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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

El bar de Natzaret que ahora es una casa… por donde entra la brisa marina

Donde antes había una barra en la que se arremolinaban parroquianos, hoy hay una isla de cocina de una vivienda familiar. El nuevo proyecto de la arquitecta Marta Piqueras para su propia casa

4/02/2023 - 

VALÈNCIA. Natzaret lleva tantas décadas siendo una foto en una casa de antigüedades, que los atisbos de renovación y cambio deslumbran como promesas para un pueblo que ya no solía crear en ellas. Velado por una mezcla viscosa de olvido y rechazo, el patio trasero de València -y de su desarrollismo- ha venido apilando escombros urbanos. Tantos que, alineados en bloque, acabaron formando ese amplio muro que les separó centenares de kilómetros de su mar contiguo. Algunos ladrillos comenzaron a caer estos años.

En mitad de ese contexto, Natzaret se cuela, a cuentagotas, en otras verticales habituales de la ciudad: como la creación arquitectónica. Uno de los proyectos más interesantes en los últimos meses sitúa una vivienda en lo que era un antiguo bar. Una intervención a cargo de Viraje Arquitecturas y dirigida por Marta Piqueras, también quien se hospeda desde ahora en la casa. 

En el antes y después, como esa foto en blanco y negro en la que acabó convertido el propio pueblo marinero, se percibe la barra y el ventilador en el techo, la esencia de un bar ante la melancolía del salitre. Desde esa barra nació una casa. Una mutación no tan extraña desde el mismo momento que ya en su anterior uso la hospitalidad era parte de su misión: “tenía una gran zona exterior para hacer paellas. Nos gustó que el espacio fuese tan diáfano y el potencial que tenía, pero en especial, lo que nos hizo sentir que sí o sí era nuestro hogar fue el hecho de que hubiese sido un lugar de reunión de gente”. 

En el proceso de conversión, la distribución de espacios se mantuvieron tal y como estaban cuando era casa de comidas. La forja de la fachada, igual. La estructura, igual. La iluminación, igual. “Nos gusta más decir que es un proceso de rehabilitación, no de reforma”. 

Para Piqueras el propósito de su casa arrastraba la misión umbilical de conectarse con el mar, ese tabú, presente todo el tiempo a partir de su ausencia. Por eso, el estilo para su interior buscaría similitudes con las casas que los veraneantes tenían junto a la playa de Natzaret, asociadas a los patios amplios, grandes terrazas y aperturas a dos lados para permitir la entrada de la brisa marina. “Con la ampliación del puerto, dejó de tener esa salida al mar, pero se sigue respirando en el barrio esa esencia marítima. Eso es lo que quisimos conservar y dejar como legado al barrio”. 

Foto: DAVID ZARZOSO

En estas semanas con la casa abierta a su propia comunidad, la arquitecta se ha encontrado con que algunos conocidos recorrían cada estancia desde la intuición de su memoria: aquí está el patio donde se hacían las paellas, aquí los baños, aquí se dejaba el pescado que traías de la playa y que te cocinaban al momento… “Es lo que más ilusión nos hace: amigos y conocidos que vienen, entren y recuerden el bar al que habían ido de pequeños”. 

En la barra, con la misma posición, ahora está la isla de cocina de la vivienda familiar (“ha pasado del ámbito público al privado”). Las crujías que ya existían ahora definen la zona de día a través de dos pórticos. La vivienda tiene dos plantas: en la baja un espacio conjunto compone todas las estancias de la zona de día, incluida la cocina, que invita a participar “cocinando, charlando, reconvirtiéndola en un espacio de uso como el que fue”; la zona de noche -la primera planta- cuenta con tres habitaciones, un baño y una terraza que enfrenta a una postal con las grúas del puerto al frente. 

Foto: DAVID ZARZOSO

La veracidad constructiva de los materiales se representa con cerámico visto en las medianeras, que proporciona aislamiento y se integra con los tonos neutros; el pavimento es de hormigón claro continuo.

Los ladrillos de ese muro que les alejaba de una playa que ya no existe también caen, uno a uno, a partir de la contribución de voluntades que creen en el futuro de Natzaret y lo toman como hogar propio. “Que la gente entre y recuerde nos da la satisfacción de que hemos hecho bien el trabajo de conservar la esencia del bar”, resume Piqueras. Puede que una casa bien viva deba ser también un bar. 

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