Comenzar el verano con un bonito sueño
Shakespeare, Britten, Abbado y Curran pusieron sólidos cimientos para que orquesta y voces desplegaran una música llena de magia y humor
La actuación de Rossy de Palma ni convenció ni logró llenar
Dos veces, a lo largo de este mes, ha estado presente en Les Arts la comedia de Shakespeare A Midsummer Night’s Dream (El sueño de una noche de verano). La primera, el pasado día 10, en la adaptación operística firmada por Benjamin Britten y Peter Pears. La segunda, este jueves, como concierto-espectáculo a partir de la música incidental compuesta por Felix Mendelssohn.
Mendelssohn ideó su partitura (1842) como una forma de acompañamiento al texto de Shakespeare traducido al alemán, con números puramente instrumentales (obertura, nocturno, intermedios entre escenas, marchas, etc), otros cantados por solistas y coro, y otros, finalmente, en forma de “melodrama”, término que hace referencia a la declamación actoral acompañada de música. En todos los casos, los pentagramas de Mendelssohn presentan en esta obra uno de sus hitos fundamentales: no sólo derrocha la buena factura que siempre cabe suponerle, sino también un indescriptible encanto y vigor juvenil, tanto en la obertura (compuesta cuando sólo tenía 16 años), como en el resto de números de 1842.
Cobran cuerpo en ella, por otra parte, importantes referentes del primer Romanticismo: el bosque, los seres mágicos que lo habitan, y la mirada sobre la mitología nórdica entremezclada con la clásica. Todo ello se materializa también cuando este sueño veraniego se interpreta como suite orquestal, bien con una selección de sus números o, incluso, tocando solo la obertura. El hechizo de las noches de junio parece haber tenido en Mendelssohn –y también en Britten- unos inefables traductores que, apoyándose en Shakespeare, pueden arrastrar al oyente al núcleo más delicado de un cuento de hadas. El primero lo consiguió en el siglo XIX. El segundo, en el XX: bonito reto para los compositores del XXI.
La orquesta de Les Arts, tras haber afrontado con éxito el Britten de la sala principal, con la batuta de Roberto Abbado, lo hizo el jueves en el auditorio superior, dirigida por José Miguel Pérez Sierra. Por parte de los instrumentistas y del director madrileño se percibió, también esta vez, el intento de enfocar la obra con toda la delicadeza, la magia y la gracia rítmica que se merece. Pero no pueden conseguirse los mismos resultados cuando la acústica de la sala es buena que cuando es mala, y mala es, como ya se ha denunciado hasta la saciedad, la del auditorio superior. Por eso, el emborronamiento del sonido, que tanto perjudica a una partitura de texturas tan sugerentes, debe achacarse mucho más al señor Calatrava que a los músicos o al director. Con todo, pudo apreciarse el bello terciopelo de la sección de chelos, la solidez de las trompas y la finura de las maderas. A destacar, asimismo, el primoroso dúo que enuncian fagot y clarinete en la Marcha fúnebre, las traviesas figuraciones de los violines o la suavidad de las flautas. Entre las trompetas, sin embargo, alguien no tuvo su día. Pérez Sierra, por su parte, mantuvo bien el ajuste y el hilo conductor a lo largo de toda la obra.
El Cor de la Generalitat mostró unas voces femeninas empastadas y dulces, que frasearon con la levedad que pide buena parte de la partitura. Fueron solistas la soprano Federica di Trapani y la mezzo Elisa Barbero, del Centro de Perfeccionamento Plácido Domingo, quienes lucieron frescura y estilo en su canto. Esta vez no se le ocurrió a nadie, por suerte, ubicar a los solistas en los extremos de la galería superior del escenario, donde otras veces la voz ha emigrado hacia las alturas y no se ha proyectado donde toca.
Se suponía que la actuación de Rossy de Palma era uno de los atractivos de la función, pero más bien sucedió lo contrario. Ni siquiera la amplificación superlativa con que sirvió su parte fue suficiente para escucharla siempre con claridad, puesto que su articulación es mala. Tiene, por otra parte, tics interpretativos que quizá sean apropiados en algún film de Almodóvar, pero que no encajan nada bien con la música de Mendelssohn. Tampoco el carácter, a veces cómico, del texto original de Shakespeare pueden justificar su actuación, carente por completo de gracia. Ni qué decir tiene: recitó su papel en castellano, mientras que Trapani, Barbero y el coro se ajustaron al alemán, además de adaptarse muchísimo mejor al carácter de la obra. No sirvió tampoco su fama para llenar el auditorio, con ciertos huecos.
La escenografía se movió con corrección dentro de la modestia presupuestaria del espectáculo, aunque resultó repetitiva en las proyecciones del cielo nocturno y los efectos con fuego. Rossy de Palma dormitaba en un sillón o deambulaba sobre una alfombra floreada, tratando, sin demasiado éxito, de evocar a los personajes. Afortunadamente, detrás del telón de tul, estaban la orquesta, el coro y los solistas para conseguirlo.
Para completar la sesión se interpretó antes otra importante partitura de Mendelssohn: la Sinfonía 3, “Escocesa”, que funcionó como adecuado preámbulo para una noche de verano en la naturaleza, porque también late en ella la magnificencia de esta y el aroma de los bosques, y porque fue leída con acierto por Pérez Sierra.
Shakespeare, Britten, Abbado y Curran pusieron sólidos cimientos para que orquesta y voces desplegaran una música llena de magia y humor