Encontrar Los Viveros, Jardines del Real, en un lugar preferencial de la València a la Calatrava, es un objetivo prioritario, en todo su conjunto, de la sociedad valenciana. En la década de los ochenta los Jardines fueron perdiendo fuelle, tras la reconversión del antiguo cauce del Turia en un ajardinado pulmón verde, hoy escenario recreativo de máxima prioridad y del que participan los habitantes que han sintonizado con el ejercicio diario de un nuevo ocio practicado al aire libre. Desde entonces, los eclipsados Viveros no han levantado cabeza. Soterrados de la prima escena valenciana, los jardines han envejecido en el taconeo del tiempo, sin una ubicación destacada en los primeros puestos de la pole del Google Maps. En los últimos días el vivero de noticias sacudidas por el estornudo político ha situado a los Jardines en la semántica del rótulo informativo, llegando incluso a distorsionar, por momentos, hasta la verdadera causa de un desgraciado accidente laboral ocurrido en el interior del verde recinto en el año 2017
El principal motivo es el de reubicar, orientar y dar sentido, en el desplegable de una ciudad de postal, al ancestral y denostado vivero del ocio capitalino, de cuyas instalaciones han disfrutado varias generaciones de valencianos al otro lado del río. Aún mantengo vivo el preciado recuerdo de mi primer contacto con ellos. Antes incluso de haber visitado Mestalla, Camp del Valencia, en un España-Honduras gracias a la invitación de Miguel Martínez, amigo personal de la familia, en mi primeriza inter actuación con la tribuna lateral, localidad que disfruté próxima al Fondo Norte del templo valencianista. Arrastrado por mi madre, inconsciente, vestido de gala, con pantalón corto, aderezado por unos calcetines de perle hasta las pantorrillas, calzando zapatos de charol, indumentaria clásica de la época, de una España seatizada, caminando por la gravilla, y buscando darle un puntapié a un balón de plástico, ambientado por el sonoro ruido de fondo de los pájaros que habitaban enclaustrados en el interior del recinto del Pla del Real.
Hablaba precisamente esta semana con mi colega Merchina Peris. Ella me saca algunos años en edad, memoria y experiencia, y le preguntaba sobre lo que representaron en su vida los Jardines del Real. Además de recordar y relatar celebraciones de bodas, bautizos y comuniones de muchas de las familias valencianas en el restaurante Viveros, refrescaba con la jovialidad que atesora, gesto habitual que le caracteriza, la gran cita que allí vivió en ese cenador de la alta gastronomía, celebrando en 1967 el futbol español un homenaje al irrepetible Vicente Peris. En la actualidad el enganche de la sociedad con los Viveros es a través de los conciertos, los libros o participando en el festival de los camiones comida. Degradados a los galones de soldado raso, devolvamos a los Jardines al rango que se merecen. Reivindiquemos allí un espacio singular para muchos artistas y músicos que quieren exhibir sus obras y se encuentran con muchas dificultades para poder hacerlo. Potenciemos la gastronomía interior y démosle un toque musical, cultural y artístico casi a diario, concentrando en Los Viveros el talento e ingenio de nuestros artistas independientes valencianos. Antonio Machado nos lo agradecerá, la Ciencias naturales también. Disfrutaremos del aroma del paseo.