Reflexionando sobre cómo la tecnología ha modelado siempre la profesión del diseño y acabar echando de más la era moderna
Los diseñadores, como el resto de mortales, somos también rehenes de esta vertiginosa era moderna, hiperconectados, sobreinformados, atiborrados de más contenido audiovisual del que jamás podremos consumir y todo girando a nuestro alrededor a una velocidad que no nos da tiempo a profundizar hasta llegar al siguiente link. Y en parte es maravilloso. Click.
Antes lo fuimos de otros procesos industriales como la imprenta, que terminó revolucionando el campo de la tipografía, pero la llegada del ordenador fue como una caja de pandora que primero facilitó los procesos de maquetación o preimpresión para después abrir el campo del diseño digital y la infinita internet. Para colmo, los ordenadores cada vez son exponencialmente más rápidos y hacen cada vez más cosas a la vez, con lo que hemos tenido que ir adaptándonos (o intentándolo) a ello, a ellos. Una relación obvia, la de los diseñadores con los avances tecnológicos, que ha ido moldeando nuestra profesión, adaptándonos a ritmos productivos más rápidos,aunque parte de nuestro proceso creativo no debería ir en paralelo a lo que una máquina pueda hacer pero indudablemente ha condicionado incluso nuestra manera ya no sólo de trabajar sino de pensar. Aunque esto también les pasó a los escritores con las máquinas de escribir o a los antiguos matemáticos con el ábaco.
“Los ordenadores son al diseño lo que los microondas a la cocina”
Milton Glaser
La tecnología nos facilita las cosas en este gremio del diseño, desde la fase de documentación o inspiración de cara a cada nuevo proyecto hasta la edición de los archivos finales, sean para imprimir un libro, subir una web o producir una silla, pasando por la parte más evidente que es la del dibujo y la hoja en blanco. Además, la promoción de los diseñadores, gracias a internet, supuso un trampolín y un altavoz definitivo. Nos trae a diario quebraderos de cabeza, pero tendemos a pensar rápidamente que compensa, que la balanza de las ventajas de trabajar con un ordenador está indudablemente del lado de la máquina. Aunque la popularización de los ordenadores trajese el intrusismo, devaluase la profesión por simplificarla, impusiese software so nos abocara a unos ritmos que obligaran a hacer una elipsis en nuestros procesos creativos, todo habrá valido la pena. Y no seré yo, simpatizante, adepto, dependiente e incluso adicto a las nuevas tecnologías, quien diga lo contrario.
Peeeeeero, tal vez es el ritmo del verano lo que me haga echar de más la era moderna.
Si mi pasada reflexión vacacional estaba dedicada a la simplicidad de las cosas, estos ritmos estivales me han llevado por la senda del tiempo. No la canción, sino la velocidad de las cosas, la velocidad con la que nos enfrentamos a las cosas. Y si la fórmula de la velocidad es espacio dividido por tiempo, acelerar los procesos de diseño nos lleva a recorrer menos espacio o hacerlo de forma más fugaz dedicando menos tiempo y, por tanto, de manera más superficial. Y aquí debería aparecer el factor de los ordenadores como apoyo, pero algo me dice que los ritmos actuales, como sociedad, nos llevan a una ausencia de profundización en los proyectos. Y puestos a rematar la fórmula, una época de crisis, con las consecuentes bajadas de precio de todos los mercados, han obligado a trabajar más por menos. Y fue probablemente el santo de los diseñadores, Steve Jobs, el culpable con aquél primer Macintosh de todo esto. Y por esta paradoja le debemos tanto en realidad.
Nos quejamos a menudo los diseñadores (somos muy quejicas cuando nos juntamos) de que no se entiende nuestro trabajo. No se entiende el tiempo empleado, una cultura del proyecto que no existe desde fuera, desde donde sólo se percibe la parte puramente técnica realizada cara a un ordenador y no el proceso creativo que hay en la cabeza del humano conectado a esa máquina. Ahí nace el intrusismo en el diseño, ya que un no-diseñador con un ordenador puede saltarse partes del proceso de diseño de un proyecto, ahorrarse tiempos, no profundizar.
"Me costó solo unos segundos dibujarlo, pero me llevó 34 años aprender a dibujarlo en unos segundos”
Paula Scher
Puede que a veces los culpables de que se malentienda la profesión hayamos sido los propios diseñadores, transmitiendo una imagen distorsionada del oficio, intentando aparentar que la creatividad es algo que aparece por arte de magia como si fuésemos genios. Pero esta no es profesión de niños prodigio, sino más bien una profesión tardía en la que el diseñador se va haciendo mientras nutre su faceta cultural. No va de estrellas de la galaxia, de talentos estratosféricos, sino de mucho y constante trabajo. Por eso necesitamos tiempo en nuestros proyectos, y ese tiempo es cada vez más valioso y me ha dado por pensar en cómo debía ser diseñar sin ordenadores, pudiendo madurar los proyectos y entregarse a ellos sin distracciones que entrasen a través de una pantalla. O dos. O cinco. Y sabiendo que la producción posterior también requeriría de un tiempo que hoy también se ha esfumado gracias a los avances tecnológicos. Realmente no soy capaz de pensar en la profesión del diseño pre-ordenador, y mira que no hace tanto de la repro, delos disquettes y el mensajero, del fax... y cuando veo imágenes de aquellos estudios sin monitores en las mesas se me hace tan raro como estimulante.
Ahora todo es para ayer. Hazlo rápido. Imprime. Súbeme el archivo. Mándame ya estas correcciones.
Qué obsesión. Qué angustia. Qué normal.
Esta actitud hater de demonizar nuestros imprescindibles ordenadores es porque nos han condenado a la superficialidad, pero al fin y al cabo es un precio a pagar por cada pizca de innovación de esta era moderna.
El mantra de Mark Zuckerberg dedicado a su comunidad de desarrolladores de Facebook siempre ha sido el “muévete rápido y rompe cosas”, lo cual sus usuarios hemos experimentado en más de una ocasión desespeándonos al probar nuevas herramientas. Una frase para alentar a crear sin miedo, con la que se asume que las prisas traen errores, lo opuesto al mimo que por antonomasia debería de ser un proyecto de diseño.
Parece que la gran preocupación de los tiempos de un diseñador son ahora la velocidad y la optimización de los procesos mecánicos. Sin tiempo casi para pensar, y con la sensación de tener la obligación de usar el ordenador antes que el papel y desde el minuto cero, corremos el riesgo de que una parte fundamental del diseño, la intelectual, se diluya. Y sin ejercicio intelectual, el diseño se limita a obedecer a cánones estéticos, modas y recursos visuales carentes de toda función práctica.
“La apariencia es moda, es transitoria, pero la esencia es atemporal”
MassimoVignelli
Como diseñadores deberemos plantearnos desacelerar. Replantearnos la manera de enfrentarnos a los proyectos de cara al nuevo curso, valorar mejor nuestro tiempo y por ende el de nuestros clientes.Una slow life como contracorriente para volver, aunque sea a ratos, a esos tiempos en los que otras prioridades copaban el calendario del diseñador.
Una slow life no pasiva sino activa,en la que tomemos el control de nuestras decisiones, actitud clave para el diseñador. Se apela a la inmediatez para tomar elecciones apresuradas, pero la inmediatez está sobrevalorada. Hay que meditar nuestras decisiones en los procesos de diseño.
"Un diseñador es una persona que organiza decisiones. Cuanto mejor entiendas las implicaciones de tus decisiones, mejor diseñador serás”
Erika Hall
Internet, o los ordenadores, no mataron el proyecto. Es una cuestión de transformación forzada de otra más de tantas jóvenes profesiones en constante evolución. De hecho tal vez sería más exacto hablar de software que de ordenadores a estas alturas, con procesadores presentes hasta en cualquier pequeño electrodoméstico o wearable. Vendrán la inteligencia artificial aplicada al diseño, los algoritmos con variables para diseñar un cartel o la maquetación automática y la tecnología que ha modelado la profesión del diseño desde sus orígenes nos seguirá obligando a encajar en el engranaje. Adaptarse o... lo que sea.
Ritmos, velocidad y la amenaza de la superficialidad. No hay una crisis del sector, sino un sector en cambio (ya cambiado, realmente). El diseño como profesión muta de piel con cada gran avance tecnológico, acelera sus procesos y sigue cambiando. Pero no perdamos de vista que, de momento, el que diseña no es el ordenador, sino el cerebro.