VALÈNCIA. Era 1986 y en Madrid la Movida justo había acabado su momento. La televisión, la radio y las revistas de música se habían cerciorado de cubrirlo bien como el movimiento cultural más rupturista de entonces. Formaba parte de la España que cambiaba. Sin embargo, había muchos sonidos que se quedaban por el camino, y Miguel Ángel Ruiz supo sacarlos a la luz. En la portada del primer disco de su primer proyecto, Orfeon Gagarin, aparece un hombre sorprendido, mirando a través de la ventana de un tren, un platillo volante: “es como si el hombre descubriera que hay algo más allá, como si se abriera esa posibilidad en su vida”. Así quería Miguel Ángel Ruiz que fuera el disco para las personas.
En su debut, Orfeon Gagarin plasmó trece canciones que eran trece marcianadas, sonidos aleatorios, exploración, experimentación, primando lo sensitivo a lo figurativo. Las canciones tienen una estructura y una melodía compleja, nunca facilona ni superficial. Por eso, el cassette que publicó hace ahora 33 años ha seguido vigente en el tiempo. En febrero, la discográfica valenciana Verlag System reeditó su trabajo en formato vinilo y lo tocará este mismo viernes en el Tagomago Fest, en La Mutant. Esta segunda vida está haciendo viajar las canciones más allá de las fronteras nacionales. Y las recuperaciones que se saben exitosas suelen ser aquellas que aún tienen cosas que contar. Como un platillo volante al que descubrir a través de la ventana de un tren.
El paralelismo entre los mundos ocultos y la contracultura son evidentes, pero además, Miguel Ángel Ruiz tiene como punto irrenunciable en su música (así ha sido en sus diferentes proyectos) un aspecto onírico o espacial: “Siempre he sentido atracción hacia los sueños y hacia lo extraterrestre. Es una manera de evadirte y de alejarte del mundanal ruido. Ese mundo de fantasía me llevó a los sonidos electrónicos más experimentales, es el punto de partida de Orfeon Gagarin”, explica.
El mundo de fantasía no solo explica el fondo sino la peculiar forma de las canciones que componen el LP. Ruiz improvisaba en su habitación con el equipo que disponía, explorando sonidos y jugando con ellos, improvisando mucho y grabando. Algunas de las canciones son un corta-y-pega de diferentes grabaciones: “en vez de manipular la velocidad de las grabaciones, decidí superponer las diferentes tomas de una manera imprevisible, y me daba cuenta que cosas impares encajan con gran coherencia”, cuenta.
La marcianada de Orfeon Gagarin acabó siendo la novedad en un mundo ya muy explicado. Aunque el disco está plagado de influencias, ninguna importa, porque acaban relegadas a un segundo plano en favor de la exploración propia. Sus referencias entonces eran los sonidos alemanes, el synth-pop y toda la electrónica explorativa que le llegaba. Pero en vez de adoptar las formas o las tendencias (por aquella época, las modas en la escena eran el lo-fi y el ruidismo) adoptó una tercera vía que es lo que hizo único el trabajo. Así sigue siendo: el aspecto onírico, exploratorio, del disco, que por otra parte recoge sonidos tan dispares como el árabe con sampleos que recuerdan a la radio y la televisión soviéticas. Orfeon Gagarin acaba siendo un collage bien intencionado e, imprevisiblemente, mejor realizado, a pesar de estar registrado con un humilde estudio doméstico, como se hace ahora y no se hacía tanto entonces. “El disco es atípico, dentro de la escena electrónica de mediados de los 80. La música industrial era la gran tendencia y yo opté por lo contrario. Y, por otra parte, cada canción intenta ser diferente, un mundo con referencias que pueden estar contrapuestas”, explica.
La vida tras Orfeon Gagarin
Miguel Ángel Ruiz no cayó en el olvido, aunque de alguna manera, sí se ha mantenido en el margen cultural, de manera coherente, dependiendo de la salud de la escena electrónica experimental. Ahora es una buena época en la que, además, se está cuidando mucho recuperar las grandes obras de décadas atrás. Así ha sido con su trabajo: “mucha gente joven escucha grupos de electro o techno y se preguntará: ¿todo esto de dónde viene? Y echar esa vista atrás es lo que está dando la vida a discos de aquella época”.
Ruiz ha acabado participando y creando más de una decena de proyectos de diferente corte y suerte. Ninguno con la relevancia de Orfeon Gagarin, aunque muchos sí compartían la inquietud sonora de aquel primer disco de 1986. De la música actual no está tan al tanto. Se esfuerza por seguir explorando. Sí que tiene conciencia de cómo ha cambiado la industria: “La oferta ahora de grupos y de sonidos es enorme. Antes, más allá de Francia o Alemania, la escena era súper marginal. Los costes de los equipos eran muy caros, pero ahora casi cualquier sonido se puede sacar con un coste mínimo. El reto ahora es hacer música con la suficiente coherencia y profundidad”, opina.
Otra idea sobre la música actual: “El problema de esta fiebre revival, que a mí personalmente me gusta, es que las discográficas le están dando más salidas a las reediciones que a la música que se está haciendo actualmente, porque acaba siendo más rentable ir sobre seguro. Pero de esa manera no se promocionan buenas producciones que se están haciendo. Yo creo que es una lucha, y que las dos tendencias no deberían ser incompatibles”.