EL CUDOLET / OPINIÓN

Eduardo Boscá: un darwinista en el cinturón de la ronda de València

3/08/2019 - 

No hay mejor fecha en el calendario que el mes de agosto para divagar por el Cap i Casal, fruto del idilio personal que uno mantiene con su ciudad natal. Lo que Miguel de Unamuno describió en soledad como patria chica. La esperanza de dar con lo que uno busca y zafarse con lo que nadie quiere. Temporero de lágrimas del polvo gris, el cemento erosiona la superficie herida por las zanjas de las molestas obras. La clásica canción del verano. La fachada urbana soporta el vacío interior, herida de bala, generada por la huía de los residentes en la València ciudad de vacaciones. Los turistas refuerzan la vida interna con sus largos paseos en bicicleta, refrescando el asfalto adoquinado por vallas y máquinas, herramientas imprescindibles de las insoportables estrecheces de las mejoras, tan solo superadas por las altas temperaturas del termómetro veraniego. Vi crecer en el vértice escorado del extrarradio del Ensanche la prolongación frontal a Jacinto Benavente. El bulevar ajardinado, diagonal periférico de la Gran Vía, padece actualmente el estrangulamiento de uno de sus carriles. Imposible circular. En paralelo a  Benavente, la calle Salamanca, pasto de la vegetación, merece ser recorrida de principio a fin. La frondosa arboleda, acompañada de la bella arquitectura de sus edificios, hace el paseo saludable, transformando el trayecto a pie en un ejercicio vital de mediterraneidad urbana.

Recuerdo de mi niñez, con nostalgia, visitar con misterio y respeto el otro lado del viejo cauce, cuando el cirujano Ricardo Bofill no había intervenido en el río de secano, lo que hoy se traduce en  la planta baja la continuidad del Paseo de la Alameda. La visita con respeto y temor a lo desconocido se traducía en una imagen desangelada en color sepia de fábricas abandonas, chimeneas, asentamientos y restos de huerta. Sin rastro de turistas. Hoy terrenos salpicados por el boom inmobiliario y levantadas sobre ellos mega urbanizaciones dotadas de exquisiteces, regadas de piscinas y ajardinadas de instalaciones deportivas o clubes privados. Vacunados de la gripe, propia de una dieta mediterránea, en beneficio de la salud de peatón y ciclista, soportamos con cierto dolor algunos cambios sufridos en el tráfico rodado. La sana costumbre del insano costumbrismo valenciano. Renovarse o morir. La vía Benavente acompaña en su fachada caravista al piromusical y decadente edificio del Palacio de la Música -posiblemente cerrará por vacaciones tras una larga enfermedad-, pieza angular del enclave de los Jardines del Turia. A su costado y levantado a principios de los años cuarenta del siglo pasado, empedrado desde sus cimientos, encontramos el puente del Ángel Custodio, que equilibra el péndulo en el tránsito de vehículos en sus salidas dirección norte o sureste. Desde Mislata a Nazaret, la ciudad cuenta en su inventario con dieciocho puentes catalogados, complementados por su red de pasarelas.

El Ángel que custodia y soporta el tráfico diario de vehículos de transporte es, entre otros, pieza fundamental del lego circulatorio del segundo cinturón de la ronda de València. Peris y Valero y Eduardo Boscá, vías de acceso de entrada o salida a la segunda circunvalación de la ciudad. Al pasear por una de las concurridas calles del bajo Ensanche me topé con una librería de low cost, de las que comercializa libros de segunda ocasión aquejados por la triste enfermedad de la vejez. Los libros, seres vivos, no deben ser dependientes en el exilio de las modernas estanterías de los hogares valencianos que buscan ser acogidos en adopción por cualquier ratón de biblioteca. Reciclado, en una de sus estanterías flotaba el book editado hace diez años por el Consell Valencià de Cultura sobre Eduardo Boscá Casanoves. Me hice con él por tres euros. Leído, el texto escrito de más doscientas cincuenta páginas por Mª Amparo Salinas Jaques, doctora en Ciencias Biológicas, es excelente y describe la vida personal y obra del naturalista valenciano, científico que más estudios aportó en la época de la Restauración. Aunque la membrana del callejero dedicada al médico valenciano es corta, su trabajo es extenso y por ello el consejo de sabios de la cultura valenciana  recordó en el año 2009 la figura de éste darwinista valenciano, con motivo de la efeméride del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin.