El sábado me encontré por casualidad con una manifestación negacionista. Iba yo tan tranquilo a cenar cuando vi que la calle estaba cortada por un grupo de gente que caminaba al ritmo de una canción de Miguel Bosé. Sí, de Miguel Bosé. Me fascina cómo la realidad puede convertirse en su propia parodia. Poner la tele, pensar que estás viendo un programa de humor y descubrir que es el telediario. Me fascinan los vídeos de Boris Johnson, ese primo pequeño de Trump, bailando como loco en Downing Street y diciendo frente al juez que no sabía que infringía la ley porque creía que esas fiestas eran reuniones de trabajo. Me fascina la chica-cliché de flequillo jipi que te dice que te dejes la medicación y pruebes las constelaciones familiares y las flores de Bach. Me fascina Abascal hablando de los malditos “chiringuitos” tras haber vivido de ellos toda su vida política. Resumiendo: me fascina que la realidad se convierta en su parodia. En una parodia tan cutre que ni siquiera los humoristas pueden superarla.
Y esa es la sensación que tuve ante la manifestación negacionista, formada por gente más bien normal. Esperaba muchos fachalequeros anti-loquesea-que-dice-el-gobierno y “hierbas” antivacunas, los dos sectores más representativos de este movimiento, pero lo cierto es que había de todo. Es un movimiento transversal, como el fútbol.
Lo primero que me sorprendió fueron las banderas de España.
(A ver, seamos sinceros: a veces es difícil comulgar con una bandera que es utilizada por cualquiera para la primera tontería que se le ocurre...)
O sea que, ¿para ser español de verdad hay que ser antivacunas?, me pregunté. Y como no me había quedado clara la pertinencia allí de la bandera de mi patria, en cuanto se acercó un joven con pinta más bien izquierdosa antivacunas-en-general a darme una fotocopia para convencerme de su Verdad Verdadera, le pregunté con cara de tonto: Oye, ¿las banderas de España por qué son?
Dudó un segundo y negándome el folleto que antes me ofrecía se alejó. Una chica con un cartel donde se leía NO AL APARTHEID le preguntó: ¿Qué te ha dicho? Y él contestó sin dejar de mirarme: que para qué son las banderas de España. La chica también me miró confundida.
Pero ninguno de los dos me contestó.
Parece ser que ni ellos mismos entendían lo de las banderas. Lo que no me extraña. De hecho creo que les incomodó la pregunta… Reconozco que me fastidió su reacción porque quería ver la fotocopia que me iba a dar pero de pronto un hombre empezó a bailar y a cantar por el medio de la calle micrófono en mano y mi atención se centró en él. No recuerdo exactamente la letra de su canción a cappella pero decía algo así (lo prometo): todos sois estúpidos y gilipollas, os engañan pero a nosotros no. Sus bailes confiados y su mirada de “pero qué listo que soy” me enterneció. Creo que a cierta edad todas aquellas personas que se creen siempre con la razón tienen un problema grave. O de madurez o de prepotencia. Entiendo el engreimiento adolescente pero a partir de los treinta empieza a quedar mal. ¿En serio no te ha enseñado la vida en todos estos años que a veces te equivocas? ¿No has visto que no siempre llevas la razón? ¿No has hecho el ridículo en alguna ocasión como todo hijo de vecino? ¿Por qué te empeñas entonces una y otra vez en volver a demostrar tu inmadurez emocional, que quién sabe qué problema esconde?
Podemos tener ideas y convicciones. Debemos tenerlas de hecho. Pero si no escuchamos al otro ni damos el brazo a torcer ni desconfiamos nunca de nuestra Verdad somos patéticos adolescentes con canas y pancha, lo siento, nadie me convencerá de lo contrario.
Por desgracia, aquel cantante improvisado que despreciaba a los vacunados con su letra no era el único que miraba a los espectadores o despistados que pasábamos por allí con una superioridad moral aplastante. Como si la calle fuera su alfombra roja y ellos la élite intelectual, los que han despertado mientras todos seguimos engañados. Tan confiados como para comparar esta situación con el apartheid. ¿NO AL APARTHEID? ¿En serio? Me parece vergonzoso comparar un régimen político racista que causó tanto sufrimiento en Sudáfrica con cuatro pijos que no se quieren vacunar por diversas razones: las vacunas meten microchips, odio a Pedro Sánchez, viva mi libertad para hacer lo que me venga en gana, soy guay porque soy antitodo, la tierra es plana y Soros hizo el virus, esta victimización me otorga una lucha y un sentido en mi vida aburrida, no existe el virus porque yo que tengo carné de manipulador lo sé mejor que los científicos...
El caso es que de pronto vi una pancarta con el nombre de Djokovic y un corazón. Y de nuevo tuve esa impresión de que la realidad de tanto en tanto se convierte en su reverso paródico. Porque Djokovic ha sido comparado incluso con Jesucristo. Con Jesucristo ni más ni menos. Un millonario listillo que se cree por encima de la ley es el nuevo mesías que fue expulsado del Open para redimir a la humanidad, y sufrió los tormentos de un hotel de 5 estrellas. Recordé cuando Isabel Pantoja estaba a punto de ingresar en la cárcel y un grupo de señoras le gritaba que era la mejor. Una de ellas gritó más fuerte que el resto. Nunca olvidaré lo que le dijo: Isabel, eres inocente.
Y lo dijo tan convencida que casi la creo.
¿Cómo no va a ser inocente si canta bien? Hay que ser muy imbécil para pensar que una cantante tan buena puede ser culpable en un juicio, ¿no?
De pronto volvió a sonar Miguel Bosé.
Y las banderas de España se agitaron.
Y sonaron gritos por la libertad. ¡Libertad, libertad!
Y el pueblo oprimido clamó contra el Apartheid.
Y el cartel con el nombre del tenista hijo de Dios, que se sacrificó por todos nosotros, siguió avanzando calle abajo.
Pero yo descubrí un conejo blanco y decidí seguirlo a través de su madriguera. Debo decir que después de lo que había visto la Reina de Corazones del País de las Maravillas me pareció un una tía supercoherente.