En sus manos estamos, don Alberto. Guste más o menos, sólo usted tiene la llave para acabar con la pesadilla de este Gobierno aterrador. Pero recuerde a Virgilio: la fortuna sólo favorece a los osados.
No nos conocemos aún. Espero que algún día nos pongamos cara y poder estrecharle la mano. Cada lunes publico una columna en este diario, medio de referencia en la Comunidad Valenciana. No lo pierda de vista porque le aportará muchas claves para entender lo que está sucediendo en esta región.
Hará bien si dedica tres o cuatro minutos a leer este artículo escrito con la intención de ayudarle. Hay que leer más a los periodistas de provincias porque, al vivir lejos de la capital, observan las cosas con más perspectiva y, a veces, con mayor lucidez. Los periodistas de la Corte mienten más que nosotros, son menos de fiar, y algunos de ellos practican el periodismo sobrecogedor, de arraigada tradición en nuestro pobre país. Vea las tertulias de la televisión y hallará sobrados ejemplos de lo que digo.
Procedo de una familia de derechas, de las de toda la vida. Hablo, pues, con la autoridad otorgada por la tradición. Desde que yo vestía pantalones cortos, mis padres votaban a la AP de Fraga Iribarne y después al PP. Yo sólo lo hice una vez, y fue en 2011. El motivo fue pragmático: echar al señor Zapatero, un diablillo de tercera categoría en comparación con el personaje que gobierna hoy el país.
Como articulista he sido crítico con sus antecesores en el cargo, con don Mariano Rajoy Brey y el joven desaparecido Pablo Casado. El primero, un señor de provincias de Pontevedra, dividió a la derecha en tres y renunció a combatir la herencia ideológica de Zapatero, y el segundo no estuvo a la altura de las circunstancias. El cargo le vino grande. Su partido, en circunstancias muy difíciles, lo eligió a usted como presidente, avalado por su gestión al frente de la Xunta durante cuatro mandatos.
Pero Galicia no es España. Ya se habrá dado cuenta. Se queja usted de que otros líderes del PP dispusieron de ocho años para ganar el poder y usted de sólo 18 meses. La política es así de cruel. No creo que tenga más de una oportunidad electoral para ser presidente: sólo tiene una bala, y de su inteligencia —y sobre todo de su osadía— dependerá de que acierte en el blanco.
Yo no sé si usted y su partido son conscientes de que España vive un periodo excepcional. Hay que remontarse al intento de golpe de Estado del 23-F para encontrar una situación tan extraordinariamente grave. Hay un presidente del Gobierno que ha salido “a por todas”, lo que quiere decir que hará todo lo que considere, sin reparar en ningún obstáculo legal o ético, para perpetuarse en el poder.
Usted ha renunciado a presentar una moción de censura y lo fía todo a las elecciones en 2023. ¿Ha pensado que el camino se le va a hacer muy largo con el enemigo que tiene enfrente? Hay quien interpreta que su negativa a la moción de censura ha sido un síntoma de debilidad, incluso de miedo, no tanto de astucia y prudencia, como sus correligionarios sostienen de manera interesada.
El político con quien se medirá en las urnas aspira al control total de Estado mientras sigue comprando voluntades. Es el gran cacique de esta época. Pronto caerá el Tribunal Constitucional, organismo que se suma a la Fiscalía General del Estado, la Abogacía del Estado, el Consejo de Estado, el Defensor del Pueblo, el CIS, el Tribunal de Cuentas, el INE, el CNI, RTVE e Indra…
Deje que le dé un consejo: no confíe en Europa, ni en las grandes empresas —el PSOE es el partido del Gran Dinero— ni siquiera en la Iglesia, para sacarle las castañas del fuego. Su fortaleza es la mitad de un país que desea acabar cuanto antes con esta legislatura ominosa, protagonizada por el Gobierno de la mentira, la infamia y la traición.
“El partido no está ganado, don Alberto. Si ustedes salen a conservar el resultado, lo perderán en los últimos minutos”
Sus aliados son sus votantes, presentes y futuros, y a ellos se debe. Una mayoría de esos votantes de derechas piensa, a mi juicio, que el PP no está jugando bien sus cartas, que sigue siendo el partido acomplejado y timorato de toda la vida, con la excepción de la etapa de Aznar; un partido que ha renunciado a liderar la batalla ideológica contra la izquierda y que sigue creyendo, con ingenuidad, que el agravamiento de la crisis le llevará a la Moncloa, sin más esfuerzos. Craso error. Esta España no es la de 1996 ni la de 2011, ni González y Zapatero alcanzan la perfidia de Sánchez.
El partido no está ganado, don Alberto, ni mucho menos. Si ustedes salen a conservar el resultado —ese triunfo menguante que dictan las encuestas—, lo perderán en los últimos minutos. Tenga en cuenta que el adversario es marrullero y ha comprado al árbitro.
De momento, no merecen ganar. Ustedes no han hecho nada por merecerlo. Pero de su liderazgo seguimos esperando una prueba, una señal, una prueba, una luz que nos haga cambiar de opinión para votarles. Ya no se puede cambiar de caballo a mitad del río. El único español que puede derrotar a Sánchez es usted, guste o no. Usted es un político instrumental, un político objeto si se quiere, al servicio de una mayoría social que quiere enterrar esta pesadilla histórica.
Si al final es presidente, se lo deberá agradecer más a sus votantes que a un partido copado por dirigentes sin pulso ni carisma, un PP que solo ofrece, hasta la fecha, ser la cara B de un Régimen en descomposición.
Usted será como aquel ciclista agotado que es llevado en volandas por los aficionados para no desfallecer en los últimos metros antes de la meta. Si sucede lo contrario, si fracasa en su intento de ser presidente, será el final de su carrera política. Quien le suceda habrá de aceptar que la oposición conservadora no gobernará en décadas. La dictadura perfecta —la dictadura maquillada con burda cosmética democrática— se habrá consumado.