El ruido es ensordecedor. La política vieja, oscura y a ratos chusca se ha abierto paso en la última semana con un amplio abanico de acusaciones, dardos a través de los medios y maniobras orquestales en la “sala de guerra” (o despiece) que vamos conociendo capítulo a capítulo como si de una telenovela venezolana se tratara. Un espectáculo vergonzante el del PP, que hace muy poco bien a la política de nuestro país en general. Lamentablemente, también a aquellos que decidimos un buen día aparcar nuestro trabajo en la empresa privada para ejercer nuestra vocación de servicio público. No para servirnos.
La guerra fratricida y sin cuartel que ha abierto en canal al principal partido de la oposición, ese que ha gobernado durante 15 años nuestro país y 20 (1995-2015) nuestra Comunidad. El Partido Popular acoge una batalla cainita entre un Pablo Casado desorientado y una Isabel Díaz Ayuso desbocada que demuestra la nula capacidad con la que se queda esta formación para el tan cacareado "cambio de ciclo". Es especialmente lamentable que la batalla por el poder, que la guerra de egos demuestre la total ausencia de un proyecto político alternativo al nefasto Gobierno que sufrimos. Los liberales lo hemos dicho muchas veces: no es lo mismo la alternancia que la alternativa. PP y PSOE podrán alternarse en el poder, pero están incapacitados para presentar un proyecto alternativo, limpio de corrupción, con reformas ambiciosas y otra manera de hacer política que ponga el interés general de los españoles por encima de sus sucias guerras de partido.
Ese proyecto, descartados los populistas, los extremistas y los separatistas, sólo puede pasar por los liberales. En esta última semana, mientras volaban los cuchillos, de un lado, y las palomitas, de otro, los de Ciudadanos hemos seguido a lo nuestro. Trabajar, escuchar, proponer. Resolver problemas, hacer la vida más fácil a familias, pymes y autónomos. En medio de la batalla conservadora, los liberales hemos conseguido, por ejemplo, que la Ley de Protección a los pacientes de ELA salga adelante. Hemos forzado una votación para que el Gobierno deje de hurtar a los ciudadanos un Debate sobre el Estado de la Nación más necesario que nunca. Hemos pedido adaptar el IRPF a la inflación para aliviar esa pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Todo ello desde el Congreso de los Diputados. Y en la Comunitat Valenciana, más de lo mismo. Hemos insistido en una Ley de Transparencia que mejore la gestión de los recursos públicos. Hemos presentado nuestro plan contra la despoblación en la Comunidad. Hemos advertido de las penúltimas informaciones sobre la señora Oltra, que la dejan sin crédito para seguir en el Consell. Hemos escuchado a los vecinos de Orihuela, Benejúzar y Granja de Rocamora.
Pero también hemos constatado la súbita desaparición de la vida pública del líder del PP en la Comunidad Valenciana. ¿Dónde ha estado Carlos Mazón todos estos días? Al inquieto portavoz popular pareció entrarle la prudencia, así, de repente. El elegido por Teodoro García Egea, el heredero de Zaplana, el alicantino que empapeló vallas, farolas y marquesinas con su rostro para darse a conocer de norte a sur de la Comunitat Valenciana, mantiene desde hace semanas un perfil bajo, tan bajo, que apenas puso un tuit –eso sí, tras la llamada del fontanero de Génova, Alberto Casero. Sí, el que se equivocó al votar la Reforma Laboral y acabó acusando al Congreso de pucherazo para tapar su error en el dedo- para elegir bando en la refriega popular y posicionarse del lado de Pablo Casado. Hasta que el viento comenzó a soplar en su contra, y el PPCV decidió apuñalar sus órdenes. Porque sí, en la vieja política se ve que estás obligado a colocarte en un lado u otro. Otro aspecto que nos diferencia a los de Ciudadanos. En momentos así, es un orgullo ser de Ciudadanos. Y lo es más, si cabe, porque lo que hoy es público lo llevamos meses sufriendo los liberales, el acoso de un PP que, con toda la deslealtad posible, ha intentado destruir nuestro proyecto. Y todo porque no hemos callado con su corrupción. Pues siento decirlo: los liberales somos unos socios buenísimos, pero muy malos cómplices.
Somos conscientes de que no es tarea sencilla explicar la necesidad de un partido en el centro, liberal, moderado y que pacta contando solamente con la ideología del bien común, la política útil. Bien sabemos que el bipartidismo y sus satélites sueñan cada noche con achicharrarnos. El reto es mayúsculo. Pero no. No nos vamos a rendir.