EL MURO / OPINIÓN

El barniz engaña

16/04/2023 - 

VALÈNCIA. Todos están en su derecho, aunque a veces delate la inmediatez. Hay sociedad civil que deposita o dona su patrimonio sin interés alguno. Otros adquieren un rédito por un gran gesto monetario, e incluso, a veces, injustificado. Los hay también que venden y regalan al mismo tiempo, aunque a precios inalcanzables, y también que ayudan de paso a vaciar altillos. Hay museos que han pagado cantidades enormes por estos gestos envueltos en campañas mediáticas de celofán. Hay otros muy generosos que no piden nada a cambio, los que algunos llaman hoy patriotas. De eso sabe nuestra Generalitat que ha pasado de gestor a mecenas. A lo grande. Aquí compra arte cualquiera aunque no esté en sus funciones.

Sin embargo, según estudios, el 50% de las obras que se exhiben en los museos del mundo son falsas o se tratan de simples atribuciones, por lo general erróneas, fruto de falsificaciones u obras de taller. Nadie lo reconocerá porque en ello va el prestigio de un museo, de un centro, de una institución o de un gobierno que ha pagado grandes cantidades por colecciones frente a las que se agolpan una masiva asistencia de espectadores conducidos por la propaganda política. Pero eso para los gobernantes da igual mientras acumulen cifras que lucir. Son casos, no siempre evaluables, pero sí fruto de lo que conocemos como falsa verdad. Comprar con el dinero de los demás es sencillo. Si además nadie evalúa, todavía resulta más preocupante. No se debe de comprar al peso. Aunque es lo que sucede.

Ahora que nuestra Generalitat se ha convertido en agencia inmobiliaria y artística, parece que todo vale. Y hasta que nadie controla o queda en manos de comités desconocidos. Para algunas cosas mejor que nadie supervise, y si el que tiene que hacerlo desconoce ritmos y puede perder privilegios mejor mantenerse al margen. Por eso lo de los nombramientos tutelados, o sea, maniatados. Y así que llenamos museos o mejor dicho, almacenes mientras los millones salen a paladas de nuevo rico o nos disfrazamos de nazarenas para aparentar en redes sociales. Da miedo pensar que los políticos creen que el dinero es suyo porque lo manejan. Por eso compran a peso.


La mentira en el arte siempre ha estado presente. De hecho existe ahora una exposición en el MuVIM de Valencia que exhibe arte falso recuperado por la Policía Nacional. Hay obras que no se las cree nadie vistas de frente, pero ante la ausencia de información el comprador es reo de sus decisiones o de la confianza depositada en un marchante o un mero vendedor anónimo. Luego llegará el disgusto.

De hecho, esta misma semana la consellera Gabriela Bravo presentaba cinco obras falsas supuestamente atribuidas a Goya o Velázquez que se iban a vender por 76 millones de euros.  Qué barato resulta comprar colecciones. Cuando un político, este caso el propio President, asume el rol de comprador para darse brillo efímero, hay que dudar. Más si compra por volumen.

Dudas de firmas

 ¿Quién avala, por qué, quién ha determinado la autenticidad públicamente y la calidad de lo que se adquiere y acabará almacenado? Esa es nuestra realidad. Hasta aquí nos han llegado recientemente colecciones que algunos de los principales museos españoles han desatendido por un valor cuestionable. Aquí compra cualquiera. Creen que da votos. Son los mismos que cuestionaban hechos anteriores, como por ejemplo esa Ronda del Amor de Benlliure que costó un dineral y hoy languidece en una esquina del Palau dels Scala. Salió de un mismo molde. Otras copias están bien localizadas.

En nuestro entorno también hay muchas dudas de firmas. No en balde, en algunos casos cualquier receptor institucional de una donación es capaz, pese a sus lagunas de poner en valor obras de autoría poco investigada. No se trata ahora de levantar sospechas, pero si existiera un auténtico control de expertos nos llevaríamos muchas sorpresas.


Pondré un ejemplo. En el museo San Pío V existe una obra de Santa Teresa atribuida a Ribera. Un día por sorpresa llegó la información de que una importante casa internacional de subastas vendía una obra idéntica. Nos dejó por tanto la nuestra en el limbo de la “verdad”. Había que cambiar la atribución. Eran idénticas. Desde aquel museo nos insistieron después en que la nuestra era simplemente obra de taller. Ellos mismos ponían sus dudas para evitar mayores escándalos de atribución o desconocimiento. Resultó, tirando del hilo, que en el mundo había más. Más reciente está el caso de aquel pequeño cuadro atribuido con gracia y salero a Velázquez que descansa en el mismo centro. Su clasificación se hizo con tanta ligereza que ninguna publicación de prestigio se apuntó a aquella atribución que de ser real habría que considerar como un verdadero hito mundial. Por no hablar de esos impresionistas de Sisley que aparecieron en una importante donación, pero pocos han tenido la suerte de presenciar por sus propias dudas de autenticidad.

El mundo del arte siendo tan maravilloso tiene esas encrucijadas o esas sombras de las que pocos se atreven a hablar. Por no hacerlo de otros escandalosos casos como los Modigliani millonarios que nunca fueron o los Pinazo que aparecen continuamente en rastros y foros de menudeo. Quizás es por ello que el arte ha perdido el concepto de inversión y nos ha hecho volver al momento de que compramos arte por placer, pero ya no por mera especulación. Ha dejado de ser inversión.

Obras de taller

Hace unos años en el mismo museo del que hablábamos se organizó una exposición dedicada a Zurbarán en la que gran parte de las piezas expuestas acabaron siendo reconocidas como obras de taller. Al final nos queda el consuelo de dejar de pensar en nombres, en compras millonarias o en atribuciones ligeras de técnicos fáciles de convencer que se atribuyen el papel de expertos sin que exista debate alguno o estudios de rigor que conduzcan a una verdad incuestionable. Para qué variar el rumbo de la historia y la historiografía si tenemos entre las manos un buen titular, como diría Tom Wolfe.

Lo preocupante es que un anónimo se juega lo suyo y una institución cree lucirse con lo nuestro. No dudo mucho o suficientemente, pero sí del exiguo control de expertos ante compras millonarias con el mero fin de ser golpes políticos de efecto. Yo me fío del rigor. Los asesores de salón son muy malos consejeros. Hay algunos que se han convertido en Reyes Magos de la atribución.  El barniz por lo general engaña.

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