Jesús Corbí, párroco de La Asunción, en Torrent, reúne cada domingo a más de 30.000 fieles gracias a las misas de À Punt. Con 11 años ya tenía clara su vocación
VALÈNCIA. Las iglesias se han quedado huecas. Enormes templos forrados de mármol y oro o austeras dependencias con poco más que un modesto crucifijo. Igual da: todas están vacías a causa del estado de alarma decretado en España. Aunque el virus parece no poder con la fe, como está demostrando À Punt, que, de la mano de su nuevo director, Alfred Costa, ha recuperado la emisión de la misa de los domingos. Una apuesta que ha resultado triunfadora a la vista de unas cifras sorprendentes. La audiencia en sus dos primeras entregas, los domingos 22 y 29 de marzo, ha superado los 30.000 telespectadores. Y eso, en À Punt, es muchísimo.
La misa supera en interés a casi todos los programas de la parrilla autonómica. La ceremonia emitida desde la iglesia de La Asunción, en Torrent, la maneja Jesús Corbí, el hombre elegido por el Arzobispado. "Me imagino que porque llevo muchos años celebrando la misa en valenciano. Porque soy valenciano parlante y vicario episcopal", explica Corbí.
El párroco tiene un aspecto solemne. Él lo sabe, pero también que acaba imponiéndose su conversación amena y directa. Jesús Corbí tiene 55 años y es de Casinos, aunque, en realidad, después de 32 años como sacerdote, además de Casinos, también es un poco de todos aquellos lugares donde ha estado haciendo de puente entre la Iglesia y los ciudadanos. Y hay dos localidades, Albaida y Algemesí, donde ha pasado 13 años de su vida y, por ello, ya las considera parte de él.
Corbí llegó a Torrent en octubre y se había acostumbrado a que cada domingo, en La Asunción, le acompañaran más de cuatrocientas personas en la misa. Ahora, por eso, el contraste es más acentuado. Corbí, flanqueado por Jordi Cerdà, el vicario, y Quique Roig, el diácono, lleva dos semanas enfrentándose a filas y más filas de bancos vacíos. Asientos sin almas. Solo unos pocos cámaras y algún técnico para hacer posible la retransmisión de la palabra de Dios a aquellos hogares de la Comunitat Valenciana donde les reconforta la misa dominical.
El 8 de marzo fue el último domingo al uso. Después, el vacío. "Da mucha tristeza, pero al mismo tiempo es una situación que permite que la palabra de Dios llegue a mucha gente. Y puedo transmitirles palabras de vida y esperanza. Después recibo muchísimas llamadas de gente, conocidos y desconocidos, que me agradecen la última homilía".
El párroco de La Asunción no rehúsa las nuevas tecnologías para multiplicar su oficio divino. Así que todos los días celebran la misa y la retransmiten por YouTube, una práctica que se ha generalizado entre algunos sacerdotes. Y los feligreses le agradecen el esfuerzo enviando fotografías de sus familias escuchando la misa con una vela encendida, la Biblia abierta o simplemente acercando una imagen. "La gente participa a su manera y eso lo convierte en una experiencia muy bonita", advierte.
Porque la vida sigue y sus tareas cotidianas se pueden mantener con un poco de imaginación. La catequesis, la Cuaresma, las reuniones de los júniors... Todo puede seguir a distancia, salvo aquello que requiera la presencia física. Y ahí viene la decepción de la Semana Santa que comenzaba este jueves y las sucesivas celebraciones de la Primera Comunión, que se han demorado hasta que acabe el confinamiento.
Corbí siempre ha tenido mano con los jóvenes. Y en Torrent ha topado con un grupo muy activo que trata de estar estos días atendiendo a las personas mayores que lo necesitan, a las familias más desfavorecidas, a los que están solos y no pueden ir a hacer la compra... "Esto ha permitido crear una red de atención muy efectiva", presume.
La terna formada por el párroco, el vicario y el diácono de Torrent no ha creído necesario subir al altar con las precauciones que toda la población está tomando estos días. Ni guantes ni mascarillas. Corbí considera que es suficiente con mantener la distancia de seguridad. "Y ellos dos no comulgan, solo yo".
Jesús Corbí nació en Casinos hace 55 años. Su padre era agricultor y su madre, ama de casa. Tuvieron dos hijos más que se fueron con apenas unas semanas de vida. "Éramos una familia normal de pueblo y no muy religiosa", explica antes de recordar que la vocación le llegó con 11 años. No hubo una revelación ni una aparición de corte cinematográfico. Simplemente, después de llamarle la atención los curas, sintió que quería llevar esa vida y se lo comunicó a sus padres. "A esa edad me fui al Seminario Menor de Xàtiva, donde tuve muy buenos formadores y amigos que me han marcado toda mi vida. Después pasé al Seminario Mayor en València y estuve unos años estudiando Teología". A los 23 se ordenó sacerdote y comenzó a servir en pequeñas parroquias de la Vall d'Albaida: El Palomar, Otos y Bélgida. Luego fue nombrado párroco y arcipreste de Albaida, donde estuvo trece años. De allí pasó a Algemesí, en la Ribera, donde estuvo otros trece años, los dos últimos ya como vicario episcopal. Y finalmente recaló en Torrent. De un lugar a otro fue mudándose junto a su padres, que siempre han permanecido a su lado. Una trayectoria que Corbí resume a su manera: "El Señor me ha ido conduciendo para llegar a lo que Él ha querido".
De chaval le marcaron profundamente dos sacerdotes: Juan José Vilaplana, actual obispo de Huelva -en los ochenta fue obispo auxiliar de Valencia- y Gil Herrero. Ellos, junto al resto de la gente encargada de su formación, plantaron algunos de los que han sido los pilares de su vida: "Me educaron en la libertad, el servicio a los demás y la responsabilidad". Por eso, probablemente, aprovecha estos días de confinamiento, pero también de miedo e incertezas, para llamar por teléfono a algunas familias. "Les llamo como párroco y también lo hago, como vicario, a todos los sacerdotes de la vicaría. A las personas mayores les alegra mucho que les llame el párroco. Y, al revés, también me llaman mucho los jóvenes y yo se lo agradezco".
Corbí es un hombre de fe, pero no un iluso. Por eso sabe que de esta situación tan especial, que tanto asfixia a las personas, no solo brotará la bondad. "Esto saca lo mejor y lo peor de la gente. Lo que sí espero es que nos sirva para hacer una reflexión profunda que nos ayude a encontrar el sentido de la vida y aprender que no somos Dios ni dueños de nada. Y tener muy presente que los más débiles son los que más sufren y los que más van a perder".