Las claves de por qué esta calle se ha convertido en una agrupación de profesiones artísticas, contadas por sus protagonistas
VALÈNCIA. A veces los planes de usos para dinamizar una franja de ciudad incluyen sesudos y retorcidos procesos. Activaciones con retahílas infalibles llamadas a catalizar lugares donde nada ocurre. Otras veces, la espontaneidad (que nunca lo es tanto como parece) es la que acaba haciendo de las suyas.
La calle de Na Jordana, además de por sus connotaciones falleras, es una calle clúster (oh, ha dicho clúster) donde se suceden los estudios creativos: estudios, talleres o despachos que se dedican a profesiones emparentadas con el arte.
Encajada entre dos instituciones centrales como el IVAM y el Centre del Carme, parecería que su fulgor es fruto de una zonificación depurada donde todo encaja. Un contexto profesional que acompaña, bordeando, la propuesta institucional. También unos bajos con el tamaño idóneo y un contagio en los oficios que recuerdan a las antiguas agrupaciones gremiales.
La vida laboral de Na Jordana tiene como protagonistas a personas como estas.
Llegar a Na Jordana - “Decidí basar mi estudio aquí cuando un amigo y artista me propuso compartir el taller con él. En 2019 trabajaba desde casa, hasta que comencé a necesitar un espacio específico para desarrollar mi trabajo y tomé la decisión, afortunada, de formar parte de la vida de esta calle”.
Calle y herencia generacional - “Tanto mi taller como los otros bajos ocultan interés histórico y cultural de la ciudad, así como valor personal. Una misma calle recopila muchas trayectorias e historias de artistas y artesanos que nos preceden. Por otro lado, la artesanía y cultura generacional son temas implícitos en mi trabajo, tener la posibilidad de ubicar mi taller en este entorno tan rico es una suerte fortuita”.
De azul - “Un día teñí las paredes de mi estudio de azul. Es sorprendente cómo un mismo espacio puede llegar a albergar escenarios y sucesos tan distintos. El proyecto consistió en una colaboración con Apparelsy, que desarollaba la confección e intervención de una prenda textil. El abordaje pictórico de la pieza se realizó empleando un extintor rellenado de pintura azul, que además de tintar la prenda, terminó por invadir al completo las paredes asépticas de mi estudio”.
Es el sitio - “Este bajo fue uno de los primeros que vimos, porque está muy cerca de casa, pero desistimos por el estado lamentable en el que estaba y porque necesitaba mucha reforma. El caso es que, un año más tarde y después de mucho buscar, una noche de insomnio me imaginé este espacio todo pintado de blanco, con estas luminarias de luz indirecta y este modelo de mesa de reuniones. Me dije: es el sitio. Compramos el bajo en el 2004 y tras dos años de interminable reforma nos trasladamos en 2006”.
La isla - “Tenemos cerca al IVAM, La Beneficència, el CCCC y un poco más allá el MuVIM. Es como la isla de los museos de Berlín. Por otro lado, en la misma calle hay muchos estudios creativos de diferentes disciplinas y eso le da un carácter muy atractivo y fomenta colaboraciones interesantes. Yo siempre he estado ligado al Carmen profesionalmente y, cuando era muy joven, sin salir del barrio tenía un montón de talleres y oficios a los que recurrir para desarrollar pruebas y prototipos”.
Ebanistería antes que estudio - “Una tarde, cuando estábamos desescombrando el local, le pregunté a Paco Liern, el maestro albañil que hizo la reforma, que por qué estaban todas las vigas llenas de clavos y me respondió que esto había sido la ebanistería de los hermanos Soler y que de las vigas colgaban miles de plantillas de cartón para marcar y cortar las piezas de los muebles. En ese momento caí en la cuenta de que, en mis inicios, mis socios de entonces y yo íbamos a esa ebanistería a que los hermanos Soler, dos gemelos muy bajitos, con guardapolvo beige y como sacados de una peli de Disney, nos cortaran piezas en plancha de latón con una caladora de pedal que tenían siguiendo nuestro dibujo en papel, que pegaban en la chapa metálica… ¡No existía el corte láser!”.
Con las manos - “Me incorporé en 2020 a Na Jordana porque conocí al ilustrador Santi Vicente y él me presentó a Carlos Calatayud y Jesús Navarro de Calatayud Navarro Arquitectos, de ellos es el espacio. Me ofrecieron un lugar aquí, donde también conocí a Carmen Poyatos, y juntos formamos Tipos que Importan. Es un despacho, un taller, un estudio…y con parte trasera para trabajar con las manos”.
Contexto - “Es una calle de casitas bajas agradable, en el barrio nos acabamos conociendo todos de vista y de esa convivencia se genera un contexto favorable para la colaboración. En el estudio han surgido muchas conexiones, como La Inclusiva. El pensamiento de un arquitecto junto a un diseñador es muy enriquecedor”.
De Villasandino a Na Jordana - Buscando un sábado por la mañana a alguien que me ayudara a sacar una pieza del taller, me encontré con un chico de mi pueblo de Burgos, Villasandino, que iba del IVAM al Carmen. Transportamos la pieza y no nos lo podíamos creer”.
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