James Flynn demostró la decisiva influencia del entorno en la inteligencia individual, analizando el incremento del CI en varias décadas. Pero algo está pasando, porque, en los últimos años, el CI en Occidente está decreciendo, mientras que en Oriente sigue subiendo
En 1965 el cofundador de Intel, Gordon Moore, profetizó que la capacidad de los microprocesadores se duplicaría cada dieciocho meses. El tiempo avaló empíricamente la ley de Moore, una proeza tecnológica que explica que un teléfono de última generación tenga más capacidad de proceso que todos los ordenadores del mundo hace medio siglo. Esta evidencia del progreso tecnológico tiene un curioso paralelismo a nivel humano que no es tan conocido: el efecto Flynn.
James Flynn (1934-2020) fue un psicólogo neozelandés de origen norteamericano que escribió varios libros sobre la inteligencia humana y que demostró la decisiva influencia del entorno en la inteligencia individual y la igualdad «intelectual» de los seres humanos al margen de la genética, concluyendo que son las diferencias sociales, educativas y ambientales las que determinan que unas personas resulten más inteligentes que otras.
La inteligencia se mide con el cociente intelectual (CI) que se obtiene mediante una serie de pruebas objetivas consolidadas. Y lo que hallaron Flynn y sus colegas fue sorprendente: el CI aumentó con el tiempo, con un incremento medio del 2,5% por década. Se analizaron datos desde 1934 hasta 2008, se consolidaron y se aplicaron a diferentes países y culturas y los resultados eran siempre los mismos. Un estudio específico del Reino Unido calculó un salto del CI de los escolares británicos del 14% desde 1942. Los críticos argumentaron que el efecto no recogía el incremento real de la inteligencia, sino una mejor adaptación a los test, una mejor integración social, el progreso y normalización de la memoria semántica, mejores prácticas educativas y una mejor nutrición. Curiosamente, todas esas causas daban la razón a la tesis de Flynn sobre la influencia directa del ambiente en la inteligencia.
Pero algo está pasando. Los datos de CI en la mitad norte de Europa empezaron a revertirse a partir del cambio de siglo y un reciente estudio en Estados Unidos sobre cuatrocientos mil estudiantes confirma que allí también la inteligencia medida ha declinado en las últimas dos décadas. Se mantiene cierto incremento en razonamiento espacial, pero los datos indican caídas significativas en lógica, vocabulario, resolución de problemas y habilidades matemáticas.
Las posibles causas de este retroceso son muy variopintas: la peor alimentación —con un tsunami paralelo de enfermedades metabólicas—, la hegemonía de la cultura audiovisual —con una caída drástica del índice de lectura—, la conectividad ubicua, la inteligencia de las cosas que sustrae la de las personas, las fake news, la crisis de los opiáceos… En resumen, quizás que lo que no se usa se pierde.
Mientras en occidente se pierde chispa, en China, Japón o Corea del Sur el cociente intelectual promedio sigue subiendo. ¿Alguna explicación a este divergente efecto Flynn? Puede ser.
Estos países están sufriendo una epidemia de miopía que ha llevado a que la mitad de su población lleve gafas. En algunos lugares, como Singapur, la cifra alcanza el 80% de los jóvenes. Se apunta como origen principal a que la intensidad de la lectura, debida a largas horas de estudio, con enfoque constante a corta distancia, ha llevado a una eclosión de afectaciones oculares sin precedentes.
¿Y por qué estudian tanto? Porque allí la competencia desde el parvulario hasta la universidad, y luego para conseguir una plaza de funcionario o un puesto técnico o directivo en las empresas, está sujeta a una intensidad sin parangón, lo que incentiva una enorme inversión en formación por parte de las familias.
Así trabaja la evolución: porque la inteligencia no es un regalo, sino el fruto del esfuerzo, una forma de cultura de la que aquí, a veces, se habla.
Es posible que vacas, ovejas, búfalos y llamas nos libraran del salvajismo tiempos atrás, pero lo que es cierto es que pueden garantizar nuestro futuro y contribuir decisivamente a nuestro desarrollo y nuestro bienestar
Milutin Milankovitch estudió los ciclos orbitales de la tierra, y de sus conclusiones se extrae que vivimos en una era de enfriamiento progresivo, que empezó hace medio millón de años, muy distinta del clima tropical que disfrutaron los dinosaurios del cretácico