VALENCIA. No tengo ni idea de cómo se convierte uno en crítico musical. Yo llegué a ello porque no quedaba otro remedio. A medida que se desliza por una pendiente, una gota de agua va encontrando el camino para llegar. Yo no elegí mi camino, lo fui encontrando; llegué a él, por instinto, que es la mejor brújula cuando todo lo demás no funciona. Me hice crítico musical porque en realidad –esto lo sé ahora- soy como Bartleby, aquel empleado en una oficina de abogados imaginado Herman Melville en Bartleby el escribiente. El personaje que, gradualmente, fue negándose a realizar determinadas acciones. Suya es la célebre frase literaria que dice: “Preferiría no hacerlo”.
Yo preferí no seguir estudiando porque en el colegio no se me había perdido nada. La sensación era recíproca, al colegio al que iba, Guillem Tatay, tampoco se la había perdido nada conmigo. Fui lo que se dice un drop out. Lo fui desde que abandoné el primer decenio de mi vida. Lo bueno se acabó a los 10 años. A partir de entonces, empecé a tener problemas para aprobar ciertas asignaturas. No me gustaba el fútbol. En educación física era un desastre. Francamente, el colegio era un lugar en el cual me sentía un completo extraño. Ser así equivalía a hacer muchas horas extra luchando contra la infelicidad. Por eso insisto que en el colegio no se me había perdido nada. En la música en cambio lo había encontrado todo. Mi método de elección ha sido siempre el descarte. Quitarme de encima lo que no quiero. Digo yo que algo de lo que va quedando será lo que quiero.
Ejercí como bartleby de estudiante y yo pensé que ahí terminaba la cuestión de disentir. No fue así. Seguramente ya como aficionado musical era un poco bartleby. Un amigo me decía: “¿Has escuchado a Supertramp?” Y yo contestaba algo que más o menos venía a decir: “Preferiría no hacerlo”. “¿Has escuchado a Yes?”. “Preferiría no hacerlo” “¿Te vienes a comprar un disco de Emerson Lake & Palmer?” “Preferiría no hacerlo”. “¿Y de Raimon?” “No insistas. Preferiría no hacerlo A mí me gustaban Lou Reed y Velvet Underground y todo aquello que no estuviera vinculado o alineado con eso no me entraba en la mollera. Luego, con los años, fui cambiando, menos mal.
Antes decía que cuando empecé a ejercer como crítico musical pensé que el problema estaba resuelto, que ya había encontrado mi sitio y que el agotador esfuerzo de tener que decir no, no, no –en una época en la que, para colmo, todavía no se había grabado Rehab; con lo que ayuda esa canción a decir no-había concluido. Pero las cosas que prefería no hacer seguían siendo bastantes. Por ejemplo, eso hoy en día conocido como postureo –palabra imbécil donde las haya-, y que antes era dar la nota. Desde que el dictador murió y la situación cambió en España y la libertad empezó a fluir con cierta normalidad, a la gente le entró una fiebre por ser moderna que llegó a resultar insoportable. Hay cosas que se llevan dentro o no se llevan. Si las llevas dentro, bien, pero si no, no te esfuerces. Si leísteis mi columna sobre el punk es a eso a lo que me refería cuando hablaba de la diferencia entre Alaska y los Pegamoides y Mecano. Los primeros no tenían que interpretar nada: eran así; la ropa que llevaban, la música que hacían y lo que pensaban, todo formaba parte de ellos. Mecano en cambio tuvieron que adaptar un discurso moderno a sus usos y costumbres. Con estas cosas se te acaba viendo el plumero. A ellos se les veía bastante. Nadie que haya cruzado la barrera de 1977 como es debido haría jamás una letra como la de Hijo de la luna.
Pero estaba hablando de lo bartleby que era yo. Y que me hice crítico musical y, como adolescente rima con vehemente, era bastante furibundo. Me cuesta tanto reconocerme en aquellos primeros escritos. Lo enfadado que estaba con la música comercial extranjera, la música comercial española, Valencia, los modernos de Valencia que no enteraban de nada, España, el mundo... Eso me pasaba por bartleby. Porque había cosas con las que no tragaba. Lo malo (o lo bueno, a estas alturas ya no sé cómo calificarlo) es que sigo siendo así. Más flexible, más viejo, más empático y más comprensivo. Pero cuando algo es que no, entonces es que no. En los ochenta todos dando la tabarra con The Smiths y por puro cansancio dices “anda y que os den”. En los noventa el consenso con Radiohead fue también bastante cansino. Siempre pensé que el primer disco de The Strokes no era para tanto aunque sea muy bueno. Siempre he creído hay que muchos discos y artistas estupendos que son ignorados de una forma muy injusta solo porque todo el mundo está pendiente de lo mismo.
Yo me dediqué a esto porque la música era –es- uno de los motores de mi vida. No me dediqué a esto para molar. No necesito hacer ningún esfuerzo para tener gustos cool, pero las cosas que me gustan no me atraen porque lo sean. Descubrí a los Pixies cuando acababan de sacar su primer disco, en 1987 y apenas se les conocía. Desde el primer momento me gustaron mucho y luego dio la casualidad de que tuvieron reconocimiento e influencia. Me gustaba Lou Reed que era un tipo que solo gustaba a los inadaptados, a los chicos de mi edad les gustaba la ELO o Fiebre del Sábado Noche. Me gustaron los Ramones desde que los descubrí en la revista Star pero no me interesa ni uno solo de los grupos sucedáneos de Ramones que han surgido después. Me gusta la música y se supone que me debería gustar la música en directo. Pues no. Me gustan los conciertos de artistas muy deseados pero los conciertos me cansan, me resultan incómodos. Innecesarios. Hace ya muchos años que no siento la emoción, sorry, salvo que vea a alguien que me hipnotice, como Patti Smith.
Podría seguir ampliando la lista de cosas que no quiero o no me apetecen, pero eso también preferiría no hacerlo. No encajo en el molde de mi oficio ni en ningún otro y eso, ni me complace ni me disgusta. Esto es lo que hay, es lo que soy. En cuanto a la música y mi trabajo, jamás pensé que todo cambiaría de esta manera, quizá por eso el asombro y el desencanto me empujan a enrocarme en esta postura. Nunca me planteé cómo llegaría a ser mi trabajo el día de mañana. Intentar predecir el futuro no tiene mucho sentido. La tozudez del bartleby es la aceptación de que no hace falta más y de que no tiene sentido aspirar a todo. Negarse a ser lo que se supone que uno ha de ser. Serlo solo a partir del individualismo más extremo aunque haya que pagar un precio. Y hablar de cosas de estas aun teniendo la certeza de que no le interesan prácticamente a nadie.