Descubrimos la faceta más intelectual del diseño: los tipos de pensamiento divergente y convergente, complementarios para poner en marcha el famoso ‘design thinking’
VALÈNCIA. Intelectual, sí. El diseño es una actividad intelectual que resulta de un proceso que nace del pensamiento para poder proyectar. «El diseño es el pensamiento hecho visual», que decía el diseñador gráfico estadounidense Saul Bass, quien fue un referente en el desarrollo y posterior reconocimiento de los títulos de crédito como pieza cinematográfica de singular valor creativo. Un proceso que va desde observar hasta prototipar soluciones, bien hablemos de un cartel, una silla, un logo, una página web o un servicio digital.
Hasta llegar a ese resultado estético, que entendemos como la fase final de la solución de un problema, el diseñador ejercita eso que popularmente —y por desconocimiento de una profesión joven— se conoce como creatividad, que poco tiene que ver con las musas, con el don o con la magia, y mucho con el ejercicio mental, el análisis, los estímulos y las ideas. Y, por supuesto, trabajo, trabajo y trabajo. Con todo esto, acordaremos que considerar el diseño como algo frívolo es quedarse con un aspecto muy superficial.
Al psicólogo norteamericano Joy Paul Guilford le debemos, de mediados del siglo pasado la definición de los tipos de pensamiento divergente y conver,gente para esta resolución creativa de problemas. Repasemos estas dos maneras de pensar que, pese a ser opuestas, son también complementarias pues de combinarlas surge el design thinking.
* Lea el artículo completo en el número de agosto de la revista Plaza