El alquitrán del asfalto de la Ciutat de València está que arde. No por el calor de las ruedas de los bólidos que chirriaron en el pasado cuando circulaban a toda velocidad por el circuito urbano del Gran Premio de Valencia, sino por las incomprendidas obras de prolongación del carril bici. En el pasado, El Grao, La Marina y calles adyacentes se llevaron el “gran premio”. Hoy, las obras de las nuevas licitaciones para la construcción de los ramales del anillo ciclista están generando chascarrillos de juzgado en bares, redes sociales, autobuses, más murmullo que el deseado tras la encuesta fallera diseñada por Pere Fuset. Y eso que València es una falla monumental repleta de escenas cotidianas. El descontento con las obras es general entre los moradores del Cap i Casal del viejo Reino de València. Nadie en su sano juicio está en contra de la reversión del viejo asfalto en la adaptación de nuevos tramos del carril bici. La bicicleta o el monopatín no son armas de destrucción masiva, y Giuseppe Grezzi no es Sadam Husein. Aquí el petróleo solo sirve para fabricar el alquitrán que mejora el pavimento de las obras del ramal del circuito ciclista.
Ningún alcaldable del PSOE o PP que ha gobernado la ciudad en período democrático ha dejado de trabajar por el desarrollo o construcción del mismo. Si bien, en la prehistoria, bajo la vara de mando de Ricardo Perez Casado, el uso era residual, aunque por aquellos lustros destacó El Tío Pepe, vecino de El Cabanyal montado en una de ellas y pedaleando por las calles de nuestra ciudad. Pepe, personaje singular y pionero en movilidad sostenible, de quien recientemente se ha realizado una retrospectiva de su vida montado en una bicicleta. Tras la llegada de Rita Barberá y la fundación del colectivo València en Bici, se fue consolidando como alternativa sostenible al vehículo de motor. Yo no voy a sacar a pasear en procesión el cuerpo de Rita, se merece mi máximo respeto, aunque no estuviera de acuerdo con ella en muchas de sus actuaciones, de facto nunca la voté, ni he pertenecido al Partido Popular, pero voy a establecer una crónica del relato de los hechos para que no falle la memoria. Tras la reconversión del antiguo cauce del Turia en un jardín verde de uso recreativo, que no estuvo exento de polémica en plena Batalla de València por la participación del arquitecto catalán Ricardo Bofill, el carril bici es la siguiente gran obra civil de uso diario, sostenible y recreativo para la ciudad. Las dos obras sostenible una en superficie y otra “subterránea” convierten València en una ciudad adaptada al futuro con su compromiso con el medioambiente. La desmemoria en materia histórica sobre esta ciudad es como la puesta en escena del Gran Premio, fugaz y costoso. A veces me impresiona que las hemerotecas solo sean servibles para historiadores o periodistas y nunca se extiendan al resto de la ciudadanía.
Nadie tosió a la alcaldesa de España cuando dio el pistoletazo de salida en el circuito urbano a medias construir las bicicletas de préstamo de alquiler. Con la llegada de Valenbisi en el año 2010 de la multinacional francesa JC Decaux, empresa concesionaria del contrato, el uso del transporte de dos ruedas se hizo más visible y saludable entre los ciudadanos del Cap i Casal. En una de las intervenciones de Rita, la alcaldesa autorizaba con una ordenanza el uso de la bicicleta por la acera a un metro y medio de distancia del peatón. No se llevó ningún pisotón de los que hoy fanatizan el uso de la bicicleta como un arma de destrucción masiva por una cuestión de uso partidista. También hay que recalcar que entonces no existía el problema de la masificación turística que reina en nuestra ciudad en la actualidad y que ha incrementado notablemente el uso de la bicicleta. Los nuevos datos que aporta la Concejalía de movilidad indican que del 2017 al 2018 ha existido un aumento del uso del carril de un 14%. Analizando el problema con un compañero de estudios, Alberto Laurin, empresario y visionario del sector de la bicicleta, me comentaba que “la dirección es buena, pero no la rapidez con la que se están llevando a cabo los trabajos de las obras de los nuevos trazados del carril bici”.
El Cap i Casal del antiguo Reino de València se va estrechando en una ciclocalle, más por un impulso testicular que por convivencia entre vehículos de motor y bicicletas. Me voy a centrar en una de las calles que ha sido estrangulada por el cerco del carril bici: la avenida del Reino de València. La ciudad cuenta con tres calles emblemáticas por su rico paisaje arquitectónico, que lógicamente son discutibles, sin contar la calle Caballeros que está fuera de concurso en mi ranking personal. La Paz, Cirilo Amorós y Reino de València son tres vías señoriales que deben estar sujetas a una singular protección para cualquier actuación u obra. Si ya sufrió el asfalto el asalto de las compañías tecnológicas por el cableado, viéndose afectados la composición y el diseño de su bulevar central, en la situación actual de la avenida del Reino las modificaciones en su trazado por el nuevo carril bici se deberían haber realizado por consenso general entre sociedad civil y corporación. Dichas obras han derivado en un alzamiento popular de los vecinos contra el Consistorio por el asunto de la estrechez del asfalto en beneficio del uso de la bicicleta. Yo soy usuario a diario y reconozco que no solo deben ser útiles para el verano, la ciudad de València alberga características apropiadas para el fomento del uso del pedal por su pequeña extensión, buen clima y terreno llano. En fin, hay obras que vienen para quedarse, como la del circuito ciclista, pero las prisas son malas consejeras aunque vayamos a ritmo de pedal. Un asunto que dejará de ser noticia si en mayo sale del Ayuntamiento la bicicleta de Joan Ribó a pedalear.