismas páginas y detalle algo que comenté de pasada sobre promesas o locuras electorales. En ese texto me refería a las interminables promesas ficticias en campaña electoral, con capacidad de proponer hasta una lanzadera de naves espaciales en cualquier polígono del entorno -por supuesto bajo la subvención de la NASA y la UE, a solicitar formalmente-, lo que generaría, al entender político de turno, “miles de puestos de trabajo” y “riqueza para el pueblo”. Me pide que profundice un detalle que introducía sobre algunas locuras desveladas en plena campaña electoral o auténtico disparate de imposible lógica y cumplimiento.
Se refería a una alusión que efectué sobre una promesa electoral de Zaplana allá a mediados de los 90 dentro del proyecto electoral del PP para las autonómicas. Eran tiempos de borrachera, “fiesta” general y despropósito particular. Así hemos acabado.
En mis décadas de periodista guerrillero, muchos de la cuadrilla de combatientes de la letra nos dedicábamos a leer en profundidad los programas electorales de forma sectorial para efectuar valoraciones, comparativas y descubrir gazapos y promesas ya no intangibles sino simplemente disparatadas, pero que servían para rellenar páginas. Como nadie lee los programas electorales, nadie sabe. Las promesas o propuestas en campaña se pierden en el aire, aunque lo que está escrito queda para sonreírnos de un tiempo pasado. Total nunca se reclamará su cumplimiento formal en un tribunal. Si es que alguien guarda documentos o se acuerda.
En aquel programa electoral se nos ofrecía, por ejemplo, la construcción de una Ciudad de la Alegría y una Universidad del Espectáculo. ¡Toma! Cuando lo leí quedé perplejo. Pensé si podía ser cierto. Pero allí estaba. No existían muchos detalles al respecto, pero sí amplia literatura surrealista en torno a ambos proyectos vinculados a Sagunt y a la Ciudad del Teatro. Otro proyecto de fracaso que aún debemos y del que nunca supimos, salvo saraos, fiestas y producciones millonarias.
Pregunté por el autor de la iniciativa y me remitieron a la actriz Irene Papas, en aquellos años miembra del cortejo zaplanista, el mismo que necesitaba rodearse de caras conocidas al coste que fuera -casi le regalamos un ático en pleno centro con jacuzzi incluido en la terraza-, simplemente por acompañar al “Molt Honorable”, y para demostrar su capacidad de persuasión y poderío cultural trasnochado. Sus ideas consistían, o las promesas de partido respondían, a la construcción de un complejo de relajación, fantasía erótica y frenesí en el que todos encontraríamos el nirvana. Iba acompañado de una reflexión teórica sobre la necesidad de relajarnos en tiempos de agitación a fin de cultivar y cuidar nuestro cuerpo y espíritu. Yo imaginé un gimnasio o un balneario naturista donde todo estaba permitido y legalizado. ¿Imaginan a un partido proponiendo una Ciudad de la Alegría? Me acordé de Pompeya.
Lo de la Universidad del Espectáculo ya no lo entendí porque era un auténtico disparate, sin pies, manos, tronco y menos cerebro. Pero allí estaba. Como era de esperar, y pese a que el MH ganó las elecciones, jamás tuvimos ni una cosa y menos la otra. Estaba en sus asuntos económicos y los de su entorno.. Bastante era con controlar universidades privadas para colocar amigos y generar/ voluntades. Además, para lo demás ya estaban apartamentos y complejos residenciales. Nos quedamos, pues, sin la ciudad mortal de Baco y Afrodita metida en un programa electoral de la derecha liberal, como se definían. El PSPV entonces era nada divertido. Travesía.
El tiempo me ha devuelto a otra de esas locuras de las que, según leo estos días, el pueblo de Vallada no se puede despegar, ni lo hará en varias generaciones. Porque ese pueblo de La Costera de algo más de 3.000 habitantes y que por entonces tenía como alcalde a Fernando Giner, a su vez Presidente de la Diputación dentro del Acuerdo del Pollo entre PP-UV, se ha convertido o es, como afirmaba El País, en el pueblo más endeudado de España. Ahí es nada. Cada habitante debe en torno a los 8.000-12.000 euros y la deuda municipal supera el 1.000% de su presupuesto. Ahora ya no enciende apenas farolas. ¿El problema? Pues que su alcalde debió ser afectado por los vientos de Ponent de la zona que eclipsan la imaginación.
En el frenesí de la Copa del América ¿recuerdan? planteó construir un polígono náutico en unos terrenos rústicos, aunque a 70 kilómetros del puerto más cercano. Allí se iban a construir ya no barcos de recreo, sino un astillero, un dique seco, una escuela de vela sin mar. Lo máximo.
“En aquel momento era una oportunidad”, dice ahora Giner, alcalde durante 24 años y dos legislaturas en la corporación provincial. Una oportunidad este mar de interior que luego derivó en un parque industrial de papeleo pero que costaría hoy de materializar unos diez millones de euros. Una zona logística, que no habría estado mal, pero aún se encuentra sin urbanizar. Asunto imposible.
A estos políticos que no parecen haber aprendido la lección y continúan prometiendo lo inexplicable les animaría a ser más prudentes porque de otra forma ni cabríamos ni sabríamos cómo pagar la factura de sus frivolidades. A ustedes les animaría a leer los programas electorales o escuchar sus advertencias. Son mejores que un trankimazin. No hemos aprendido la lección, aunque sea de otra manera y a la juventud le pierda el regatón electoral y los palmeros continúen rondando como la tuna. Por mí, no se fíen, salvo de la racionalidad. Pero, sobre todo, no pierdan la memoria. La realidad ha de ser tangible, lo otro es…