Hoy es 3 de octubre
El esperpento vivido el jueves en el Congreso de los Diputados admite muchas lecturas, a muchos niveles. Supone un gran éxito del Gobierno, que ha sacado adelante su reforma laboral. Y, por pequeña o decepcionante que resulte para algunos, ya pueden decir que han cumplido una de sus principales promesas electorales, aunque sea de la mano de la patronal y de partidos como Ciudadanos y el PdeCAT. Permite apuntalar la figura emergente de Yolanda Díaz, aunque la vicepresidenta se haya dejado varios pelos en la gatera (sobre todo, con los que deberían ser sus aliados naturales, partidos nacionalistas de izquierdas, especialmente ERC y Bildu). Supone seguir cobrando entregas de los fondos europeos, maná que sustenta la recuperación económica y las esperanzas de renovación del mandato electoral por parte de la actual coalición de Gobierno. Y, en fin, es un sonoro fracaso del PP, al que por una vez su juego sucio, comprar votos para conseguir mayorías que oficialmente no se tienen, le ha salido por la culata. Resulta especialmente ridículo, en este sentido, que en el PP clamen por la irregularidad y el "pucherazo" que supondría contabilizar el voto de su diputado que se equivocó al votar. Por culpa de este pucherazo involuntario no les ha servido de nada el pucherazo que habían perpetrado: Que les devuelvan el dinero.
Y nadie mejor que el actual número dos del PP, Teodoro García Egea, para escenificar este fracaso. Heredero de una larga y sólida tradición de transfuguismo y compra de votos, García Egea es un ejemplo funesto de una forma de entender la política particularmente nociva, que contribuye a deteriorar las instituciones democráticas por la vía de subvertir su sentido: la compra de votos de diputados, en un sistema en el que las elecciones están inherentemente vinculadas con las siglas a las que se vota, y no con las personas que figuran en la lista, desconocidas para el 95% del electorado que les está votando (tirando por lo bajo).
Por eso, cada vez que un diputado enarbola el discurso de que no podía votar "en conciencia" lo que le obliga a votar la dirección de su partido (a diferencia de lo sucedido en las 600 ocasiones anteriores, en las que mecánicamente, cual robot, votó lo que le ordenó votar la dirección, sin ningún inconveniente), la clave para saber si hablamos de conciencia o de otra cosa muy diferente estriba en lo siguiente: ¿avisó el diputado en cuestión de lo que iba a hacer, esto es, se puso ante los micrófonos para compartir con los ciudadanos sus profundas dudas morales, las derivadas éticas del asunto, y las elucubraciones que le llevaban a cambiar el sentido de su voto? ¿O bien se mantuvo callado, incluso mintió afirmando públicamente lo contrario de lo que haría después, para que su defección tuviera el efecto deseado, es decir, el fraude a los electores?
En el caso de los dos diputados que aún, en el momento de escribir estas líneas, pertenecen a Unión del Pueblo Navarro (UPN), la respuesta es clara: ambos afirmaron que iban a votar Sí a la reforma laboral y luego votaron No, en un nuevo ejemplo de cómo entiende García Egea la acción política: si no tengo una mayoría, la compro. Y puesto que el único sentido de la compra de votos era mantenerlos en secreto -para evitar un cambio de última hora de los aliados habituales del Gobierno (ERC y PNV), que pudieran abstenerse para que se aprobase igualmente la reforma laboral-, cualquier argumento "ético" se cae por su propio peso. Estamos ante otro caso de compra de votos, uno más, que tiene detrás al PP y su singular manera de entender el funcionamiento de las instituciones.
Un caso que esta vez, y por fortuna, ha salido mal (y no me entiendan mal, esto no tiene nada que ver con que se aprobase o no la reforma laboral, esa es una cuestión distinta; sino con las condiciones en las que dicha reforma se iba a aprobar). Y ha salido mal por el singular error de un diputado del PP, Alberto Casero, que es, además, Secretario de Organización del PP. Y, por más divertido que resulte que un secretario de organización, encargado de controlar su partido y recabar votos, se equivoque al votar, personalmente me lo parece aún más que este señor sea el principal escudero de García Egea en su cruzada por controlar con mano de hierro el PP, que tantos encontronazos le está deparando con los barones autonómicos (será interesante ver qué es de García Egea si cae Pablo Casado tras las próximas elecciones). Los votos que la mano siniestra de "Teo" compra se le desbaratan con los errores de su mano derecha. Y unos y otro se vuelven contra él.
Merced a este error, García Egea ha logrado tapar los desencuentros y desastres del Gobierno en una negociación que, precisamente por las insuficiencias de la reforma laboral, no ha podido llevarse a buen término con los socios parlamentarios habituales, y ha tenido que sustentarse en extraños compañeros de viaje, algunos de ellos (Ciudadanos y el PdeCAT) probablemente amortizados de cara a ulteriores comicios. Una reforma que ha salido adelante de milagro, en un nuevo ejemplo de la ya mítica chiripa del presidente Pedro Sánchez, que no ha perdido una sola votación importante desde que llegó al poder, con sus geometrías variables parlamentarias que son un ejercicio de contorsionismo cada vez más arriesgado. Una reforma que, además, es dudoso que satisfaga las expectativas de los que vieron cómo el "Gobierno Más Social de la Historia" anunciaba la derogación de la reforma laboral de Rajoy en 2012 (derogación que se ha quedado en pequeña matización acordada con la patronal). Pero hoy todo esto queda en segundo plano en comparación con el indudable éxito que constituye aprobar la reforma frente a las maniobras deleznables del secretario general del PP y su afinidad por el juego sucio y la compra de votos.
(Y lo que es peor, lo que más me indigna de todo, como ciudadano: por culpa de las oscuras maniobras de Teodoro García Egea caducó prematuramente una reflexión que un servidor hizo en el podcast semanal de La Paella Rusa sobre los extraños apoyos parlamentarios del Gobierno, como Ciudadanos y UPN; ¡Y tan extraños!).