“En el mes de octubre no hay capacidad para nada. Ni tenemos el control de aduanas, ni un banco. La cosa no pinta bien, está muy verde; eso, cualquiera que tenga dos dedos de frente lo sabe. Ahora bien, a mí me dan pánico las cosas como son en realidad (...) y que estos no lo acaben utilizando para decir que Junqueras no ha preparado el país para que el 2 de octubre declaremos la independencia”. Así se expresa el número 2 de Oriol Junqueras, el secretario de Hacienda, Josep Lluís Salvadó en una conversación intervenida con un asesor de la Generalitat de Cataluña, Raúl Murcia, el pasado 30 de agosto. Tal información se recoge en el sumario que se instruye por los hechos del pasado 20 de septiembre cuando la Guardia Civil entró en la Conselleria de Economía, y luego no pudo salir normalmente. Parece pues que las cosas no iban según decían al resto del país.
Afirmaba Maquiavelo que “los hombres son tan simples de mente y están tan dominados por sus necesidades inmediatas que un embustero siempre encontrará a muchos que estén dispuestos a ser engañados”. Y lo cierto es que la historia está repleta de situaciones en que alguien saca partido de la necesidad que tenemos los seres humanos de creer en algo, sea lo que sea. En esta línea el escritor satírico James Thurber escribió una fábula que tituló El búho que era dios. Creo que vale la pena reproducirla tal cual. La ambientación entre animales permitirá al lector mantener cierta distancia con la realidad, así como aplicarla e interpretarla según más le plazca. La historia es la siguiente:
En una noche oscura, un búho se erguía sobre la rama de un roble mientras dos topos intentaban escabullirse sin ser descubiertos. «¡Vosotros!», dijo el búho. «¿Quiénes?» dijeron ellos temblando de miedo y estupefacción, ya que les parecía increíble que alguien pudiera verlos en esa espesa oscuridad. «¡Vosotros dos!», dijo el búho. Los topos se alejaron corriendo y contaron al resto de las criaturas del campo y del bosque que el búho era el más grande y sabio de todos los animales, ya que podía ver en la oscuridad y responder cualquier pregunta.
«Ya veremos,» dijo una paloma mensajera; y una noche, cuando volvió a estar muy oscuro, fue a visitar al búho. «¿Cuántos dedos tengo levantados?», preguntó la paloma. «Dos,» dijo el búho, y era la respuesta correcta. «¿Cuál es el animal que tiene silla y no se puede sentar?». «El caballo», respondió el búho. «¿Quién vence al tigre y al león, vence al toro más bravo, vence a señores y reyes y a todos deja vencidos?». «El sueño,» contestó el búho.
La paloma se apresuró a volver con el resto de criaturas y les informó de que, reamente, el búho era el animal más grande y sabio del mundo, puesto que podía ver en la oscuridad y responder cualquier pregunta. «¿También puede ver durante el día?» preguntó un zorro. «Eso», dijeron un lirón y un caniche francés. «¿Puede ver también a la luz del día?» Todas las otras criaturas se rieron a carcajadas ante esta pregunta tan tonta, se abalanzaron sobre el zorro y sus amigos y los expulsaron de la región. Después enviaron un mensajero al búho y le pidieron que se convirtiera en su jefe.
Cuando el búho se presentó entre los animales, era mediodía y el sol brillaba intensamente. Caminó muy despacio, lo cual le daba una apariencia de gran dignidad, y miraba fijamente a su alrededor con sus grandes y dilatados ojos, lo cual le daba un aire de enorme importancia. «¡Es Dios!» gritó una gallina. Y los demás se unieron al grito de «¡Es Dios!» Así que lo seguían dondequiera que fuese y, cuando empezó a tropezarse con las cosas, ellos empezaron a tropezarse también. Al final llegó a una carretera, se puso a caminar por el medio y todas las otras criaturas lo siguieron. Entonces, un halcón que hacía las veces de explorador, observó un camión que se dirigía hacia ellos a ochenta kilómetros por hora, de lo cual dio parte a la paloma, quien a su vez informó al búho. «Por delante hay peligro,» dijo la paloma. «¿Y bien?», dijo el búho. La paloma mensajera le preguntó, «¿No tienes miedo?».«¿Quién?» dijo el búho con calma, puesto que no podía ver el camión. «¡Es Dios!», gritaron todas las criaturas de nuevo, y todavía seguían repitiéndolo cuando el camión los atropelló a todos. Algunos de los animales sufrieron solo algunas lesiones, pero la mayoría de ellos, incluyendo el búho, habían muerto.
La moraleja de Thurber es concluyente: demasiada gente se deja engañar demasiadas veces y durante demasiado tiempo.